Sin petrodólares, Maduro es un dictador bananero del montón

 

 

Manuel Malaver

 Hubo un tiempo en que la petrodictadura que fraguaron Chávez y Maduro en Venezuela atrajo las miradas -y los bolsillos- de cuantos querían hacer carrera en la política, la ideología y los negocios de América y el mundo: fueron los nueve años transcurridos entre el 2004 y el 2013, cuando, los precios del petróleo, primero catapultados por el último ciclo alcista del crudo, y después por la demanda de los países consumidores que escapaban de la crisis económica global  del 2008, sostuvieron alzas entre 100 y 90 dólares el barril.
      A finales del 2013, y  comienzos del 2014, sin embargo, los precios estrenaron comportamientos vertiginosos hacia la baja, y para mediados de ese año, las otroras poderosas petrodictaduras de Venezuela, Rusia e Irán, se encontraron con la sorpresa de que el crudo se cotizaba a 50 dólares el barril… y seguía bajando.
          El shock, el desconcierto y la paranoia no podían ser peores, pues no se trataba de una caída coyuntural, de esas que se atribuyen a factores climáticos o porque una paz prolongada en el Medio Oriente, o a una ralentización del crecimiento estabilizan la demanda, sino porque Estados Unidos (el mayor consumidor de crudos durante 50 años), volaba a convertirse en el primer productor y, lo que resultó más perturbador, ya producía petróleo y gas de esquisto, -el temible fracking-,  con miras a convertirlo en sustituto del crudo convencional.
          De modo que, no era solo que la caída de los precios de la energía era estructural (de esas que se establecen por decenas de años), sino que, se estaba configurando un nuevo mapa energético global, uno que establecía que los combustibles fósiles dejaban de ser la fuente fundamental de energía, y pasaban a ser sustituidos por el petróleo y gas de esquisto, de igual manera que, en el siglo XIX, el petróleo había desplazado al carbón.
       Así, por lo menos, lo entendieron productores como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, que, conscientes de que la producción de petróleo y gas de esquisto continuaba siendo cara (70 dólares el barril), jugaron a bajar los precios del petróleo a menos de 50 dólares, de modo que, los inversionistas en la nueva energía se desanimaran y permitieran que el petróleo convencional se mantuviera competitivo en el merado.
         Pero no fue la reacción de petrodictadores malhumorados y jurásicos como Maduro, Putin y Rouhaní, que atribuyeron la “revolución energética” a una conspiración del Imperio y se empeñaron en que los precios debían subir porque la caída “era artificial”.
       Quiero recordar que, particularmente, patético, vergonzoso, ridículo y lamentable se mostró el petrodictador, Maduro, quien, incapaz de comprender y admitir los cambios hizo, por lo menos, dos giras por los países de la OPEP mendigando “precios altos” y denunciando que, los Estados Unidos ponía en riesgo la viabilidad del planeta porque el “fracking” se traduciría en una la ola de terremotos sin fin.
           Y, sí había terremotos, pero eran los que estaba empezando a sufrir la petrodictadura venezolana y su jefe, que, después de haber dilapidado CUATRO BILLONES de DOLARES (4.000.000.000.000 de $) en menos de 10 años, se encontraba ahora, como dicen en mi tierra, Margarita: “con una mano alante y otra atrás”.
           Un ingreso colosal con el cual pudo el país despegar, definitivamente, al desarrollo, despilfarrado en aventuras políticas y militares, en delirios como la restauración del comunismo y el regreso de la “Guerra Fría”, y en días de irrefrenables corrupción e incompetencia que nos dejaron un 200 por ciento de inflación  anual y un desabastecimiento en artículos de la cesta básica, medicinas y bienes y servicios que nos tienen al borde de la hambruna.
        Para empezar, Chávez, el fundador del diunvirato, no era solo un petrodictador y militar, sino un revolucionario y socialista, de esos que transitan por el poder para refundar repúblicas, rehacer constituciones y reconfigurar las sociedades en teatros para que, su vanagloria de redentores y salvadores de la humanidad, encuentren el teatro perfecto para discursear sin parar, lanzar bravatas, amenazar gobiernos y destruir imperios, aunque únicamente sea en su imaginación.
        Perfomances en las que se precisa un público que, entre más ilustrado mejor, y el de Chávez eran los octogenarios dictadores cubanos, Fidel y Raúl Castro; populistas sureños de alto coturno como los esposos Kirchner de Argentina, Lula Da Silva y Dilma Rousseff de Brasil, y José Mujica y Tabaré Vásquez de Uruguay, “demócratas” del tipo la Bachelet de Chile, y Juan Manuel Santos de Colombia; y “hermanos socialistas” como Daniel Ortega de Nicaragua, Rafael Correa de Ecuador y Evo Morales de Bolivia, todos los cuales entraban al circo “no pagando, sino cobrando”.
