La reina que llegó en paracaídas

En pocas palabras.
Javier J. Jaspe /Washington D.C. 
Análisis Libre 

 La ceremonia inicial de los juegos olímpicos de Londres demostró que la reina, Elizabeth II, al realizar su entrada mediante un acto simulado de paracaidismo acompañada del agente 007, James Bond (Daniel Craig), el famoso personaje inglés de la pasada “guerra fría”, tiene de sobra sentido del humor cuando las circunstancias así lo requieren. Mientras veíamos la ceremonia y disfrutábamos al ver en la pantalla, entre otros, a J.W. Rawlins, Beckham, Mr. Bean, Sir. Simon Rattle, Sir. Tim Berners-Lee and Sir Paul McCartney, los divertidos números musicales y personajes de ficción que identifican íconos de la cultura inglesa, así como los cientos de personas que allí participaron, incluidos los candorosos niños que poblaron la escena, no dejamos de imaginarnos que al hacer su supuesta caída en paracaídas sobre el lugar donde se escenificaba la ceremonia, posiblemente la reina hubiera aprovechado para echar a volar su pensamiento y recordar algunos de los asuntos que en alguna medida y por estos tiempos ocupan al gobierno ingles y/o a ella misma como soberana británica.

El costo del acto de inaguración mismo, cuya organización se debió a la genialidad de Daniel Boyle, famoso director de cine británico y ganador del Oscar de Hollywood por su película Slumdog Millonaire (2008), cifrado en unos 27 millones de libras esterlinas, o sea, unos 42 millones de dólares, no deja de llamar la atención. A pesar de que este costo sería sustancialmente menor que el de la inaguración de la olimpiada de Beijing (65 millones de libras esterlinas, o sea, unos 102 millones de dólares), sorprende que se decidiera gastar tanto en una noche londinese, en momentos que la Unión Europea enfrenta una de las más graves crisis económicas que la region ha tenido en los últimos años. Entonces, es posible que haya predominado la idea de que las olimpiadas vienen a constituir para la gente, junto con lo que significó a menor escala la reciente contienda por la copa europea de futbol, un marco propicio para evadirse temporalmente de los rigores y efectos de las dificultades económicas.

En el orden interno, no son pocas las preocupaciones que ocupan al liderazgo inglés en la hora presente, como el creciente desempleo, baja en la productividad industrial y aumento de la conflictividad social. Valga, por ejemplo, mencionar, que el próximo mes se cumple un año de las violentas manifestaciones que se produjeron en Londres y otras ciudades inglesas en agosto de 2011. Otro tanto, puede decirse de las amenazas de terrorismo mantenidas bajo control gracias a los esfuerzos de las fuerzas de seguridad inglesa, pero que siempre constituyen un peligro potencial, por la presencia de elementos del extremismo fundamentalista, como se puso de relieve en las bombas del año 2005 que estremecieron a Londres y cuyas víctimas fueron también recordadas durante el aludido acto inaugural de las presentes olimpíadas.

Por si lo anterior no basta, piensese, entre otros, en los problemas de carácter internacional derivados de la participación de fuerzas militares inglesas en la guerra de Afghanistan; la creciente carrera de Irán en el fortalecimiento de sus armas convencionales que ya podrían estar en condiciones de vencer a la armada de las fuezas occidentales en el golfo de Ormuz, así como el significativo avance logrado por dicho país en sus gestiones para procurarse armas nucleares capaces de amenazar la seguridad de Europa y Estados Unidos; y en la agudización del conflicto en Siria, el cual ya cuesta varios millares de víctimas y amenaza con prologarse y posiblemente extenderse a otros países. Esto, sin contar, la fuerte disminución de la esfera de influencia inglesa en Asia y Africa, debido principalmente al mayor crecimiento economico operado en los países del sudeste asiático y el mayor papel que ya ocupa China en dichas regiones y en otros países del mundo, incluido algunos de la zona latinoamericana.

Pero, lo más inmediato no podía pasar desapercibido. Nos referimos al futuro de la monarquía, tan cuestionada en los últimos tiempos, por el peso que representa en los presupuestos de los países europeos en el contexto de la crisis. Este podría ser el principal motivo de atención para la reina, ante la reciente enfermedad del Duque de Edimburgo y la necesidad de garantizar una sucesión que pueda responder a los retos que tiene planteada la monarquía inglesa en los años por venir. La alternativa de una sucesión por parte de su hijo Carlos, el Principe de Gales y la Duquesa de Cornwall, o una abdicación de la corona en su nieto Guillermo y la Duquesa de Cambridge, resultaría lógico que se presentara en su pensamiento, al imaginarse en su aterrizaje peligroso en tierra con su paracaídas, al lado del siempre fiel James Bond.

En pocas palabras, por su calidad y por ser genuinamente representativo de la cultura inglesa, el acto de inauguración de las olimpiadas londinenses, llamado con razón por sus organizadores, Islas de Maravilla (Isles of Wonders), nombre tomado de la obra La Tempestad de Shakespeare,  permanecerá gratamente por largo tiempo en nuestra memoria. La importancia que tienen los asuntos arriba indicados, en alguna medida pudieron haber ocupado el pensamiento de la soberana inglesa mientras descendía imaginariamente en paracaídas, o haber causado que mantuviese un rostro serio y circunspecto en el transcurso de la ceremonia. En cualquier caso,

algunos de estos asuntos probablemente ocuparán su atención personal en el futuro o podrían ser parte de la agenda en sus periódicas reuniones con el Primer Ministro David Cameron. Veremos…

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