La Reinvenciòn de los Impostores

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Susana Seleme Antelo*

La soberbia y el delirio llevan a los dictadores a insistir en la pretensión de imponer a “los otros” su particular visión del poder, del Estado, de la política, de la economía, de la sociedad y sus múltiples determinaciones, siempre en movimiento, aunque ellos creen que es estática. El materialismo dialéctico, si alguna vez lo leyeron,  lo han tirado al basurero.
Si los dictadores bolivianos, Evo-Morales-García Linera y compañía, creen merecer “un segundo   tiempo”, en realidad un cuarto, es porque pretenden la reproducción continua e indefinida de su poder; ya porque se acostumbraron a abusar de él;  ya por el uso “vicioso”, vía la corrupción, de la riqueza que generó la sociedad boliviana en su década de bonanza
Al cabo de 10 años, esa reproducción ha devenido en pulsión totalitaria, nunca satisfecha. Es decir, se ha convertido en “totalización de la política”, como afirmaba Hannah Arendt, bajo el exceso de la dominación autoritaria, del empleo (in)justificado de la violencia, del desconocimiento del Estado de Derecho y sus atributos, de la negación de la ética en la práctica política, del derecho a la libertad  de conciencia, de expresión e información y de acciones comunicativas.
El uso de la violencia, en cualesquiera de sus formas,  “constituye una limitación política”, decía Arendt, pues se producen “al  margen de la esfera política”. Esta debe nutrirse de compromisos, concesiones, diálogos, acuerdos y también en la lucha por el poder del Estado, que más allá de intereses diferentes y antagónicos, pueden encontrar una forma de convivencia, respetando las  instituciones de la democracia.  No hacerlo, en su forma más radical, lleva a la concentración total del poder,  como en la Bolivia de Morales. Es decir, a la concentración-confrontación que les ha hecho perder el respeto a las normas sociales y a leyes que protegen los derechos individuales y colectivos de los ciudadanos.
En la frenética reinvención de si mismos como políticos adictos al poder,  conviven entre dos espejos rotos, sin ver las distorsiones de su propia imagen, mezcla de tragedia represiva y comedia populista. Morales, García Linera, Juan Ramón Quintana y otros, que se hacen pasar por hombres de izquierda –en todo caso, la estalinista totalitaria, no la izquierda democrática- han perdido el contacto con la realidad bajo el autoritarismo y el ejercicio del poder sin contrapesos.
Nada indica que vayan a cambiar, o que haya terminado la sangría política y social que sufre Bolivia por la violación a los Derechos Humanos y al Estado de Derecho, sobre todo el manejo represivo y arbitrario  del poder judicial. Sin temor a equivocaciones, la administración de justicia en el país puede ser comparada con la Inquisición.
Aquí, el Ministerio Público decide a quienes quema, no en la hoguera, todavía, sino en las fauces de abogados, jueces y fiscales subordinados al poder político y al Ejecutivo, una vez desterrada la independencia de los tres poderes que hacen a una democracia republicana.
La práctica violenta es el pan de cada día, desde La Calancha, Porvenir, el Hotel Las Américas, Caranavi, Tipnis, la vulneración del derecho a elegir y ser elegido en Beni, los juicios al dirigente de oposición Ernesto Suárez, así como los manotazos contra la libertad de prensa, la persecución a periodistas y a toda voz que critique al régimen, entre ellas Iglesia Católica. Demasiado muertos.
Hoy somos testigos de la despiadada sordera del régimen frente a los discapacitados,  quienes ahora marchan con ramos de flores en sus sillas de ruedas o sus muletas, para que la policía no los reprima y  gasifique como a criminales.
La sangría  continua con  saña contra el abogado Eduardo León, que defendió a Gabriela Zapata, la encarcelada excompañera sentimental de Morales. Un editorial del New York Times, calificó el presidente boliviano como “el cruel examante de Bolivia” (Página Siete. La Paz 26.05.16)  Él, bien gracias, pero León ha quedado en indefensión sin garantías constitucionales ni debido proceso, mientras el tráfico de influencias con la empresa china CAMC, se hizo gas en los enjuagues amorosos y  millonarios para que Zapata calle. Calló a costa de León, convertido en chivo expiatorio. Para no caer en la rueda represiva sinfín, el periodista Carlos Valverde, quien denunció  el tráfico de influencias, se puso a buen recaudo y salió del país. Los presos y exiliados políticos suman y siguen.
Y así como los dictadores se reinventan desde el poder venal, los hombres de Morales reinventan un nuevo proceso contra el gobernador  cruceño Rubén Costas, por un hecho que ya  fue juzgado y del cual salió liberado. Otra vez el arraigo y la multa. No conformes, activan un bloqueo político en su contra, en una zona neurálgica del departamento, por demandas ya satisfechas.
Las actuales arremetidas, al son de la “guerra moral” que presagia  el Vice contra el régimen, desde la oposición,  y el horripilante  himno castrense a Morales, son una vuelta de tuerca más hacia el poder total. En los análisis post  NO del 21F pasado -contra el referéndum re-re-reeleccionista de la dupla de marras- se barajaba una descomposición de las relaciones entre el poder político y la sociedad, entre otras razones, por venganza de los derrotados:  no admiten que haya ganado el NO.
Y como no lo aceptan, los dictadores pretenden reinventarse con un nuevo referéndum,  o la modificación de la Constitución, o una cumbre de justicia y alguna otra argucia para reproducirse en el poder. De la sociedad boliviana, de sus instituciones democráticas, aunque estén destartaladas por los zarpazos de los dictadores,  y de la oposición política, depende que lo logren o  NO.

* periodista, politóloga, Bolivia

La reinvención de los impostores

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