El Síndrome Alabama

Moises Naim, Washington

La idea que anima la nueva legislación es hacerle la vida diaria tan difícil a los inmigrantes ilegales que estos decidan irse a otra parte, cosa que ya está pasando. También se ha hecho evidente que -sin quererlo- afecta a ciudadanos estadounidenses en situación perfectamente legal, y no a todos por igual. Desde que entró en vigencia, 66 individuos han sido encarcelados por no portar los documentos requeridos.

Hace pocos días en Tuscaloosa, Alabama, lugar simbólico del sur profundo de Estados Unidos y donde en una época floreciera el Ku Klux Klan y sus ideas sobre la supremacía de la raza blanca, ocurrió un incidente poco conocido y muy sintomático. En este caso, la víctima de las decisiones xenófobas, antiinmigración e irracionales del Gobierno local no fue un afroamericano pobre o un latinoamericano sin papeles. Fue Detlev Hagler, un ciudadano alemán de 46 años y ejecutivo de Mercedes Benz, una de las empresas que más gente emplea en Alabama y uno de los mayores inversionistas en ese Estado.

El señor Hagler conducía un coche Kia alquilado, al que le faltaba una placa de matrícula. Esto llamó la atención de un policía, que lo paró y, como es normal, le pidió el permiso de conducir. Pero el único documento que portaba Hagler era su identificación como ciudadano alemán. Y por ello terminó en la cárcel. Eso es lo que manda la legislación que, desde el pasado 1 de octubre, impera en Alabama. La ley ordena que quien no porte una identificación que acredite su estancia legal en el país deberá ser inmediatamente encarcelado y, eventualmente, deportado. Afortunadamente para Hagler, sus colegas recogieron del hotel su pasaporte con el oportuno visado y el permiso de conducir alemán, y con esas pruebas el ejecutivo pudo recobrar su libertad. Felyicia Jerald, portavoz de Mercedes Benz, informó de que la empresa iba a tomar «las medidas necesarias para instruir a los ejecutivos que invitamos y los colegas que nos visitan acerca de la documentación que exige el Estado de Alabama».

La idea que anima la nueva legislación es hacerle la vida diaria tan difícil a los inmigrantes ilegales que estos decidan irse a otra parte, cosa que ya está pasando. También se ha hecho evidente que -sin quererlo- afecta a ciudadanos estadounidenses en situación perfectamente legal, y no a todos por igual. Desde que entró en vigencia, 66 individuos han sido encarcelados por no portar los documentos requeridos. De estos, la mitad son negros.

Una importante ironía en todo esto es que las empresas extranjeras perjudicadas por la nueva ley llegaron a Alabama gracias a un gigantesco esfuerzo financiero que hizo el Estado. A Mercedes Benz, por ejemplo, Alabama le concedió 253 millones de dólares en incentivos para que montara su planta allí. Lo mismo hizo con Hyundai y Honda. Inevitablemente, uno de los ejecutivos japoneses de Honda también fue multado hace poco por no llevar sus papeles. Así, las ganas de tener extranjeros que montan industrias choca con las ganas de expulsar a los extranjeros que inmigran ilegalmente. Quienes diseñaron esta ley no previeron que también le harían la vida menos grata a inversionistas extranjeros como al empleador de herr Hagler.

Nada es peor para la convivencia que la escasez. La generosidad, el altruismo o la tolerancia escasean cuando escasean el dinero y los puestos de trabajo. En épocas de crisis económica florecen la xenofobia, la crispación política, el proteccionismo y, en algunas partes, el racismo. Refugiarse en «los nuestros», interpretar lo que sucede como una pugna entre «nosotros y ellos» y sentir que la gente distinta es una amenaza se vuelven reacciones comunes. Y nefastas. Han sido la causa de guerras, del auge de movimientos políticos con ideas repugnantes y de decisiones gubernamentales que, en vez de aliviar la mala situación económica, la prolongan. Los ejemplos históricos sobran -desde la crisis económica que llevó a Hitler al poder a la decisión de EE UU de aumentar los aranceles a las importaciones cuando no debía, lo que agravó la Gran Depresión de los años treinta. Ojalá que la actual crisis económica no produzca reacciones que merezcan estar en las páginas negras de los futuros libros de historia.

Afortunadamente, en Estados Unidos la competencia a veces funciona para limitar el impacto de las malas ideas. Allí no solo compiten las empresas, sino también los Estados. Y Misuri, que tiene una política mucho más tolerante hacia los inmigrantes y que también quiere atraer nuevos inversionistas, se está promoviendo activamente como un lugar donde los extranjeros pueden trabajar sin ser hostigados. «En Misuri tenemos muchas ventajas sobre Alabama», dice un editorial del diario St. Louis Post-Dispatch. «Somos el Estado que le pide a la gente que nos muestre lo que sabe hacer, no el Estado que les pide los papeles». Apuesto que, a la larga, esta competición la gana Misuri.

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