Rusia-Ucrania y la nueva Guerra Fría

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Pedro F. Carmona Estanga

El mundo se encuentra al borde de una crisis sin precedentes en tiempos contemporáneos, quizás solo comparable a la crisis de los misiles en Cuba en octubre de 1962, en épocas de J.F. Kennedy y de Nikita Kruschov, oportunidad en la cual el mundo estuvo al borde de un holocausto nuclear.  

Al momento de escribir estas líneas, Estados Unidos asegura que Putin prepara una inminente invasión a Ucrania, en cuyos preparativos ha logrado cercar a ese país con tropas, armamentos, además de realizar ejercicios militares con su aliado y vecino, el déspota de Bielorrusia Alexandr Lukashenko, quien encarna los últimos vestigios del estalinismo en Europa oriental.

Tras la disolución de la URSS en 1990 surgieron 15 repúblicas independientes, reconocidas a través del Tratado de Belavezha, firmado en diciembre de 1991 por el presidente ruso Boris Yeltsin, y por los jefes de Estado de Ucrania y Bielorusia. Así se puso fin al Tratado de Creación de la URSS y a la Guerra Fría, dando nacimiento a una unión voluntaria: la Comunidad de Estados Independientes (CEI), integrada por 11 de las 15 naciones que formaban la antigua URSS. La membresía de la URSS a la ONU y al Consejo de Seguridad, quedó en ese momento reemplazada por la Federación Rusa. Los otros 14 Estados ex URSS fueron también admitidos como miembros de la ONU, entre ellos Ucrania, que sustituyó por este el antiguo nombre de República Socialista Soviética de Ucrania.

Ucrania se constituyó así en Estado soberano e independiente el 24 de agosto de 1991, bajo un modelo democrático de economía de mercado, y un proceso de “descomunización” en la década de los noventa. En el presente siglo, Ucrania adelantó negociaciones para un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, dando origen a fuertes presiones de Rusia para impedirlo, y para que Ucrania formara parte de una Unión Aduanera Eurasiática. Dichas presiones condujeron a que el presidente ucraniano Yanukóvich rechazara en 2013 el acuerdo con la Unión Europea para acercarse a Rusia, provocando protestas populares que congregaron a cerca de un millón de personas, las cuales fueron reprimidas duramente por el régimen de Yanukóvich; pero al final forzaron su huida a Rusia y la formación de un nuevo gobierno. La debilidad del país fue aprovechada por Rusia para ocupar la estratégica península de Crimea en el Mar Negro, y promover movimientos separatistas en la región de Donbass al este de Ucrania, donde Rusia anhela anexionarse las repúblicas independientes de Donetsk y Lugansk, que concentran la población ucraniana prorrusa. El plan estaría orientado a una ocupación militar rusa del Donbass, para luego reconocer la soberanía de dichas repúblicas, como paso previo a su incorporación a la Federación Rusa. El conflicto armado entre las fuerzas del Estado ucraniano y los independistas prorrusos ha dejado un saldo de 13.000 muertos, 30.000 heridos, 1.4 millones de desplazados, y 3.4 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria.

En el trasfondo de las tensiones, como en 2013, Rusia busca impedir el acercamiento de Ucrania a Occidente, y en especial la posibilidad de que esa nación sea admitida como miembro de la OTAN, y mucho menos un acercamiento a la Unión Europea. Actualmente son miembros de la OTAN varios países que estuvieron bajo la órbita soviética, como son Chequia, Letonia, Lituania, Estonia, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Bulgaria, Rumania, Croacia, Albania, Montenegro y Macedonia del Norte. De allí la obsesión rusa de que Ucrania no sea jamás miembro de la OTAN, aún a costa de una eventual invasión a ese país. Sin olvidar que Ucrania es un país industrializado, que está entre los primeros del mundo en la producción de cereales, minerales, hidrocarburos, carbón, turbinas para centrales nucleares, petroquímica, material de defensa, y es el primero en Europa en tierras cultivables.

