Breve historia de una mentira argentina

PES/Analisis libre

por Carlos Schulmaister

Cuando cayó Perón en 1955, él y su criatura ya habían demostrado su habilidad política e ideológica cuando las circunstancias lo requerían, eso que años más tarde se llamó pragmatismo cuando se lo quería presentar como una capacidad o valor agregado.

Sin embargo, en ese momento no cabían dudas acerca de la naturaleza del peronismo como fenómeno político de inducción de masas desde el poder, y como epifenómeno residual de la política internacional de la primera mitad del sigloXX.

Las condiciones en que se produjo la caída dejaron un movimiento político desactivado y mostrenco. Entre la persecución y la demolición de las conquistas sociales positivas que aquel había implementado –además de las negativas- que fueron suprimidas por una posterior clase política en el poder tan antiperonista como estúpida, surgió de las cenizas un proceso prácticamente de base, autonómico en cierta medida, de reconstrucción de nuevas dirigencias y cacicazgos gremiales y políticos.

A una década de regimentación política e ideológica de las personas y las instituciones siguieron casi dos más que pretendieron desarmar aquella actividad, y que no lo lograron debido a la incapacidad política de una dirigencia entreguista y revanchista que, salvo honrosas excepciones, trabajó para su enemigo y para otras fuerzas agazapadas, como las del comunismo internacional, siempre alerta a cualquier señal conveniente a sus objetivos.

El peronismo en el gobierno había tenido dirigentes e intelectuales interesantes, además de los otros, pero como siempre ocurre no son los interesantes los que logran ser escuchados sino los obsecuentes, los mediocres, los oportunistas, la basura política digamos.

Pero en esos momentos no había movimiento, no había conductor prácticamente, ni cuerpo doctrinario de política, economía e ideología que hubiera sido mamado por las masas. La orientación de la política había nacido en la cúpula y de allí había descendido por todo el movimiento, igual que antes con el fascismo, con la diferencia de que en éste era básicamente descendente, en tanto en el peronismo restaba espacio para que desde las bases sociales existiera un poco de autonomía e iniciativa, en ocasiones sobre aspectos correctos, aunque hayan sido pocos. Como en todo movimiento político personalista y populista, las masas y las dirigencias no pasan de ser claques, en ocasiones muy ilustradas y siempre bien remuneradas del poder político dictatorial.

Faltaba organización y sobre todo mística, faltaba el escenario favorable, el nacionalismo había entrado en competencia con otras fuerzas y pensamientos que bregaban por un espacio propio, y lo mismo sucedía en el plano internacional. Cuando se produce la aparición de la tercera posición con la Conferencia de Bandung, Perón estuvo al margen. Veinte años más tarde le construyeron un relato que atendía al carácter precursor del Tercer Mundo representado por el discurso de Perón en el Congreso de Filosofía en Mendoza, en 1949. Pero, salvo dentro del peronismo, internacionalmente nunca se le concedió a Perón ese mérito.

Al peronismo en reorganización le faltaba ideología más que doctrina, pero no era el nazifascismo el ingrediente más feliz ni el más esperado. Los trabajadores andaban bebiendo de otras fuentes además de recordar el “paraíso” peronista. El eje del activismo lo constituyeron crecientemente los planteamientos gremiales reivindicatorios y los recorridos y búsquedas de los sectores juveniles, especialmente de aquellos que siendo de orígenes sociales bajos habían podido llegar a la universidad.

Fuera de estos escasos jóvenes, la mayoría de los hijos de aquellos peronistas fundadores integraban, como sus mayores, las filas de la clase baja o trabajadora, y como tal seguían siendo perseguidos, despreciados y excluidos socialmente por las demás clases y estratos.

En tiempos en que la televisión era un lujo de las clases favorecidas de las grandes ciudades del país y en el interior no existía, aquella generación fue conformando una suerte de imperfecta conciencia de clase en base a la voluntad, y a cierta dosis de resentimiento contra aquellas.

