El virus chino y el nuevo orden mundial

Trabajadores médicos vigilan el cuerpo de un residente de Wuhan que se derrumbó y murió en la calle, el 30 de enero de 2020. (Imagen tomada de rfa.org)

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José Ignacio Moreno Leon

 La crisis provocada por el llamado coronavirus -19 tiene capturado desde principios de este año el interés de la gran mayoría de los medios de comunicación social a nivel global. Este virus,  presuntamente generado en el laboratorio P4 de Wuhan en China, a finales del año pasado – por eso se denomina COVID 19 y por eso lo llamamos Virus Chino- tiene planteado un gran debate global en cuanto a su origen y  las posibles razones que provocaron su rápida expansión a nivel planetario. Para el premio Nobel de medicina 2008, Luc Montagnier,  virólogo francés, descubridor del VHI en 1983, no hay dudas que se trata de un virus producido en laboratorio y que nunca pudo haberse generado de una mutación. Se descarta también que dicho virus sea de origen de un murciélago, ya que no es cierto  que en esa provincia china ese animalucho sea parte de la dieta humana.

Hasta ahora el más contundente señalamiento sobre el origen artificial del COVID-19 lo ha hecho el coronel ruso V. Kvachkov, célebre ex agente del servicio de inteligencia de ese país, para quien el juego del poder mundial puede haber privado para que China generara y expandiera ese virus con las consecuencias económicas que ya se están viendo. Lo cierto es que por el manejo que las autoridades chinas -el partido comunista- hicieron inicialmente del brote de esa pandemia, desatendiendo las alarmas de autoridades sanitarias de Taiwán y de uno de los científicos del referido laboratorio, se han generado muchas suspicacias sobre el tema. Las mismas negativas del gobierno Chino a permitir una investigación internacional al respecto han levantado mayores críticas de países como Alemania, Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Australia, país este último al cual las autoridades de Pekín han amenazado con un boicot a sus exportaciones si insistía en sus críticas. Y es que, dadas las consecuencias que se avisoran como resultado de esta pandemia, y la muy particular naturaleza del COVID-19, ya hay algunos expertos en bioterrorismo que señalan la posibilidad de que ese virus Chino pudiera ser manipulado como una herramienta de guerra psicológica.

Conviene resaltar que si comparamos las consecuencias en pérdidas de vidas humanas que hasta la fecha se han derivado de la pandemia producida por el COVID-19 y que acumulan 233 mil fallecidos, la letalidad de este virus ha sido muy baja en contraste con otras pandemias que han azotado a la humanidad, como la peste negra o peste bubónica que en el siglo XIV produjo cerca de 75 millones de muertos, o la llamada gripe española de 1918 con cerca de 50 millones de muertos; entre ellos se señala una cifra de 30 mil a 80 mil solo en Venezuela, país que para la fecha apenas contaba con una población de 3 millones de habitantes. Es por ello que Yuval Harari señala que en el siglo XV el COVID-19 habría tenido el mínimo de repercusiones, en contraste con la realidad actual.

Las características de alta resistencia fuera del cuerpo humano y un periodo largo y asintomático de incubación, hacen del COVID-19 un virus de fácil contaminación sin síntomas inmediatos, por lo que la estrategia que a nivel global se ha aplicado, con la masiva  participación de los medios de comunicación social,  para detener la pandemia ha sido el confinamiento que ha mantenido a más de la mitad de la población mundial paralizada en sus hogares, con las graves consecuencias para el desenvolvimiento económico de los países y sus secuelas en términos de colapso de empresas, incremento del desempleo, hambrunas y crisis políticas y sociales que se avisoran a corto y mediano plazo. No olvidar que actualmente más de 150 millones de seres humanos se encuentran en el umbral de la pobreza crítica. Ya instituciones como el Banco Mundial, el FMI y la Unión Europea comienzan a señalar predicciones sobre una crisis económica global, en la que por cierto China no estaría envuelta. Así se pronostica una caída del PIB de entre el 8 y el 10% en Italia, 6 a 8% en Francia, 5% en Alemania, 5.9% en USA. En el caso de España que ha tenido proporcionalmente el mayor número de muertes, se estima una fortísima recesión y un elevado desempleo con caída de 9.2% del PIB. Para America Latina los pronósticos señalan que el PIB de la region caerá entre el 4.6 % y el 5.2%, con lo cual se incrementará el desempleo y la pobreza y la desigualdad en la region. Por lo anterior no exageramos al afirmar que no es por los muertos producidos por el virus, sino por el impacto devastador sobre la economías y sus consecuencias  políticas y sociales que se puede  afirmar que el COVID-19 es una verdadera pandemia contemporánea.

Esas preocupantes realidades están configurando un nuevo orden mundial que no estarán al margen de notables convulsiones políticas con posibles resurgimientos de nacionalismos extremos, corrientes totalitarias y movimientos populistas como amenazas a la gobernabilidad democrática de los países, especialmente en America Latina, históricamente caracterizada por la fragilidad de sus instituciones,  el déficit de cultura ciudadana y las tendencias clientelares y de pobreza de liderazgo político. Es por ello que luce muy atinado Yuval Harari cuando afirma la necesidad de empoderar a los ciudadanos y promover la solidaridad y el liderazgo para confrontar las amenazas del nuevo orden mundial. Y esta propuesta destaca con más evidencia y necesidad en Latinoamérica. Es decir, se requiere de un liderazgo político comprometido con el bien común y ,que se entienda como un servicio público y no como una oportunidad para lucrarse, con genuinos líderes que – parafraseando a Winston  Churchill- actúen más en función de las futuras generaciones que con solo con el interés puesto en próximas elecciones.

Para ello es imprescindible igualmente la construcción de ciudadanía para asegurar la gobernabilidad democrática, mediante la promoción de los valores y principios que constituyen el Capital Social, es decir el fomento de la solidaridad, de la asociatividad, de la cultura cívica y principios éticos como pilares de una democracia de ciudadanos y de un desarrollo humano sustentable. Y en esta estrategia prioritaria la educación está llamada a cumplir un papel relevante, pero se requieren profundas transformaciones de los sistemas educativos a todos los niveles para incorporar un mayor énfasis en la pedagogía de educación en valores y, a nivel de la educación superior,  promover un mayor compromisos social de las universidades con su entorno, formando profesionales no solo capaces de desempeñarse eficientemente en la sociedad de la información y el conocimiento, sino igualmente ciudadanos comprometidos con el interés colectivo. Además las instituciones universitarias deben actuar, sin reservas y sin complejos academicistas   como agentes protagónicos de esos cambios fundamentales.

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