Estados Unidos y la Unión Europea amenazan a Rusia de que, si invade a Ucrania, todas las opciones estarían sobre la mesa. La diplomacia internacional ha estado activa en las últimas semanas, con entrevistas de líderes como el presidente Macron de Francia y el Canciller alemán con Putin, amén de las reuniones del Secretario de Estado estadounidense Anthony Blinken con el Canciller ruso Serguei Lavrov, ello sin resultados aparentes. Ello por cuanto Rusia exige un compromiso firme sobre la no adhesión de Ucrania a la OTAN, llegando al extremo de plantear que la membresía de países vecinos que son miembros de la OTAN, se retrotraiga a la situación previa a la disolución de la URSS, posición que es considerada como un imposible por Occidente, pues son hechos cumplidos, y corresponde a Ucrania el derecho a decidirlo soberanamente.

En otras palabras, Rusia se esmera en garantizar un anillo de seguridad con países aliados, como es el caso de Bielorrusia, Kazajstán, Azerbaiján y naciones vecinas, además de promover la presencia ilegal de tropas en Georgia (Abjasia y Osetia del Sur) y Moldavia. En suma, Putin, nuevo Zar de Rusia, basa su liderazgo en la recuperación del papel del imperio ruso, y en resarcir el orgullo mancillado de la “Madre Rusia” (Mátushka Rossiya), tras el derrumbe de la URSS. Putin ha llegado al extremo de expresar que la disolución de la URSS fue una tragedia, con lo cual revela su visión proclive a una recuperación del poder imperial de su país, y del área de influencia en espacios geopolíticamente estratégicos. De otra parte, bajo el afán de hacer contrapeso a Estados Unidos, Putin afianza alianzas con las causas más oscuras del planeta, como son las relaciones privilegiadas con los regímenes despóticos de Bielorrusia, Siria, Irán, Venezuela, Cuba, Nicaragua, y con la poderosa China.

En el caso del régimen dictatorial de Nicolás Maduro, y antes el de Chávez, el apoyo no solo ha consistido en la venta de enorme cantidad de armas modernas, responsables de la cuantiosa deuda de Venezuela con Rusia, sino que ha generado desequilibrios armamentistas con los países vecinos.  Ello ha movido a Colombia a exigir garantías a Rusia que la presencia de asesores o contingentes militares en territorio venezolano, y el armamento suministrado a ese país, no caiga en manos de los grupos irregulares que hacen vida en Venezuela, o que no sea eventualmente utilizado contra Colombia. Putin ha declarado en repetidas ocasiones que Rusia no dejará sola a Venezuela, mostrando una cuestionable incondicionalidad, agravada con la amenaza proferida por el Canciller ruso, aunque solo haya sido a manera de chantaje, de que, si Ucrania se aliaba con Occidente se defendería, y su país enviaría contingentes militares a Venezuela y a Cuba.

Estamos pues en el ojo de un poderoso huracán, al cual se suma China al apoyar las posturas del gobierno de Putin, agravando la delicada crisis geopolítica, amén de marcar una realineación de fuerzas entre Oriente y Occidente, y entre democracias y autocracias en el mundo. Rusia es sin duda un poder militar y energético, como queda demostrado con la dependencia europea del suministro de gas ruso, pero no es una potencia económica. Es así que la economía rusa representa apenas la décima parte de la economía china o estadounidense. A su vez, EEUU está dispuesto a suministrar gas a Europa para atenuar el aumento de los precios de la energía, y la vulnerabilidad de su matriz energética. Entre tanto, Europa acelera la transición hacia energías limpias para reducir dicha dependencia, además de considerar la cancelación del controversial gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania a través del Mar Báltico. Ojalá, en fin, que esta compleja crisis sea resuelta sin llegar a un escenario de guerra, cuyas consecuencias serían nefastas para la humanidad entera.

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