La lectura en las bibliotecas públicas, sobre todo de literatura más que de historia, le permitía abrir brechas en la rígida ingeniería educativa de entonces (tanto pública como privada). Además, la todavía vigente y sólida matriz familiar era fuente de transmisión oral de la memoria de los de abajo con la que podían resistir las constantes referencias enemigas al “tirano prófugo”.

Para esos niños y jóvenes el tirano no debía ser tan malo, así como los comunistas de la URRS tampoco debían serlo. Los relatos familiares de los de abajo transmitían una mística y una épica que resistía los argumentos y las razones de los sucesivos gobiernos y las fuerzas vivas del establishment.

De tirano, muerto políticamente, Perón se fue convirtiendo gradualmente en el resurrecto que algún día volvería. Para los de abajo, no hacía falta estudiar a Perón y al peronismo. Era como pretender revisar las sangres y los linajes, farisaica pretensión de burgueses y aristócratas, los intrínsecamente malos de la sociedad occidental. Como es sabido, los pobres no hacen beneficio de inventario en ese aspecto. Ningún pobre de la tierra. ¡Bendito sea aquel que me dio un plato de lentejas!

De modo que en ese contexto político, económico y social, con esos insumos y con las correspondientes limitaciones del conocimiento una generación juvenil de clase baja fue construyendo su conciencia social con sentido opuesto a la de los integrantes juveniles de las otras clases sociales.

Para los jóvenes peronistas la “conciencia” propia contenía la verdad, en tanto las otras estaban absolutamente equivocadas. Es decir, equivocadas ex profeso, a diferencia de la de uno que efectivamente constituía la verdad bajo todo punto de vista. Y en las otras fracciones sucedía lo mismo, pero a la inversa.

En ese amplio abanico político ideológico contestatario, los respectivos desarrollos teóricos se sostenían en base a planteos conceptuales dogmáticos, lo que podríamos llamar lo proactivo de sus planteos, desde ya y hoy ya se ha estudiado bastante, cargados de mitos y prejuicios. Pero había otra gruesa parte de su bagaje contestatario que eran de mero carácter reactivo.

Así, aquella diversidad de jóvenes que decían amar a los pobres, a los pueblos y a las naciones y patrias estaban tan confundidos que aun atribuyéndose pertenencia a esos campos se consideraban mutuamente enemigos, y a menudo mucho más que con respecto a sus supuestos enemigos originarios, los de las famosas oligarquías decimonónicas, por lo menos en el discurso.

Esto ponía en duda cuáles eran los enemigos reales y cuáles los aparentes. Pues, de hecho, a quienes más se temía no era a los representantes de los intereses de clase de los privilegiados sino a aquellos dirigentes, partidos e ideologías políticas cuya atracción o misterio ponía en peligro el monopolio del peronismo en la representación de las víctimas sociales, nacionales y populares.

Llevar la bandera y no dejar que nos la arrebaten siempre ha sido más importante que el resultado de la batalla. Esa bandera, sea de trapo, de palabras o de imágenes, tiene más poder que los insumos armamentísticos disponibles.

Más tarde, el Conductor natural reapareció y reclamó cada vez más sus derechos, debiendo en cierto momento hacer un equilibrio ideológico y sobre todo pragmático para que la competencia ideológica interna y externa no le arrebatara su liderazgo.

Desde entonces, en una suerte de síntesis ideológica, por lo demás vacua y aparente, estableció que sus seguidores no debían ser apresurados ni retardatarios. Sin embargo, ya los apotegmas peronistas tenían autoridad y pesaban por si mismos en la presunta conciencia política de sus seguidores.

Ciertamente, lo que componía el bagaje político de combate no sólo de los peronistas sino de todo el arco opositor y no sólo de los jóvenes sino de todas las generaciones politizadas era un conjunto de relatos, en realidad clichés. Todos ellos daban por cierto que tenían la exclusiva herramienta de combate político e ideológico contra la para ellos emblemática mentira capitalista y liberal.

