Asesinar el mensajero y vender el sofá

 Germán Gil Rico / Analítica.com 

Los regímenes totalitarios, cualquiera sea su barniz ideológico, tienen común accionar frente a situaciones que, por ignorancia e ineptitud de sus operadores, no saben como resolver

Cercenar los derechos ciudadanos figura de primero en la prelación de fechorías a realizar por fascistas, nacionalsocialistas, comunistas o falangistas, una vez asaltado el gobierno. Todos acudieron a la fuerza y al engaño para implantarse y sostenerse. En tales menesteres el castrocomunismo, versión latinoamericana del stalinismo, es cátedra ineludible para cuanto mediocre y fracasado, metido a golpista y político, ha capturado el poder.

Quienes ejercen el periodismo están obligados a informar de todo cuanto ocurre en el ámbito que les corresponde cubrir. Así de lo humano y lo divino, de los acontecimientos sociales y deportivos, de éxitos y fracasos del gobierno o de la oposición, de hechos delictivos incluyendo la corrupción administrativa. Los comunicadores, como hoy se les denomina, no ejercen la profesión para alagar, denostar ni cantar loas a ningún actor político. Eso sí, están en el deber ciudadano de, con la mayor objetividad, denunciar errores, felonías, falencias, atropellos y desmanes, la utilización de los medios y dineros públicos en beneficio propio o de la parcialidad política gobernante, como también de la salud mental y física del presidente, aun cuando sea un Comandante Bellaco en Jefe. A mi modo de ver el periodista es el mensajero natural de la sociedad que entera al gobernante de los yerros de su gestión y del efecto negativo de políticas desacertadas que adelanta o, incluso, que se propone desarrollar.

Por supuesto que el stalinismo light, que nos gobernó constitucionalmente y trastocó en usurpador a partir del 10-01-2013, no puede ser diferente a sus mentores y guías. De allí que, a lo largo de 14 años, haya sido una constante la criminalización de la información veraz sobre el derrumbe moral y físico que, por supuesto, no satisface el narcisismo del Comandante y, en primer término el de los reconocidos criminales Fidel y Raúl Castro, que lo monitorean a placer. Prueba fehaciente, los microprogramas con apariencia institucional, que inducen al culto a la personalidad con todas sus derivaciones y a la auto-censura impelida en la amenaza de clausura o la deflagración. Todo lo cual se traduce en que, para sobrevivir, los regímenes totalitarios requieren de la contaminación derivada del crimen. Asesinar el mensajero.

También es usual en los gobiernos totalitarios vender el sofá. ¿Quién no conoce el chiste? Fritz, el “cornuto”, vendió el sofá. Bueno, en esta ocasión no se trata de un chiste. La incompetencia para algo distinto a sembrar odios, demostrada por el Bellaco en Jefe de quien nadie sabe si está vivo o muerto, o si deambula como uno de mis coetáneos guatireños a quien apodábamos “muerto-vivo”, o como el “Espíritu burlón” al que cantara el extraordinario Beny Moré. Repito, su incompetencia hizo posible que Iris Varela, quien debe ostentar inmenso cero en cada una de las materias cursadas para hacerse de un título universitario, trepara hasta la magistratura de un Ministro para lo que sea y en su caso para el de Asuntos Penitenciarios.

Los resultados son más que notorios. Desde su posesión se han cosechado más de 800 muertos en eventos sangrientos dentro de los penales. Esos antros donde son enchiquerados quienes tienen la desventura de caer en manos de la “justicia” en esta etapa del Socialismo del Siglo XXI. Las cárceles venezolanas tienen capacidad máxima para, muy apretados, 9000 presos y hoy sobrepasan los 35.000. El déficit es gigantesco. Pero no se construyen nuevas cárceles. Se implosionan las edificaciones en cuyo ceno ocurren eventos tan crueles como los dados en guerras civiles o, mejor, inciviles y se trasladan a otros centros a los sobrevivientes. Y no se construyen porque eso forma parte de la “doctrina”. Se necesitan delincuentes en las calles para defender a sus pares en el gobierno. Cuando Fritz vendió el sofá garantizó su permanencia bajo techo.

Pero la vida, la sociedad asqueada, cobrará los agravios materializados en el odio social sembrado en el alma nacional y por la entrega de nuestra soberanía.

 

 

 

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