¿Es Chávez de “izquierda”?

Humberto García Larralde *

 Es ésta una pregunta que le he estado sacando el cuerpo, no por complicada, sino por la convicción de que para la mayoría de las personas carece de interés. En fin, si Chávez se define de izquierda, descalifica a sus adversarios con un lenguaje de izquierda, se alinea con Fidel Castro, figura emblemática de la “izquierda dura”, comunista. ¿Para qué preguntar si es de “izquierda”? Con los horrores que hoy conocemos del comunismo, ¡Si Chávez quiere ahorcarse en ese palo, allá él!

Hay un asuntico, empero, que no deja de ser irritante. Y es que bajo ese alarde del comandante-presidente-candidato de ser adalid de la izquierda, resalta la insolencia de arrogarse una suerte de superioridad moral. Esta “razón moral” justificaría “pulverizar” al adversario, por ser de “derecha”. Porque según la mitología que construyó de sí misma cierta “izquierda”, siente que tiene el derecho histórico y moral de aplastar a la derecha. Veamos.

Como sabemos, la designación de “izquierda” y “derecha” se remonta a la Asamblea Nacional de la Revolución Francesa, en la cual se sentaban a la derecha los Girondinos, propietarios de provincia que asumían una posición moderada, mientras que los Jacobinos, de talante más radical, se ubicaban en la parte izquierda. La rivalidad entre estas dos facciones por el control del poder llevó a estos últimos a apoyarse en “la calle” para imponerse. De ahí una primera asociación entre “izquierda” y revolución, identificada con los cambios más extremos y con la movilización popular. La derecha pasó a ser  registrada como defensora de privilegios, de ser conservadora y de priorizar políticas más atemperados, opuestas a cambios profundos. Así, la dicotomía izquierda-derecha expresó la contraposición entre los que buscan cambios radicales en pro de la igualdad, la justicia y la libertad, en contra de una estructura de privilegios que negaba estas conquistas, y aquellos que la defendían, protegiendo iniquidades y posiciones de poder. Con las luchas por una mayor justicia social en los países avanzados, fue asentándose la razón moral de la izquierda, en tanto fuerza impulsora del progreso, enfrentada al usufructo excluyente y opresivo del poder, encarnado en minorías poderosas -de “derecha”- identificadas con el atraso.

La creciente influencia del marxismo en las luchas obreras a finales del siglo XIX y principios del XX, fue colonizando, con sus categorías, el pensamiento de la izquierda. La burguesía pasó a ser la clase explotadora, valida de un Estado “burgués” como instrumento de opresión, que había que suprimir. Y los partidos de izquierda, socialistas, en portadores de la “verdad” que rezumaba la doctrina “científica” del cambio social, el materialismo histórico. Lo cierto es que las luchas de los partidos socialdemócratas y socialistas –de inspiración marxista- contribuyeron enormemente con la conquista de derechos laborales y democráticos en los países de occidente. Ello cultivó aun más la noción de supremacía moral en la contienda política contra las fuerzas del status quo y del atraso.

No obstante, con la toma del poder en Rusia por parte de los bolcheviques, las preocupaciones de la izquierda revolucionaria pasaron a ser dominados por la imperiosidad de defender el nuevo régimen ante la contrarrevolución armada. La represión sin contemplaciones –el “terror rojo” que esgrimiera desde la jefatura del ejército, Trotsky- ocupó cada vez más el orden del día, so pena que el frágil estado soviético sucumbiera. La razón de Estado pasó a ser un asunto de sobrevivencia. La evolución de esta “razón” bajo Stalin desembocó en uno de los regímenes totalitarios más oprobiosos de la historia moderna. Para hacer corta una historia larga, diríamos que la doctrina que había inspirado las luchas por las conquistas sociales y libertarias de los sectores oprimidos, se utilizaba ahora para negarlas y eliminar todo vestigio de  derecho civil y democrático que cuestionase el control absoluto del poder por parte de los jerarcas del partido. Si bien puede argumentarse que los gérmenes del totalitarismo ya se encontraban en la prédica de Marx, lo que interesa aquí recalcar es que la izquierda marxista pasó de ser una fuerza consustanciada con las luchas contra la opresión, por la justicia y la democracia -cuando estaba en la oposición-, a defensora del poder más excluyente, injusto y opresivo de las libertades que ha conocido el siglo XX, una vez en control de las palancas del Estado[1].