La diferencia entre el dogmatismo opositor de izquierda y el peronista estribaba en que los apóstoles del Libro (Das Kapital) argumentaban tupido y parecían inteligentes, en tanto los peronistas, sin libros de cabecera, argumentaban con relatos emocionales de la memoria heredada de sus mayores y no con principios y teorías políticas, a las que solían tener por complicadas, absurdas y… peligrosas. Como católicos putativos tenían buena cantidad de contaminación preconciliar del tipo que avalaba y legitimaba la prohibición divina de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal.

Pero tanto unos como otros eran dogmáticos y doctrinarios. Unos lo eran del Libro, otros de la Palabra revelada. Unos hablaban de crear conciencia en base al desarrollo del conocimiento liberador por ellos provisto. Los otros hablaban de edificar un templo en sus corazones para Perón y Evita, pese a que ésta había fallecido y otra mujer ocupaba su lugar.

En suma, se enfrentaban la Razón contra la Fe. Pero, ojo… ninguna era lo que aparentaba ser. Ambas descansaban sobre supuestos falaces. Ninguna merecía ser escrita con mayúscula, pese a que de hecho así se escribían al igual que Patria y Pueblo.

De modo que los combates ideológicos de entonces, de tipo intelectual, eran siempre menos que los combates políticos originados por el amor y el odio. La vía emocional de conversión era y será siempre más fácil y atrayente que la intelectual. Y no es que así ocurriera porque por entonces los pobres fueran mayoría, como habitualmente se decía y se creía. Sería muy infantil hacer ese reduccionismo para enlazarse luego con la cuestión de la mayoría como base de la soberanía del pueblo, a pesar de que esto se sigue haciendo hasta la actualidad por los gobiernos populistas cuando conviene a sus planes, pero que puede dejar de hacerse cuando al poder en peligro le resulte conveniente y necesario imponerse mediante un autogolpe desde el poder mismo, convirtiendo en juez y jurado al partido o a las vanguardias esclarecidas y subrogando a las mayorías, las cuales, para ese momento ya pueden ser así llamadas sólo utilizando las comillas.

Los apóstoles del Libro combatían y eran capaces de morir por sus ideas, a las que consideraban su verdad y la única verdad. Los apóstoles de la emoción eran capaces de hacer lo propio por las emociones y por la Fe en la superioridad de su causa.

Estos últimos no necesitaban demostraciones argumentativas como los otros, sino simplemente la difusión de “las obras” realizadas por el Conductor y grandes dosis de amor que llevaban en sus corazones, y de dónde saldría la voluntad para poner “piedras” en sus manos.

El compromiso con la causa tenía para los jóvenes hijos de los peronistas derrocados en 1955 un sentido de redención social, proceso místico consistente en ejercer la representación moral de nuestros padres y conquistar su reivindicación, pues era en el plano familiar donde se producía aquella fuerte conversión inicial.

Frente a los “teóricos”, los hombres de acción, éstos que no necesitaban discutir ideas porque tenían la sangre caliente y por eso podían indignarse. Para aquellos éstos eran bárbaros, y para éstos aquellos eran cobardes. La política, pues, no descansaba en la razón ni en la discusión, sino en la e, en la voluntad y en la acción. Estos factores se expresan siempre en concreto, no en abstracto; en los hechos, no en las ideas. La política, desde esta semiconcepción es una encarnación de la fe individual de los apóstoles en la sociedad.

En cambio, para los de izquierda, la política parecía ser el trasvase de las ideas y las fuerzas sociales en pugna a la conciencia individual y luego su vuelta hacia los colectivos convertida en insumos organizacionales.

Pero todo era una confusión. En el peronismo se encontraban ideas e intereses contrapuestos, de izquierda, derecha y centro. Los guerrilleros admiraban ritualidades del arte militar convencional y las hacían propias junto con metodologías nuevas a la vez antiguas, y de un lado y del otro se estudiaba el arte del enemigo.

