Cuando se pierde la democracia – Juan José Monsant Aristimuño

Quisiéramos ver, se nos impone, dejar atrás una historia de aprovechamiento del cargo público en beneficio propio, bajo la certeza de la impunidad en la complicidad.

Juan José Monsant Aristimuño
analisislibre.org /  San Salvador

¿Cómo se perdió la democracia en Venezuela? De la misma forma que amenaza con romperse en España a través de aventureros e iluminados, no de ignaros añorantes de la fracasada Comuna de París, el modelo soviético o la revolución cubana, que terminó naufragando en las profundidades del Mar Caribe. Todas ellas castrantes de la libertad individual y los derechos humanos.

El germen del gorilismo (disculpen el adjetivo) surgió de las mismas entrañas de los partidos, sindicatos y gremios empresariales, que confundieron su interés con el  interés general. Terminó por obviarse la esencia de la soberanía popular para subsumirse en las organizaciones políticas y económicas dominantes. Dejó de asentarse en el pueblo, en el elector, para trasladarse a los partidos, y en ellos, a los respectivos burós políticos o comités nacionales, conformado por un pequeño grupo de venezolanos que, en el fondo, decidían el rumbo del       país. Allí se inició el ablandamiento de la moral y la ética republicana. Por supuesto la tentación fue grande y la carne blanda al momento de otorgarse  prebendas, contratos, bordear la legalidad y encontrar la justificación para el acto indebido, normalmente cargado de súbito y constante enriquecimiento personal o grupal.

Cuando hablamos de gorilismo, nos referimos a la presencia determinante del estamento militar y del régimen cubano en la toma de decisiones políticas, y a su actuación siempre atemorizante, coercitiva, que como ha observado con estupor la comunidad internacional, igualmente represiva en sus más degradantes expresiones.

¿Y cuándo surgió todo? Cuando para sostener el maquillaje de república sometida al férreo acatamiento de la ley y estricto principio de independencia y separación de los poderes públicos, se asumió la impunidad como principio rector, y ley no escrita aplicable a las élites del poder mimetizado en sus intereses terrenos, donde la trasparencia no tenía lugar. Hasta que se cansó la gente de todos los días, la llamada decente, la que no tiene cómo llamar a alguien para resolver un trámite o una injusticia; la que se autodenominó ”pendeja” porque no se enriquecía o favorecía a través del cargo público; de allí pasó a la indignación, a la desesperanza y luego al suicidio colectivo, como lo denominó Vargas Llosa, cuando los venezolanos  decidieron indultar al militar felón y luego llevarlo a la presidencia de la república con todos los poderes imperiales o incaicos, aunque solo fuera con menos del 30% del electorado, dado que el resto decidió abstenerse en su desconcertante suicidio.

Y allí entra España, la actual España. La España del caso Gurtell, los Eras, la Ministra Ana Matos, Bárcenas, Urdagarin, la Pantoja, las tarjetas negras, Bankia, Pujol, Monago. Viajes, vestuario, compras de lotes, urbanismos, contratos consigo mismo, sobreprecios y una larga e interminable lista que ha venido deteriorando la confianza del elector en sus instituciones y organizaciones políticas que lo representa. Al punto que unos jóvenes aventureros egresados de la Universidad Complutense de Madrid se dedicaron a jugar con esos sentimientos represados, hasta que se dieron cuenta que sus juegos-ensayos eran tomados en cuenta por los indignados. La primera vez fue en el 2004, cuando desde la Facultad de Ciencias Políticas convocaron por tuiter a una concentración frente a la sede del PP, debido a que Mariano Rajoy había señalado a ETA responsable del atentado terrorista en la estación del metro Atocha, en una clara salida oportunista electoral, que le falló. Luego en el 2011, cuando los madrileños decidieron protestar en la Plaza del Sol contra el bipartidismo y la explotación de una banca desatada en el enriquecimiento indebido, las hipotecas y los desalojos inmobiliarios.

No fue sorpresa entonces que el movimiento Podemos se convirtiera en partido político luego de su incursión electoral en el Parlamento europeo y sus resultados. Claro está ese triunfo se encontraba precedido por el escándalo protagonizado por el yerno del rey Juan Carlos, Iñaki Urdagarin, la pretensión de Arthur Mas de independizarse de España, la doble contabilidad de Bárcenas, las tarjetas de crédito en negro, la ministra Matos, en tanto que decenas de millares de españoles se encontraban sin trabajo, desalojados de sus viviendas y muchos más sin saber dónde ir o qué hacer, al tiempo que personeros gubernamentales, banqueros y empresarios relacionados con cualesquiera de los poderes públicos, ostentaban impúdicas riquezas mal habidas.

Esa enfermedad no solo se instaló en los partidos tradicionales, porque como se observa a tres de los más representativos dirigentes de Podemos, exasesores del gobierno de Venezuela, se les ha comprobado uso indebido de su posición pública, dinero de por medio, por supuesto.

Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en nuestra región, la Pantoja se encuentra detenida, Urdagarin sentenciado a prisión, la ministra Ana Matos dimitida, Bárcenas en la cárcel, y a instancia de un juez penal la Operación Púnica sigue adelante por la Guardia Civil, que ya ha detenido a más de 50 funcionarios estatales y municipales envueltos en actos de corrupción o aprovechamiento indebido del cargo que ostentaban.

En el caso de nuestra región, no se trata de preservar, rescatar o redimensionar la democracia, sino como accedemos definitivamente a ella. Quisiéramos ver, se nos impone, dejar atrás una historia de aprovechamiento del cargo público en beneficio propio, bajo la certeza de la impunidad en la complicidad.

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