Reflexiones en la fila (Juan José Monsant Aristimuño)

  Juan José Monsant Aristimuño

           La dama que estaba a mi lado me dijo con cierta ingenuidad pero con sinceridad y convencimiento; en realidad,  más que ingenuidad era una auténtica expresión naif que terminó por conmoverme, «Ustedes los venezolanos han sido como nuestros hermanos mayores, siempre han estado ahí. Primero durante la guerra apoyando la democracia, luego en los Acuerdos de Paz y, ahora con esto del ALBA».  El escenario no podía ser más propicio, como abuelo asistía a un acto de Navidad de mis dos pequeñas nietas organizado por el colegio; ella, madre de 4 niños me asombró por su juventud y el análisis con el que proseguía el diálogo, mientras esperábamos que abrieran las puertas del amplio salón donde se desarrollaría el acto.

Era muy pequeña cuando Napoleón Duarte fue presidente, pero lo conoció porque eran del mismo pueblo, supo de su exilio, su retorno y el apoyo que le brindó Luis Herrera Campins, por aquél entonces presidente de Venezuela y su compañero militante de la democracia cristiana. De los buenos tiempos, cuando la democracia cristiana constituyó una propuesta política equidistante del marxismo y del capitalismo, pero que terminó en el desván de la historia. Quizá porque, como sentenció un amigo mientras tomábamos un café, observando el ir y venir de las singulares caraqueñas: el problema de los socialcristianos es que no tienen un modelo económico, es una filosofía, por eso se enredan cuando llegan al poder y saben dirigir la economía.

Esa misma noche, por casualidad me escribe desde Washington el periodista José Emilio Castellanos, uno de los grandes estudiosos de la música del Caribe y de los orígenes del bolero, además fue uno de los pocos profesionales de la prensa que entró con los sandinistas en 1979 con la toma de Managua; así que tiene historia, kilometrajes recorridos como decimos. Y lo que son los buenos amigos, más allá de la distancia y el tiempo; su contacto fue para hacerme un fraterno reclamo por las opiniones que había emitido hacia Michelle Bachelet y mi parcialidad hacia Evelyn Mathei. Le di la razón, pero » es que si es a acabar a Chile como hizo Chávez con Venezuela, ahora que se coaligó con el partido comunista, no puedo apoyarla; además estoy convencido que es marxista, y ellos parten del estatismo convertido en totalitarismo. Es decir, fascismo puro, intolerancia, purgas y persecución», le respondí a manera de explicación.

Todo viene al caso por la primera conversación que se desarrollo mientras hacíamos  fila, la actual situación política en El Salvador, y por extensión en Chile. Son otros tiempos, otras situaciones, otra generación. Chile no es la de Allende, la de Pinochet ni de la Concertación Democrática; tampoco El Salvador es la del Mozote, la ofensiva final o de la FAPU. No existe la Guerra Fría, y el proyecto de Fidel Castro y el Che Guevara de convertir América en uno, dos, tres Viet Nam quedó en lo anecdótico del discurso incendiario, mientras Cuba lucha desesperadamente por salir, con cierta dignidad y salvaguardando la seguridad económica de su nomenclatura, del embrollo histórico en que se metieron cuando bajaron de la montaña, tomaron el poder y prometieron la construcción del hombre nuevo, que hoy se ve precisado a huir del paraíso comunista en precarias balsas en busca de una libertad que les he desconocida.

Por otra parte, la observancia del caso de Venezuela, para un marxista convencido, no deja de causarle escalofrío a pesar de los discursos, expropiaciones y su antiimperialismo focalizado en los Estados Unidos, que convive con el mayor saqueo y frivolidad que haya conocido América realizado por gobierno alguno, desde 1492 para acá. Y a pesar de los inmensos recursos a fondo perdido desviados hacia la ALBA, los países y movimientos afines al régimen venezolano deben sospechar que más que una expresión revolucionaria de solidaridad, es una inversión geopolítica para garantizar votos en los organismos internacionales que logre encubrir una vulgar dictadura militar, caricaturizada en socialismo.

De modo que, en realidad, se desdibujan los dogmas ideológicos frente a la experiencia histórica. No existe régimen alguno que en nombre del capital, el hombre nuevo, la religión o la raza haya podido obtener un resultado satisfactorio para la vida diaria del hombre y su bienestar material, sicológico o espiritual sustentado en la pérdida de la libertad y la exclusión del otro que supone el fundamentalismo religioso o ideológico. Ni ha existido régimen alguno que haya podido sustituir el modelo democrático sustentado en el Estado de Derecho, la separación de los poderes públicos, el respeto a la pluralidad y los derechos individuales, hoy extendidos a los valores de  transparencia y control de los actos gubernamentales.

Por lo pronto en estas fechas propicias para recordar que somos hombres nacidos para la convivencia y el logro de la felicidad, me permito desearles a los salvadoreños, a los directivos, periodistas, trabajadores y compañeros columnistas de este diario, el mejor de los futuros.

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