¿Puede un gobierno revolucionario robar las elecciones?

por Fernando Mires *
¿Puede un gobierno que se dice revolucionario robar elecciones con absoluta impunidad?
Aclaremos: No sólo los que se denominan revolucionarios, muchos otros gobiernos han intentado alterar el curso de elecciones, falsificar votos, cambiar cifras, desconocer resultados. Sobre ese tema hay una larga historia.
El ser humano es de por sí trasgresor, aducía Lacan, y si no fuera por las leyes, la policía, las religiones y la moral establecida, muchos darían curso libre a sus pasiones anti-sociales y convertirían la vida colectiva en un infierno. En ese sentido la diferencia entre un gobierno revolucionario y uno que no lo es, es otra.
Mientras un gobierno común y corriente puede robar elecciones obedeciendo al impulso de conservar el poder, un gobierno revolucionario roba elecciones de acuerdo a lo que un revolucionario imagina es (o debe ser) un orden superior al que establecen las leyes y la moral pública. Se trata en este caso de un orden que se encuentra situado en el más allá terrenal, en la tierra prometida que toda revolución ofrece, en ese lugar metafísico en donde la utopía revolucionaria se convertirá en dichosa realidad.
Entonces, la diferencia es que cuando un gobierno común y corriente roba elecciones, sabe que delinque. Pero cuando un gobierno revolucionario hace lo mismo, cree no delinquir. Todo lo contrario: imagina cumplir un deber asignado por la historia: salvar a la revolución de sus enemigos mortales.
El revolucionario, por supuesto, no puede robar como ciudadano común, pero si lo hace en nombre de la revolución, lo hará con la conciencia limpia. Al fin y al cabo un revolucionario sólo acepta comparecer frente al tribunal de la historia y «la historia me absolverá», dijo Fidel Castro
Si roba las elecciones en un país, un gobierno revolucionario delinque sólo frente a una ley que es propia a un orden de vida inferior al que él aspira. ¿Por qué vamos a desviar el curso de la historia compañeros? ¿Por unas elecciones fortuitas que emanan de las leyes de una burguesía a la que despreciamos? ¿Vamos a entregar el poder a las oligarquías fascistas sólo porque las masas equivocaron provisoriamente el camino?
No compañeros, nosotros no somos esclavos de la justicia burguesa y mucho menos de sus mezquinas convenciones. Si vamos a las elecciones es por razones tácticas. Nuestra estrategia en cambio, lleva al socialismo, el futuro de la humanidad. ¿Vamos acaso a poner en juego nuestra estrategia por la mala aplicación de una táctica burguesa en un momento determinado? No compañeros, el futuro es nuestro. Es por eso que, como dijo una vez Fidel Castro, en la ciudad de Concepción, Chile: «cuando la revolución toma el poder, ese poder no se entrega jamás».
Lo que a un ser humano común y corriente no le está permitido, le está permitido a un revolucionario, piensa un revolucionario. Pues el revolucionario pertenece a la escala más alta del desarrollo de la humanidad, así al menos lo dijo Che Guevara. Eso significa que a un revolucionario no sólo le está permitido robar, también le está permitido matar en nombre de la revolución. El mismo Che Guevara lo escribió así, y con toda su crudeza:
«Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve; a su casa, a sus lugares de diversión, hacerla total (…..) Eso significa una guerra larga; y lo repetimos una vez más, una guerra cruel».
Y bien, si a un revolucionario -según el icono de la revolución- le está permitido asesinar a sus enemigos en sus casas y en sus lugares de diversión, robar una elección no pasaría de ser un accidente, un pecado venial en medio de la guerra total que libra cada revolucionario en contra del «enemigo de clase».
Por cierto, no me refiero a quienes hemos participado en una u otra revolución, con resultados negativos o positivos. El torbellino de la historia, según Walter Benjamin, puede arrastrarnos hacia riberas ignotas. No. Me refiero a quienes han hecho de su condición revolucionaria una profesión de fe, una suerte de segunda naturaleza, un modo- de -ser -en -el mundo. Me refiero, en fin, a aquellos que han delegado su Yo a un Sobre-Yo (categoría freudiana) y en este caso, a un Sobre-Yo ideológico que los controla y domina en todas las circunstancias de la vida.
