La lección de Mandela al castrochavismo

 

  

[box_dark]Encarcelado, Mandela pronunció un discurso en que abogaba por una «sociedad democrática y libre en la que todo el mundo pueda vivir en armonía y con igualdad de oportunidades». [/box_dark]

Fabio Rafael Fiallo *

Una eternidad. Veintisiete años, el tiempo que generalmente dedica el común de los mortales en la edad adulta a formar un hogar, procrear y educar hijos y elegir una carrera que le permita prosperar, fue el que pasó Nelson Mandela encarcelado por haberse opuesto al régimen racista y opresor del apartheid y por combatirlo con gallardía y sin doblez.

Veintisiete años que hacen de Mandela el disidente político que más tiempo ha durado en prisión, si se excluye al famoso «plantado» Mario Chanes de Armas, quien vivió nada menos que treinta años en condiciones execrables en los calabozos de Fidel.Al igual que los plantados cubanos, Mandela hubiera podido ver su pena reducida o conmutada si hubiese aceptado transigir, renunciar a su lucha y poner de lado su compromiso político. Pero como los plantados cubanos, Mandela tuvo el coraje de decir no y de aceptar un encarcelamiento tan interminable como injusto, a fin de vivir libre interiormente y en paz con su conciencia.

Esos veintisiete años hubieran podido agriar al prisionero símbolo de la lucha contra el apartheid, induciéndolo a demonizar, acosar y perseguir al conjunto de sus adversarios al estilo de un Mugabe en Zimbabue, de un Castro en Cuba, o de un Chávez en Venezuela.

Pero en vez de ello, Mandela dio prioridad al bienestar de su pueblo y enarboló la bandera de la concordia y la reconciliación nacional.

Lo que hace más interesante aún la comparación con los autócratas de Zimbabue, Cuba y Venezuela, es que Mandela sale del mismo molde ideológico que ellos. Pues Mandela fue comunista en su juventud. En la pared detrás de su escritorio de abogado en la época anterior a la prisión, colgaban sendas fotos de Lenin y Stalin.

Pero Mandela optó por observar la realidad por encima de los atavismos ideológicos. Tras las rejas de la cárcel, digería las noticias que le llegaban a propósito de Solzhenitsyn y el gulag soviético, de la Revolución Cultural de Mao, de los trabajos forzados en las UMAP del castrismo. Tuvo en cuenta que el socialismo fracasaba en todos y cada uno de los países en que fue implantado.

Y Mandela comprendió. Se dio cuenta de que no era eso lo que convenía instaurar en su país a la caída del apartheid.

Es esa lucidez histórica, esa maduración política, esa amplitud mental, lo que distingue a Mandela del castrochavismo.

Cuando llega al poder, en vez de erigir paredones de fusilamiento, promulgar leyes habilitantes o encarcelar a juezas por aplicar la legislación del país, Mandela instituye la Comisión de la Verdad y la Reconciliación a fin de cerrar pacíficamente el capítulo del apartheid.

Hoy, Mandela pasa a la historia como alguien de la arcilla de un Gandhi y un Havel.

El legado que deja a la posteridad, que lo define políticamente y enaltece su figura, es el hecho de haber basado su gestión, no en brigadas de respuesta rápida ni en comités de defensa de una supuesta revolución, ni en acosos a dirigentes de la oposición y de la prensa independiente, ni en la monopolización de las ondas de radio y televisión, sino en la reconciliación nacional y la construcción de la democracia y la libertad.

Con el transcurso del tiempo, la imagen de Mandela seguirá ganando estatura y esplendor. Muy diferente será la suerte de Castro en Cuba y Chávez en Venezuela. En efecto, en estos dos países, cuando la historia oficial quede triturada por la objetividad y la ecuanimidad, lo que ha de seguir es una espeluznante elucidación del desastre económico, político y social del que el socialismo cubano-venezolano se ha hecho causante y responsable.

En un discurso en que explicaba su decisión de no continuar en el poder después de haber completado su mandato presidencial, Mandela declaró: «No quiero que un país como el nuestro sea gobernado por octogenarios». Y cumplió su promesa.

¡Qué contraste con una gerontocracia castrista que cree que la isla le pertenece hasta la desaparición biológica! ¡Qué contraste también con un Hugo Chávez que afirmó que no se postularía de nuevo después de 2006 y sin embargo le dio más tarde la espalda a su promesa! [1]

Cierto, Mandela fue amigo de Fidel y de Gadafi. Pero dicha amistad no lo condujo a seguir sus pasos. Por convicción ética y lucidez intelectual, supo dejar de lado esos vínculos políticos y concentrar su acción gubernativa en el afianzamiento de la democracia y la libertad.

Encarcelado, Mandela pronunció un discurso en que abogaba por una «sociedad democrática y libre en la que todo el mundo pueda vivir en armonía y con igualdad de oportunidades». Cuando se observa la represión rampante que ha padecido el pueblo cubano durante 54 largos años, y la intimidación sistemática que en Venezuela ejerce el chavismo en contra de la oposición, la prensa independiente, el sector empresarial y quienes osan manifestar públicamente su descontento, es menester concluir que el castrochavismo se sitúa en las antípodas de la escala de valores y de la estirpe del padre de la democracia sudafricana.

* Economista y analista dominicano, es-funcionario de la ONU

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