¿A dónde vas España?

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William Cárdenas Rubio-Vargas
Análisis Libre, Madrid

El primer viaje que hice a España, allá por los finales de la década de los 60-70, lo hice en barco, porque mi economía no daba para más. Recuerdo haber llegado a un país,  que llamaba la atención por su historia, riqueza cultural, y por el esfuerzo de sus hombres y mujeres, que a brazo partido, en el campo y las ciudades luchaban día a día por alcanzar un mundo mejor, bajo la férrea conducción del General Francisco Franco, a quien llegue a ver pasar por el Paseo del Prado y la Gran Vía, sin escolta aparente, y quien se eternizó en el poder después de haber salvado a su país de caer en las garras del comunismo.

Volví 25 años más tarde y me encontré con una España pujante y desarrollada, que había alcanzado la democracia luego de un proceso ejemplar de Transición, que llamaba la atención del mundo. Partidos políticos de diferentes tendencias se  disputaban el gobierno, y la Monarquía Parlamentaria, con el Rey Juan Carlos I en el trono, marcaba el acertado rumbo de su destino.

Era la España que, dentro de un régimen de libertades, se había dotado de una nueva Constitución el año 1978, estableciendo los vectores de su vida social, política, cultural y ciudadana, que garantizaban instituciones fuertes, con gran amplitud, y con especial respeto a los derechos del hombre, entre ellos el de la libertad de empresa, la protección a la propiedad privada y el estímulo al crecimiento económico.

Así, la España con la que me reencontré, en muy poco tiempo había logrado alcanzar unos niveles de bienestar social que llegaban a todos los rincones de su territorio, traducidos en eficientes servicios públicos de salud, educación, justicia, sólidas infraestructuras, eficaz distribución de los bienes de consumo, excelentes vías de comunicación, en lo que se conoció como el Milagro Español, que se tradujo en el mejor ejemplo del “estado del bienestar”.

Sólo un fallo estructural comenzó a afectar a aquel esfuerzo: El éxodo de los hombres y mujeres del campo hacia las grandes ciudades en las que se había centrado el motor económico, con el consecuente abandono y despoblamiento de las zonas rurales, cuyo  efecto en la merma de la producción agrícola y ganadera,  era compensado por las políticas comunes adoptadas dentro del marco de la UE, que permitían que sus mercados se inundaran de productos importados, otorgando compensaciones a los productores nacionales. Pero obviamente, esto sólo llegaba a quienes manejaban las explotaciones y muy poco a quienes trabajaban la tierra, que se vieron entonces forzados a emigrar hacia las ciudades buscando las oportunidades que ofrecían aquellos centros de desarrollo.

Los excedentes de mano de obra fueron rápidamente absorbidos por la industria de la construcción de esa España pujante, por lo que apenas se notó el deslave de un sector laboral a otro. Las costas se llenaron de rascacielos, el turismo, tanto receptivo como emisivo,  creció al mismo ritmo y los españoles vivieron su mejor período económico y social en muchos años.

Pero, si bien es cierto que este proceso de desarrollo fue espectacular, no es menos cierto, que apenas tuvo efectos contundentes en los sectores primario y secundario de la economía. Solo unas cuantas empresas del IBEX, muchas de ellas de servicios, lograron crecer fuera de España, y algunas vinculadas a la construcción de infraestructuras, carreteras, puentes y ferrocarriles, o al sector de la energía eólica, solar o petrolera, causaron fuerte impacto en los mercados internacionales.

No obstante, qué España tan diferente a la que conocí la primera vez, puesto que a nivel local, en cualquiera de sus miles de pueblos de su extenso territorio conseguías de todo, alimentos, productos de primera necesidad,  una seguridad social expansiva, buenos medios de transporte, terrestre y aéreos, bonanza colectiva, como muchos países de nuestro mundo iberoamericano hubieran soñado.

Sin embargo, hoy 25 años después de mi segundo viaje, la crisis económica del año 2008 ha ralentizado este fulgurante ascenso. España arrastra esa pesadísima losa que son los 3.5 millones desempleados que dejó el estallido de la llamada “burbuja inmobiliaria”, y el campo, hoy despoblado, no ofrece alternativas válidas de repoblación y crecimiento, que pudieran canalizar esa mano de obra parada. Tampoco se desarrollan políticas que permitan canalizar la inmigración hacía estas zonas, ofreciendo alternativas en aceptables condiciones, lo que genera no pocos focos de conflictividad en los procesos de absorción social en las grandes ciudades.

Pero esto no es lo peor. Lo más grave es que esta crisis ha sido aprovechada por los movimientos castro comunistas bolivarianos introducidos por Hugo Chávez en España a través de la aparición de Podemos, con sus cómplices mercenarios Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón, Jorge Vestringe, etc. para tratar de desplazar la Monarquía, afectando su régimen bipartidista de contrapesos parlamentarios, al punto de que llevamos 5 años sin lograr un gobierno estable, con el declarado propósito, en alianza con grupos independentistas y separatistas, de romper la unidad de España, instalar una república, y establecer un régimen castro comunista bolivariano, como los que hoy dejan su rastro de pobreza y miseria en toda Iberoamérica.

 

Para este propósito cuentan ahora con una importante plataforma de lanzamiento: El PSOE de Pedro Sánchez, que en su afán de mantenerse en el poder, está a punto de embarcar a su país a un destino incierto, pero de rumbo conocido: acabar con lo logrado por todos y que costó tanto esfuerzo construir.  

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