Catherine in Spanglish

por Abel Ibarra
foto Jose Emilio Castellanos
Otoño en Berkeley, VA 2006

I felt the fall falling exactly like you: like a cool breeze on my face, le dije a Catherine, una amiga americana.
Bueno, que sentí que cayó el otoño como una brisa fresca sobre mi cara, igual a como me cayó del cielo su amistad emocionante. Ella me dijo que thanks, you are so lovely y agradecí que alguien desconocido dijera que uno puede ser chévere.
Tan agradecido quedé que le escribí un poema llamado “Catherine in Spanglish”, cuya primera estrofa termina con: “Catherine es Catalina in latino”, que ella es “like an apple mordida” y le mordí la manzana. O sea, que las cosas son, según suenen en el lado del corazón donde caen las palabras conque las nombramos.
Los americanos simplifican todo para hacerse la vida más práctica. Otoño es fall porque es la estación en que las hojas de los árboles empiezan a caer muertas de frío. Yo prefiero el británico “Autumn”, que nació del “Autuno” latino, cuando los romanos se metieron porque sí en Britania. El otoño es un hiato amable entre el verano que empieza a refrescar y el invierno crudo que obliga a los gringos a despojarse de sus chancletas veraniegas y sus shorts de boy scout, para hacer la vida un poco más elegante.
Es el mismo “autumn” que Frank Sinatra nombra en una canción donde va recordando las etapas de su vida, llamada “It was a very good year”. Cuando le toca el turno al otoño, lo nombra “autumn” para decir que entró en la década de los cincuenta, que los días son más cortos, que ya no es el mismo de antes y tarará tarará.
Pero es el mismo “Autuno” que se convierte en el tercer movimiento de Las cuatro estaciones de Vivaldi. Los violines y violas arrancan con unos pizzicatos melancólicos que enfrían el alma. Los contrabajos recurren a su linaje de árboles con sus notas graves para recordarnos que el tiempo avanza inexorablemente. En Vivaldi no hay optimismo. Te clava los dedos sobre las cuerdas de los violines para ir descontándote el tiempo inmisericordemente.
No así Joan Manuel Serrat, el bueno. En la canción que le escribió a un tal “Tío Alberto” hace una apología que da miedo. Le dice que “gitano, payo pudo ser”, también que “camina sobre el bien y el mal, con la cadencia de su vals, mitad juicio, mitad mueca burlona” y así va demorando el tiempo de la canción entre elogios, por ejemplo, que a sus cincuenta años, “aún tiembla con los motores, las muchachas y las flores, con Vivaldi y el flamenco”.
Pero inevitablemente la canción avanza y toca el momento del otoño. Y allí es cuando Serrat hace una viveza poética para saltarse el destino a la torera: “Que suerte tienes, cochino, que en el final del camino te esperó la sombra fresca, de una piel dulce de veinte años, donde olvidar los desengaños, de diez lustros de amor, tío Alberto”.
Antes de nombrar el afortunado hecho, que brilla más que la “Orden de la Legión de Honor” que le dio la República Francesa a Tío Alberto, Serrat prepara el terreno con un verso esperanzador hablando del “otoño que insiste primavera”, para terminar diciendo que “el vaso de mi juventud yo lo levanto a tu salud, rey del país del sueño y la quimera”.
Catherine no tiene veinte como la de tío Alberto sino que anda en mis propios cincuenta. Pero cayó sobre mi cara como una brisa fresca, cuando ayer salí de mi casa en el primer día de este otoño que insiste primavera. Vale.

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