No hay revolucionario sin ideología revolucionaria y no hay ideología revolucionaria sin el sometimiento del Yo racional de cada uno a las determinaciones que provienen de una moral imaginariamente superior integrada en el aparato de un Sobre-Yo ideológico. Ese Sobre-Yo succiona y aprisiona a las capacidades racionales del Yo, que son, entre otras, las del pensar.
Ahora bien, el problema más grave ocurre no tanto cuando el Yo es sometido a un hipertrofiado Sobre-Yo (situación que bien podría llevar y ha llevado a la santidad) sino cuando tiene lugar esa alianza maligna entre las pulsiones afectivas, agresivas y pasionales que cada uno porta consigo (el “Ello” de Freud), con el Sobre-Yo moral e ideológico. En este caso se produce la fusión entre el deseo de delinquir (agredir, transgredir) y los «ideales superiores» o, lo que es lo mismo, el deseo de delinquir adquiere -como en James Bond- licencia ideológica o moral. Producida esta situación es difícil distinguir entre un revolucionario que se convierte en criminal de un criminal que se convierte en revolucionario.
Dicho a modo de ejemplo: un asesino en serie puede llegar a ser un héroe en una guerra ya que no sólo se dará el gusto de matar por matar, sino, además, matará en nombre de la patria. Así se explica por qué los criminales más grandes se sienten redimidos cuando actúan en nombre de una “razón superior”.
Aún permanecen en el recuerdo, entre otras aberraciones de la historia reciente, imágenes de tropas serbias que usando el falo como arma de guerra, realizaban violaciones en masa en la región del Kosovo, llevando a cabo «limpiezas étnicas» en nombre de la revolución de Milosevic. Sin embargo, ¿no eran esos degenerados, herederos directos del sadismo de Robespierre quien hacía cubrir las calles de París con las cabezas sangrantes de sus enemigos? ¿De los millones de asesinados por “razones superiores” bajo Stalin, Mao, Pol-Pot y otros santones de la hagiografía socialista mundial?
Efectivamente, si en nombre de la revolución han sido cometidos crímenes innombrables, robar elecciones, reitero, resulta casi una banalidad, algo que se entiende de por sí. Lo anormal sería entonces que un gobierno que se dice revolucionario no robara (falsificara, adulterara) las elecciones en caso de perderlas.
Por supuesto, el lector adivina que estoy escribiendo a propósito de la posibilidad cada vez más evidente de que en Venezuela el gobierno de Nicolás Maduro ha cometido después de las elecciones presidenciales del 14 de Abril de 2013, uno de los desfalcos electorales más impresionantes de nuestro tiempo.
Indicios hay más que demasiados, sólo falta «por ahora», la prueba final.
La sospecha resulta más grande si se tiene en cuenta, además, las condiciones subjetivas que habrían eventualmente llevado a los jefes chavistas a robar las elecciones. Esas condiciones estaban determinadas antes que nada por la designación profética de la presidencia de Nicolás Maduro de acuerdo al testamento político del presidente muerto.
¿No habría significado el reconocimiento de la debacle electoral una negación a la infabilidad de “nuestro Comandante”, el Mesías? ¿No habría sido faltar a la honra del amado caudillo, ser desalojados del poder inmediatamente después de su muerte? ¿Cómo continuar la mitología de quien según el imaginario chavista había entregado hasta la última gota de su vida por la revolución socialista, con una derrota electoral que mancillaría para siempre su memoria? No, los jefes del chavismo no podían permitirse una derrota electoral. Luego, si ella no podía ser evitada durante las elecciones, debía serlo, al menos, después de ellas.
Desde el punto de vista penal robar elecciones al pueblo es un crimen horrendo. Desde el punto de vista moral es un signo de absoluta corrupción. Desde el punto de vista religioso es un hecho demoníaco. Desde el punto de vista psicoanalítico es el reflejo de una desviación patológica del más alto grado. Desde el punto de vista clínico es una locura desatada. Sólo desde el punto de vista revolucionario, y en el caso venezolano, necro-revolucionario, el robo de una elección aparecería como un acto legítimo y permisible.
Contra ese tipo de perversión múltiple deberá lidiar el pueblo de Henrique Capriles Radonski. Quizás esa es la razón por la cual Henrique dijo: «nuestra lucha es espiritual».
* profesor emérito de la Universidad de Oldenburg, Alemania, autor de numerosos artículos y libros sobre filosofía política, política internacional y ciencias sociales, publicados en diversos idiomas. Editor de Polis.

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