El Socialismo es una zanahoria

 

Fernando Mires

Cuando leí que Aristóbulo Istúriz -Vicepresidente de Venezuela- dijo que en su país el socialismo no está en crisis “porque todavía no hemos comenzado a construirlo”,  me vino al recuerdo la historia del caballo y la zanahoria.

Para los que no la conocen, la historia cuenta de un jinete que hacía correr a su caballo poniendo por delante una vara de la cual colgaba una zanahoria. El caballo corría y corría y, por supuesto, nunca alcanzaba a la zanahoria.

¿Por qué cuento esta historia? Pues, por la sencilla razón de haber percibido que toda la historia del socialismo, desde Marx a Istúriz, ha sido la del caballo y la zanahoria.

Todo comenzó con los socialistas utópicos (Fourier, Owen, Saint Simon, Proudhon). Para ellos el socialismo era un ideal zanahórico. Fourier, el más fanático de todos, ideó los llamados falansterios, comunidades de trabajadores que cultivarían los productos que consumían, entre ellos, zanahorias.

Karl Marx las emprendió en contra de los utópicos afirmando que el socialismo no surgiría de fantasías sino de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Según su tesis, la zanahoria debería estar madura. De otra manera el caballo no correría. La tarea de los socialistas científicos sería detectar el momento de la exacta madurez en las zanahorias.

Marx pensaba que las condiciones de madurez se darían primero en Inglaterra y en Francia. Después en Alemania. Nunca en Rusia. En una carta dirigida a Vera Zasulich el año 1881, Marx declaraba que el socialismo ruso debería esperar hasta que las condiciones (las zanahorias) maduraran en los países de más alto desarrollo capitalista. Hasta que apareció Lenin.

Lenin, a diferencias de Stalin, había leído a Marx. Por eso afirmó en su clásico “El Imperialismo, Zanahoria Superior del Capitalismo” que la tarea del proletariado ruso debería ser construir el capitalismo para después destruirlo. Pero como en Rusia apenas había proletariado, y los que habían no eran revolucionarios, los intelectuales deberían asumir las tareas del proletariado poniendo una zanahoria delante del caballo a fin de que este llegara a tiempo cuando tuviera lugar la gran revolución en Europa.

Stalin siguió a Lenin hasta que se dio cuenta de que las zanahorias no maduraban en Europa. Entonces decretó que la tarea de los comunistas sería construir “el socialismo en un solo país”. Para conseguirlo echó a correr a latigazos al caballo, detrás de una verde zanahoria rusa.

Como es sabido, Stalin acabó con la vida de millones de caballos. Además, mató a miles de jinetes. Entre ellos a Bujarin y Trotsky. El primero intentó disuadir a Stalin para que el caballo corriera más lento. El segundo, fiel a la tesis de que el socialismo ruso solo podría surgir sobre la base de una revolución mundial, inventó la “Teoría de la Zanahoria Permanente”.

Pero no solo para los comunistas la doctrina de la zanahoria ha sido útil. También lo ha sido para los socialdemócratas.

Cuando los partidos socialistas europeos fueron divididos desde Moscú, surgieron diversas teorías. Una de las más interesantes fue la de Rosa Luxemburg. En su conocido libro “La Acumulación de las Zanahorias” sugiere Rosa que el mundo se llenará hasta tal punto de zanahorias que estas terminarán pudriéndose. De la putrefacción de las zanahorias iba a surgir, según Rosa, el socialismo.

Más éxito tuvieron las teorías de Kautsky y Bernstein. Ambos sostuvieron que gracias a la implantación de reformas, el capitalismo dejaría gradualmente de ser capitalismo. De este modo propusieron un cambio: En vez de toda la zanahoria solo colgarían pequeños trozos delante del caballo. El caballo podría comer un trozo en un descanso y después correr detrás de otro trozo. Lo que esa teoría no contempló fue que la zanahoria llegaría alguna vez a acabarse. Efectivamente, los partidos socialdemócratas ya no tienen más zanahorias que ofrecer. Hoy son partidos post -zanahóricos. Así los denomina el sociólogo Alain Touraine en su famoso libro titulado: «La Sociedad Post- Zanahórica».

Lejos de Europa, los chinos, siempre tan astutos, inventaron la teoría de la revolución por etapas. En la primera etapa serían sembradas zanahorias. En la segunda, Mao fundó el Movimiento de las 100 Zanahorias (100 flores en mala traducción), lo que en chino significa百花运动.

Mao ordenó: “crezcan todas las zanahorias y florezcan mil ideologías”. Le duró poco el ímpetu. Poco tiempo después escribió un libro rojo llamando a las masas a asaltar el poder. El caos fue grandioso. Tuvo que morir Mao para que Deng Xiaoping comprendiera que a los chinos no les interesaban las zanahorias comunistas sino las capitalistas. Así, bajo la dirección del Partido Comunista, fue construido en China el capitalismo más perfecto del mundo: un capitalismo sin democracia, sin derechos humanos, sin sindicatos, sin huelgas. Y, por si fuera poco, sin zanahorias.

En América Latina, los marxistas, si es que hay alguno (los que se dicen así no han pasado del “Manual del Cultivo de las Zanahorias” de Marta Harnecker) han sido extremadamente ingeniosos para inventar periodos zanahóricos. El más prolífico fue Fidel Castro.

Del periodo de la zanahoria democrática, Fidel pasó al de la zanahoria soviética. Luego se le ocurrió exportar zanahoria guerrillera. Fracasada esa estrategia, ideó el periodo de la zafra de 10 millones de toneladas de zanahorias. También fracasó. Destruido el comunismo gracias al milagro gorbachiano, inventó el Periodo de la Zanahoria Especial (una por familia cada semana). Hasta que, gracias a Chávez, hizo su negocio del siglo: intercambiar zanahoria ideológica por barriles de petróleo. Tuvo, además, la astucia de renunciar a tiempo dejando a su hermano a cargo del “socialismo hotelero” donde las zanahorias (ideológicas y vegetales) solo las ven los turistas. Puede que ese proyecto también fracase. Pero eso a Fidel no le importa. Al fin y al cabo, como dijo después de asaltar el Moncada: “La Zanahoria me absolverá”.

Los seguidores del castrismo han sido buenos alumnos. Dícese de Daniel Ortega que él tiene una zanahoria para cada ocasión. Entre otras, zanahorias sandinistas, capitalistas, socialistas, y sobre todo, orteguistas.

Una mención aparte merece Evo Morales. A diferencia de otros líderes, bajo su gobierno ha tenido lugar una diversificación en el cultivo de las zanahorias. En los huertos de Bolivia encontramos las más exóticas especies: zanahorias indígenas, zanahorias plurinacionales, zanahorias cocaleras, zanahorias marítimas y más recientemente, zanahorias re-electoreras.

Solo en Venezuela no hay zanahorias. Eso fue lo que quiso decir Aristóbulo cuando afirmó que el PSUV todavía no ha comenzado a construir el socialismo. ¿Después de 17 años? Aristóbulo, gracias a su astucia adeca, no contesta a esa pregunta. Si lo hiciera debería confesar que su gobierno es tan corrupto que se comió todas las zanahorias del país sin haber dejado ni una semilla de muestra.

Desde Marx a Aristóbulo ha corrido mucha agua debajo de los puentes. Ha llegado entonces la hora de cambiar el lema de Marx: “Trabajadores  del mundo, unios, no tenéis nada que perder, excepto vuestras cadenas”.
En vez de ese lema, deberá regir el siguiente:

Trabajadores del mundo, unios, no tenéis nada que perder, excepto vuestras zanahorias”.

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