«La Mala Racha», novela de Fernando Martínez Mottola

[box_dark]Fernando Martinez Mottola [/box_dark]

Fernando Mires

La vida está cruzada por rachas. Momentos de buena y de mala, cuando todo sale bien, o cuando no resulta nada. Las rachas las atribuimos a la suerte o al destino. Como los rayos de sol o los nubarrones, vienen y se van. A favor o en contra no podemos hacer mucho. Hasta a personas como a Matías Romero les llega de pronto una mala racha.

Matías Romero es el personaje central de la novela de Fernando Martínez Móttola titulada precisamente La Mala Racha.

Matías había sido siempre un hombre de éxito. Hasta “la revolución bolivariana” su vida era una larga buena racha. Inteligente y trabajador había llegado a ser gracias a méritos y calificaciones un eficiente gerente petrolero. Hijo respetuoso, amigo de sus amigos, amante esposo y excelente padre de familia, llevaba una vida holgada, sin grandes alteraciones.

Matías era un hombre, podríamos decir, feliz. La política jugaba para él un papel secundario. Su participación en el paro petrolero de 2002, hecho que le costaría la pérdida de su puesto de trabajo, no había sido motivada tanto por razones ideológicas -aunque ya veía en la desatada demagogia a una enemiga de la razón civil- sino por solidaridad con sus compañeros en la empresa.

La mala racha comienza con su despido y consecuente descenso social. Antiguos conocidos, potentados cooptados por el régimen, se niegan a apoyarlo. Los bancos le cierran las posibilidades de obtener algún crédito. Cuando su mejor amigo, el Gordo, es asaltado en plena calle, su esposa Helena advierte que por sus hijas y por su propio futuro ya no puede seguir viviendo más en Venezuela. No así Matías. Él no concibe vivir en otro lugar que no sea en esa Caracas en la que fue niño, joven y adulto. Pero el destino tiene sus rachas y nadie logra dominarlas. Helena lo dijo muy bien: “No siempre uno es dueño de su propio destino, Matías. A veces las circunstancias nos obligan a hacer cosas que no queremos”

Helena y Matías son una pareja, pero también un destino venezolano. ¿Cuántas familias no han sido divididas como consecuencia de circunstancias impuestas por un gobierno dictatorial cuyo único objetivo es medrar en el poder en nombre de una revolución nunca realizada? Esa es una de las partes, y no la menor, de la tragedia venezolana. Lo dice en la novela una pasajera anónima, en el aeropuerto: “Esto que nos pasa es una tragedia. ¿Acaso criamos a nuestra familia para vivir unos por aquí y uno para allá? Cómo si no tuviéramos nuestro propio país”.

¿Es entonces la de Martínez Móttola una novela política? Si hablamos de la política en un sentido directo, no lo es. La Mala Racha es la historia de un hombre en un momento histórico dentro del cual muchos seres han perdido la posibilidad de decidir sobre su suerte o, lo que es lo mismo, de modificar su mala racha.  Eso no quiere decir que la política es invisible en la novela. Pero ella no se hace presente en declaraciones, en tomas de posiciones o en diatribas. Aparece a través de los hechos y el régimen no es algo externo sino una sombra oscura filtrada en la vida de cada personaje.

La política, para emplear una expresión freudiana, «sobredetermina» al conjunto narrativo, pero no aparece de modo manifiesto sino en breves momentos: en los aparatos policiales secretos, en el miedo que corroe a los ambientes, en destinos que se quiebran y no por último, en los oportunismos y deslealtades en el que caen personas obligadas a actuar según la lógica de un sistema que fomenta la disociación ciudadana.

Llegará el día en el que será necesario construir la historia del sistema chavista de dominación. Los historiadores como siempre, deberán analizar procesos y periodos. Sin embargo, no sería mala idea que tomaran en cuenta que la llamada historia está formada por muchas historias. Solo a través de las historias personales –es mi pleno convencimiento- podemos entender verdaderamente a las historias sociales y políticas.

Pero no se piense que el valor de La Mala Racha es solo documental. La Mala Racha es antes que nada una novela. Lo es en el mejor sentido del término. Martínez Móttola domina el arte de la narración, la secuencia de los tiempos, la precisa caracterización de los personajes, los diálogos oportunos (casi cinematográficos) y por cierto, sabe dar a sus capítulos un suspenso digno de los mejores thrillers. Incluso, cuando es necesario, introduce pinceladas de humor y hasta un bien dosificado erotismo. ¿La bella esposa Helena o la imprevista Dulce María? ¿U otra vez la mala racha?

A pesar de tanta mala racha, cuando uno ha terminado de leer la novela, la siente como un mensaje de esperanza. Ni la maldad, ni los chantajes, ni las amenazas, han logrado romper la integridad moral (moral, no moralista) de Matías. De algún modo él ha resultado vencedor. Incluso la mala racha vivida como crisis personal ha liberado a Matías del peso de un ideal de perfeccionismo excesivo al que nadie puede alcanzar sin negar una parte de sí mismo. La mala racha que él y su país han vivido, pasará. Y tengo la impresión de que será más temprano que tarde.

Las palabras que una vez dijera el difunto padre de Matías suenan, casi al final del libro, como un testimonio:

“A todos nos toca la hora hijo mío. A unos más temprano, cono a tu madre, y a otros más tarde, como a mí. Todos experimentamos cambios, alegrías y pesares. Es inevitable hijo, es la ley de la vida. Todos, sin excepción, pasamos por tiempos de vivir y tiempos de morir. Pero también disponemos de la capacidad de sobreponernos y superar aquellos momentos que pensamos no podemos soportar. Quedarte pegado en una emoción no te dejará ejercer el derecho que tienes, por dolorosa que sea la pérdida, a vivir con plenitud”.

 

¿Llegará entonces el momento en el cual Martínez Móttola deberá escribir una novela titulada La Buena Racha? Matías al menos, la merece.

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