Pero siguieron vivas, bajo formas mitificadas, las nociones de justicia y libertad que servían de fundamento a las categorías marxianas. Así la defensa de las dictaduras comunistas se planteaba como parte de la lucha contra la explotación capitalista y contra las formas de opresión política que lo sustentaban. Se reprimía a los “enemigos del pueblo”, ¡nunca al pueblo! La retórica revolucionario pasó a sostener una ideología -en los términos en que la describió Marx, como “falsa conciencia”- legitimadora de regímenes despóticos que expoliaban la riqueza social en nombre de intereses colectivos.

Investida de esta carga moral de “izquierda”, el régimen actual acosa sindicatos autónomos, cercena la autonomía universitaria, restringe la libertad de prensa y desconoce los compromisos adquiridos internacionalmente en defensa de los derechos humanos. A través de una representación simbólica impuesta por la propaganda, estas conquistas son descalificadas de “burguesas” -como si fueran privilegios frívolos de clases opulentas- y, frente a ellas, se erigen los intereses del “Pueblo”, representados por el “estado revolucionario” que lidera Chávez. La mentira pasa a ser fundamento de la tan mentada “superioridad moral” de esta “izquierda”. Bajo una simbología maniquea, el país debe cerrarse a la funesta influencia del capitalismo globalizado, destruir las instituciones de la democracia “burguesa” y reivindicar las tradiciones que nos consagraron como pueblo, en particular, lo excelsos valores de la gesta heroica de los libertadores. Ésta se invoca como inspiración de las luchas presentes contra el “imperio” y, en correspondencia, los destinos del país deben confiarse a los militares por ser “herederos de Bolívar”. En este orden, Chávez se alía con los regímenes más atrasados y primitivos, como los de fanatismos islámicos que pisotean a las mujeres, las dictaduras de Lukashenko y de los patriarcas Castro, por oponerse al “Gran Satán” de EE.UU. La simbología de “izquierda” termina así “legitimando” nacionalismos retrógrados que suprimen al individuo en nombre de un bien común “superior”, aplastando las conquistas libertarias que, en el pasado, había contribuido a forjar.

Si se recogen sus valores primigenios de progreso, justicia y libertad, está claro que Chávez no es de izquierda. Un examen desapasionado, basado en las evidencias, tendría que concluir que se ubica en la extrema derecha, campeón del atraso, la ignorancia y de un poder que busca controlar y sofocar el libre albedrío de los venezolanos. Está mucho más identificado con las prácticas fascistas. Pero si la definición tiene que ver con el apego verbal a una doctrina, independientemente de lo que se hace en la práctica, todo el que esgrima una retórica comunistoide, antimperialista, sería de “izquierda”. Entre la forma y el contenido, yo me quedo con el contenido. La experiencia del pasado siglo nos lleva a concluir, sin duda alguna, que no puede asumirse de “izquierda” pisoteando los valores liberales que hicieron posible los avances sociales de la humanidad, en particular, la defensa de los derechos humanos. Es hora de redefinir qué entendemos por “izquierda”, deslastrándola de los lastres comunistas.



[1] Desde luego esta distinción la comparte con la Alemania hitleriana. No obstante, en el caso comunista no sólo fue la experiencia de Stalin, sin la de Mao –a la que se le atribuyen todavía más muertos que el georgiano-, Pol Pot y de las dinastías Kim y Castro, en Korea y Cuba.

* Economista, profesor de la UCV

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