Vainas de Betancourt

 

Ricardo Escalante, Texas

 Hay personajes que logran dimensión especial por su habilidad y firmeza para proyectar sus ideas. Rómulo Betancourt fue uno de ellos se convirtió en la figura más importante de Venezuela en el siglo XX por su decisión para promover una sociedad políticamente plural y democrática y, de esa misma manera, se proyectó continentalmente como luchador contra los regímenes autoritarios de derecha e izquierda.

 En los años sesenta, cuando Fidel Castro y su gobierno prometían paraísos terrenales que encantaban a las juventudes de muchos países, Betancourt se erigió en pieza clave para enfrentar las invasiones de grupos subversivos que La Habana auspiciaba.  Más allá de sus dos gobiernos y del combate a los extremismos, la gran obra de este hombre consistió en la creación del partido más importante de la historia venezolana, así como en su decidida promoción de un sistema de organizaciones políticas democráticos, que con el paso del tiempo se resquebrajaron y vinieron abajo por razones que no vienen al caso en este artículo.

 Escribo esto porque al caminar una de estas mañanas primaverales en un parque del pueblo texano en que vivo, me encontré con un amigo de Costa Rica siempre interesado en política latinoamericana, que me habló del gran civilista Pepe Figueres y su relación amistosa y política con RB.  El gran éxito de Figueres fue haber eliminado el ejército de Costa Rica, decisión sabia que se ha mantenido a pesar incluso de ciertos atropellos de un vecino supuestamente nacionalista y revolucionario.

 Días después de aquella conversación, mi amigo me envió por correo un libro publicado por Seix Barral en 1979, titulado Rómulo Betancourt, El 18 de octubre de 1945, acompañado de una tarjeta personal que decía “para que veas las vainas de Betancourt”. En ese libro que reúne unos cuantos trabajos breves de RB, encontré un artículo de prensa fechado en enero de 1944, en el cual sostenía que aunque un Presidente tuviera rango de general, automáticamente dejaba de ser militar en estricto sentido del concepto, por el hecho de desempeñar la jefatura del Estado. Y con vehemencia condenaba el “hervidero de ambiciones militaristas” y defendía la tesis de que “Venezuela, como Nación, no es un cuartel, aun cuando se atribuya ese concepto al Libertador”…

 En otro artículo de septiembre de 1941, el político venezolano describía a los gobernantes militares como orgánicamente incapacitados “para entender la política y la administración de un país como diálogo con los gobernados”.  Dado que la cultura del militar necesita estar especializada en la técnica bélica, Betancourt pensaba que casi siempre los hombres de las Fuerzas Armadas carecían de los conocimientos amplios requeridos por el gobernante moderno.  Son ideas que nunca pasan de moda.

 Más contundente no podía ser con su advertencia de que “transigir ante los reclamos de la opinión, admitir expresa o tácitamente que se ha errado, torcer el rumbo cuando el que se trajina desagrada a la mayoría de la colectividad, son principios del arte de gobernar difícilmente compatibles con la mentalidad forjada en el mando de tropas”…

 Por esas vainas antimilitaristas de Rómulo Betancourt y por el acierto que había tenido Pepe Figueres al transformar a Costa Rica en el primer país del mundo sin ejército, probadamente pacífico y democrático, mi amigo me hablaba aquella mañana sobre hechos y personajes que el tiempo no puede borrar.

www.ricardoescalante.com

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