¿Cuánto nos parecemos a Libia y Siria?

    por Thaelman Urgelles

    El ocaso de Chávez está siendo mucho menos trágico que los de sus cofrades árabes Muammar el Gadafi y Bashar el-Asad, pero muy semejante en cuanto a la irreductibilidad de aquellos, con su resistencias fundamentalista y sus extravíos soberanistas. El horrendo final del sátrapa libio y el que parece estarle reservado al criminal sirio han sido el resultado de su inamovible fijación en tres fundamentos: la criminalización pública de sus oponentes, la sanguinaria represión contra ellos y el desconocimiento de toda instancia externa defensora de los derechos humanos.
    La situación de Chávez en Venezuela es muy distinta, como dijimos antes. Pero el que se la pueda comparar con aquellas sangrientas masacres y guerras civiles es únicamente resultado, en primer lugar, de las posiciones del comandante-presidente sobre los conflictos árabes y sus propias posiciones frente a los opositores en nuestro país. Chávez es –junto a Ahmadinejad y quizás el hampón Ortega- uno de los escasos jefes de Estado en el mundo que respalda pública e integralmente los crímenes del gobierno sirio y que respaldó los de Gadafi hasta el final y aun ahora. Y en la escala pacífica y electoral en las que se desenvuelve su contencioso con las fuerzas democráticas, utiliza los mismos tres fundamentos: criminalización, represión y rechazo de las instancias internacionales de derechos humanos.
    Las diferencias son apenas de grado, originadas por supuesto en la naturaleza distinta de los procesos. Mientras el-Asad comenzó llamando “terroristas a sueldo de potencias extranjeras” a manifestantes pacíficos y bajo ese criterio los masacró hasta convertirlos en rebeldes armados, Chávez llama “golpistas apátridas y hasta terroristas” a sus oponentes electorales; luego los reprime y amenaza, con medios más “suaves” por la naturaleza pacífica y legal que tiene nuestra contienda, para finalmente negarse a aceptar la ingerencia de los organismos defensores de los derechos humanos y salirse de ellos. Igual que Gadafi y el-Asad. La esencia es la misma, sólo se diferencian en las proporciones.
    Escribo esto, alarmado por la magnitud que ha alcanzado el crimen que nuestro gobierno apoya de modo militante en Siria. Y porque aquí se está dibujando con creciente claridad el ocaso de esta revolución, por medios cívicos y electorales. No vaya a ser que se les ocurra también aquí ejercer con violencia “la soberanía frente al enemigo externo”, considerando como tal a los millones de “apátridas” electores que se expresen el 7 de octubre. Mucho cuidado, pues.
    @TUrgelles

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