      Porque, si les cuento que, todos estos “hermanos, amigos, y aliados de la causa” entraron al festín de la riqueza petrolera venezolana y se la engulleron como buitres, que son reos de haberse aprovechado de las simplezas de unos bobos, que fueron implacables al usarla para cubrir sus propias ineficiencias y, de paso, enriquecerse y corromperse, es poco,  y solo habría que detenerse en la bancarrota que sufre hoy Venezuela, y la relativa estabilidad económica que viven Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, para saber de que estamos hablando.
     Y es que, no fueron solo termoeléctricas, gasoductos, oleoductos, acueductos, refinerías, carreteras, autopistas, urbanizaciones, hospitales, estadios, satélites, escuelas de samba y equipos de beisbol y futbol con los que quiso Chávez restaurar el socialismo y financiar una mini “Guerra Fría” para destruir al imperialismo y desaparecer a los Estados Unidos de la faz de la tierra, sino con la compra de bonos basura, la cesión de créditos y préstamos que jamás se documentaron y mucho menos cobraron, y plata líquida, mucha plata líquida,   forman parte de ese expediente de agravios con los que el pueblo venezolanos se negará a pagar las cuantiosas deudas que le dejan Chávez y Maduro.
        Y aquí llegamos al acto quizá más doloroso de la tragedia, pues, como los ingresos del ciclo alcista y de los precios relativamente altos del crudo no alcanzaban, Chávez y Maduro la cogieron por endeudarse con los mismos centros financieros que juraban destruir cuando restauraran el socialismo, y tanto como 200.000 millones de dólares debe la república, de los cuales, 5000,  deben cancelarse este mismo año por vencimientos.
         Pero eso no fue lo peor, sino que PDVSA, la estatal petrolera que era la fuente del ingreso en divisas en un 90 por ciento, también se endeudó, pero no para invertir ni expandir sus operaciones, sino para cancelar gastos para políticas sociales que, en conjunto, han reducido su producción y deteriorado su infraestructura, al extremo que, a menudo, importa crudo para cumplir sus compromisos.
                En otras palabras que, “hermano arruinado, hermano abandonado” y eso es lo que está experimentando el sucesor de Chávez, Maduro, cuando ve que, “los hermanos, amigos y aliados” han tomado cada cual su camino, según el  mapa que surge del nuevo paradigma energético mundial se difunde, y, los países que fueron hasta hace poco grandes consumidores, son ahora los grandes productores y hasta otra energía alternativa, la del petróleo y gas de esquisto, luce como la que  determinará el futuro.
     Así, Cuba inició, desde finales del año pasado, un acercamiento con su enemigo histórico, los Estados Unidos de Norteamérica (“el imperialismo yankee”)  que, ya va por un restablecimiento de relaciones diplomáticas que,  nadie duda se convertirá este mismo año, en un comercio furioso que transformará la isla de los dictadores más viejos del planeta.
         El Brasil de los “hermanos” Lula y Dilma Rousseff, igualmente, se acerca al gigante norteamericano, y en cuanto al país de “los locos” Chávez y Maduro, se allegan cuando hay vencimientos de deudas por cobrar o comida que vender (pero “en efectivo”).
    En lo que se refiere a Argentina, cambiará de presidente a finales de año, y el resto de los países agrupados en la Unasur, el Alba y la Celac, (multilaterales fundadas por Chávez y financiadas por Maduro)  solo quieren hablar “de negocios”, pero no de “ socialismo y revolución”.
      Una prueba cabal del aislamiento por el que rueda, Maduro, cuando ya no hay petrodólares que repartir, puede tomarse en el impasse surgido recientemente entre Guyana y Venezuela, a raíz de que, aquel “país hermano”, se asoció con la transnacional petrolera norteamericana, Exxon Mobil,  para explotar la plataforma marítima de la Zona en Reclamación del Esequibo, que no está permitido por el “Acuerdo de Ginebra” firmado entre los dos países en 1966.
       La bofetada fue doble, pues, aparte de ejecutar una extremada ilegalidad, Guyana de asocio con Exxon Mobil, una punta de lanza del “imperialismo yankee” que, acaba de ganarle a Venezuela un juicio en el CIADI por 1600 millones de dólares.
         Pero nada que le importe al gobierno de Guyana país que, al igual que sus socios en el Caricom (comunidad de países angloparlantes del Caribe) también participó en el festín de Baltasar de las riquezas Venezuela, nación cuyo presidente, David Granger, realiza una diplomacia agresiva en torno al Esequibo y dice en privado que le a ver el hueso a Maduro y su revolución.
           Mientras tanto, le sucesor de Don Regalón, ve como no consigue una sola declaración de apoyo de los hermanos Castro, del ALBA, de la Unasur, la Celac y el Mercosur.
           Países que terminarán respaldando a Guyana, quizá para que estos bobos revolucionarios venezolanos aprendan que, los países solo tienen intereses  y que la revolución y el socialismo son sucesos anacrónicos que en el siglo XXI, apestan.

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