La geriatría: especialidad en extinción

Gustavo Coronel / Washington DC / analisislibre.org

Tengo un buen amigo que tiene 82 años, un año más que yo. Conversando con él en una mini-caminata, pues él ya no da para una caminata como la que solíamos hacer apenas dos o tres años,  me dice:
“Lo que necesito es un geriatra, chico, esa parece ser una especie en extinción. Tengo hipertensión, osteo-artritis, arritmias, una regurgitación aórtica, dolor de cintura, cataratas, una sordera parcial, poco balance al caminar, y cada uno de estos síntomas y aflicciones requiere, según la medicina moderna, un especialista. La necesidad de ir de un especialista a otro, recontando tu vida, pagando consultas y exámenes llega, precisamente, cuando uno está en peores condiciones económicas o para andar saltando de clínica en clínica, llenando interminables cuestionarios. Los médicos no parecen entender que la vejez no es una enfermedad definida, para lo cual son muy buenos, sino  una aflicción difusa, un proceso de desintegración”. Cambió de idioma para decirme: “Old age is like falling apart”.
Lo que me dijo mi amigo me recordó lo que nos decía el lúcido nonagenario Arturo Uslar Pietri: “La vejez es un naufragio”. El novelista Phillip Roth era más duro aún: “La vejez no es una batalla, es una masacre”. Los ancianos aprenden que el envejecimiento es una acumulación de pérdidas y requieren hacer, para conservar su ecuanimidad, un continuo balance entre la alegría por lo que aún se tiene y la tristeza por lo que ya se ha perdido.
Casualmente había estado leyendo un libro de un brillante médico joven de origen hindú, Ataul Gawande  (“Being Mortal”, Metropolitan Books, 2014), lleno de compasión por este fenómeno, por lo cual aproveché para tratar de consolarlo, sabiendo que eso es probablemente la principal necesidad de quienes ya parecen haber entrado en la etapa final de sus vidas.
 Le conté lo que dice Gawande sobre un paciente de nuestra edad que va al geriatra, quien le pregunta que le sucede. Responde: “Nada en especial. Mi médico principal me sugirió que viniera a verlo.  Tengo artritis, hipertensión,  glaucoma, me operaron de cáncer del colon hace seis meses, ha aparecido un nódulo en un pulmón que podría ser de lo mismo, pero –de resto – estoy bien”. El medico lo examinó y le pidió que se quitara los zapatos y las medias. Le examinó los piés con suma atención. Y le dijo: “hoy por hoy esto es lo más importante, sus piés. Cuídelos con esmero, haga que le corten las uñas, elimine los callos y la sequedad de la piel, cámbiese las medias todos los días y los zapatos con frecuencia.   De todo lo que usted tiene,  el peligro mayor para usted es el de una caída, sobre todo porque usted toma pastillas anti-hipertensivas que generalmente producen mareos y afectan el equilibrio”. Y, al final, le dijo: “coma bien, haga ejercicios moderados, ríase con frecuencia y venga a verme de nuevo dentro de seis meses”.
Ese geriatra, dice el Dr. Gawande, no le prestó tanta atención a los diversos síntomas y aflicciones, algunos – como el nódulo pulmonar – bastante alarmante,  como a tratar de prevenir lo que podría ser fatal para un anciano en cualquier momento, una caída. Su misión, pensó, era mantener lo más alta posible la calidad de vida de sus pacientes, la cual está intimamente conectada con la habilidad del anciano para valerse por si mismo.
Y es que el miedo fundamental del anciano no es tanto a la muerte como a la invalidez, la pérdida de la facultad de valerse por sí mismo. Le tiene terror a los asilos, a la vida en esos centros necesariamente impersonales, donde la persona se va apagando poco a poco en compañía de otros en similar situación. La vejez no es tanto una enfermedad como una acumulación de pérdidas de facultades: oir, ver, poder agacharse, treparse a una escalera o comer sin atragantarse debido a la lordosis progresiva que acompaña la ancianidad. El anciano con lordosis que mira hacia adelante en realidad está actuando como si alguien más joven mirara hacia arriba y así no es fácil comer sin atragantarse. Por ello es que el anciano aprende a comer viendo hacia el plato, lo cual le da un aspecto tristón.
Hoy en día ya se sabe que el envejecimiento es un proceso programado geneticamente. Ello explica el por qué algunos ancianos se mantienen razonablemente bien por algún tiempo y de repente se les viene el viejo encima. No es que sus órganos se deterioren con el uso sino  que colapsan subitamente, como si hubiesen estado programados para durar un cierto número de años, meses y días.
Aunque soy más joven que mi amigo, un año menos, y me siento mejor que él, sé que ando por territorio minado y trato de ponerme, todos los días, crema en los pies.

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