Algunos querían destruir todas las fuerzas militares y otros conspiraban para producir levantamientos armados en las Fuerzas Armadas que introdujeran una pica en sus filas y llevaran a cabo procesos dictatoriales populistas que sirvieran de contención a los planteos de extrema izquierda.

Paradójicamente, esos jóvenes de entonces que tenían ideas tan dispares y contrapuestas a los 20 años habían sentido admiración por los militares cada vez que los vieron desfilar en las plazas de sus pueblos cuando iban a la escuela primaria o a la secundaria. Era cuando éstos todavía conservaban un cierto prestigio ante las masas, independientemente de si era realmente merecido.

Y muchos que a los 20 fungían de bizarros de izquierda habían sentido a los 14 atracción por la Tacuara en los años de su expansión por los colegios secundarios de las grandes ciudades, o habían sentido admiración por José Antonio Primo de Rivera.

Ante tantas contradicciones, vaivenes y derivas experimentadas en el seno del peronismo, bien vale preguntar ¿de qué cultura política nacional y popular hablan ahora quienes están en el gobierno ¡y en el poder!? Porque esa diversidad de amores y odios simultáneos y sucesivos se dieron por dentro y por fuera del peronismo, pero hoy éste híbrido ha hecho acreencia de todos esos delirios absorbiendo todas aquellas manifestaciones contestatarias, de los cuales, a favor o en contra de ellas emergió durante más de 50 años la persecución, la muerte, la discriminación, la exclusión de unos y la inclusión de otros, y siempre la corrupción de los que gobiernan, el aumento de la pobreza y la destrucción de la nación y la república.

Ser peronistas significó vivir y morir en el seno de un “movimiento” (¿será tal?) donde simultánea o sucesivamente se ha podido ser nacionales, nacionalistas, integristas, católicos, preconciliar, tradicionalista, modernista, postconciliar, cristianos, integristas, rosistas, antirosistas, mitristas, antimitristas, roquistas, antirroquistas, revisionistas, marxistas, neomarxistas, irigoyenistas, uriburistass, nazi, fascistas, falangistas, militaristas, antimilitaristas, apresurados, retardatarios, montoneristas, antimontoneristas, antimperialista, capitalista nacional, anticapitalista, nasserista, guevarista, castrista, reformistas, socialistas, revolucionarios, evolucionistas, stalinistas, antistalinistas, maoístas, menemistas, duhaldistas, kirchneristas, cristinistas, chavistas, evotistas, de derecha, de centro, de izquierda, de clase baja, media, alta, de abajo, del medio, de arriba, de los costados, federales, unitarios, institucionalistas, comunitaristas, antisemitas, sionistas, antisionistas, negacionistas, antisinárquicos, masones, liberales, antiliberales, neoliberales, enemigos de Rojas, amigos de Rojas, proteccionistas, librecambistas, desarrollistas, estatistas, privatistas, antiyanquis, proyanquis, globalifílicos, globalifóbicos, antibrasileros, probrasileros, paternalistas, populistas, progresistas, clasistas, integracionistas, machistas, feministas, open mind, justicialistas, laboristas, obreristas, peronistas, neoperonistas, vandoristas, evitistas, isabelinos, lópezreguistas, herministas, renovadores, etc (o sea que hay más…).

Casi cien “ismos” para adjetivarlo.

Claro, se me dirá que todo eso es una virtud de este amontonamiento llamado peronismo, pero que la mayoría de los argentinos no nos habíamos dado cuenta porque somos cortos de entendederas. ¿Acaso será porque todos nos hemos vuelto peronistas sin saberlo?

¡Claro que sí! ¡Porque eso significa que el peronismo está vivo y hace del cambiar un deber y una actualización constante como nos recordara en los 90´s el ubicuo Cafiero… decano de los bolas de bronce del peronismo!

¡Ma´qué va a estar vivo! ¡Murió con el General hace casi 40 años y no con las botas puestas! ¡No pretendan que existe! ¡No sean hipócritas! ¡Traidores a la sociedad, a la república y a la nación!

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