Un dictador que no tiene gente

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El proceso electoral protagonizado por el chavismo pareció mas bien un evento interno del partido. Allí sólo participó el chavismo ahora reducido a una nómina de funcionarios públicos.

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Francisco Olivares

Tampoco en la Plaza Bolívar había gente, en las calles no hubo celebraciones, ni fuegos artificiales como en los tiempos de Hugo Chávez. Solo un grupo de allegados al Gobierno aplaudía un discurso cargado de amenazas del actual líder del chavismo en el acto de cierre de la jornada. “Ha llegado el tiempo de una nueva historia que la va a escribir el pueblo soberano de Venezuela” decía la voz en tono de arenga sobre un espacio en penumbra y hasta indiferente que desde Venezolana de Televisión (VTV) no podía observarse por las tomas cerradas. “El madurismo es el chavismo sin gente” sentencia la novelista y ensayista venezolana, Gisela Kosak, al tratar de describir qué es la nueva etapa política que encabeza Nicolás Maduro.

Una sensación similar se vivió durante las horas anteriores en casi todo el país donde los centros electorales estaban principalmente rodeados de activistas, militares y los llamados puntos rojos, cuya función fundamental era la de llevar el control de la asistencia de militantes y empleados públicos al centro de votación.

Desde esos puntos rojos, lista en mano, la información era transmitida a los centros de información de las oficinas públicas y ministerios, quienes con sus bases de datos y teléfonos celulares iban monitoreando la asistencia al centro de votación. Por esa razón cada votante al depositar su papeleta recibía una instrucción precisa de los miembros de mesa de acudir al punto rojo en donde debía mostrar su “carnet de la patria” para hacer constar que había cumplido con la orden de sufragar.

Los días anteriores fue un suplicio para los empleados públicos. A sus celulares llegaban las órdenes directas de sus respectivos jefes sobre su obligación de votar. Las amenazas se repitieron insistentemente, incluyendo las alocuciones en cadena nacional del presidente Maduro.

La gran preocupación de la población de bajos recursos a quienes se les otorgó el “carnet de la patria” que les permite acceder a una bolsa de comida cada cierto tiempo fue la amenaza desde los centros de distribución de que se quedarían sin ese beneficio si no registraban el voto en los puntos rojos con su carnet en mano.

Para ello se incluyó una aplicación que según dijo Maduro al ir a votar “el voto quedaría registrado para toda la vida”. Pero el desorden gerencial que caracteriza al régimen madurista le jugó una broma al propio líder de la revolución. Cuando quiso mostrar las bondades del sistema inquisitorial el dispositivo electrónico advirtió en cadena nacional: “la persona no existe o el carnet fue anulado” de modo que con un ostensible disimulo llamó a Cilita (Primera “dama” combatiente) para que hiciera lo propio y superar el mal momento.

El episodio volvió a resaltar la duda del origen colombiano del presidente venezolano y desde la hermana república el expresidente Andrés Pastrana le envió un mensaje vía tuiter en el que le expresó ¡Paisano! ¿No te dejaron votar?

El proceso electoral protagonizado por el chavismo pareció mas bien un evento interno del partido. Allí sólo participó el chavismo ahora reducido a una nómina de funcionarios públicos.

Pero llegar allí no ha sido fácil para Maduro. Solo la jornada del 31 de julio costó 17 muertos. Las víctimas de las fuerzas represivas se agregan a los 105 muertos que ha costado su propósito de convertirse en dictador con un sello de marca. Para eso promovió la actuación de los colectivos armados que asesinan y asaltan a los manifestantes, saquean los comercios y destruyen los bienes de la población. Con la asesoría militar cubana adoctrinaron especialmente a la Guardia Nacional para arremeter contra la población y asesinar abiertamente sin que sobre ellos haya ningún control institucional.

La Constituyente emite una suerte de patente para lo que ya se venía haciendo como el desconocimiento de las instituciones, apoyados en la fuerza de las armas; la detención arbitraria de los líderes políticos nacionales y regionales; el desconocimiento de la Asamblea Nacional, la Fiscalía y los acuerdos internacionales o el retiro de la OEA.

Todo ello ha concluido en un régimen que carece de legitimidad y que se sostiene por el respaldo que aún tiene de las Fuerzas Armadas convertidas en partido militar.

Sin embargo es un régimen que no tiene todo el control de la sociedad. No tiene pueblo y la mayoría del país se le opone. Con gran parte de la dirigencia oficialista comprometida en corrupción, sobornos y hasta narcotráfico, seguirá siendo un Gobierno aislado del mundo civilizado. Lo más cuesta arriba de la jornada protagonizada por Nicolás Maduro es convencer a los venezolanos y al mundo que en efecto la Constituyente movilizó a 8 millones de votantes.

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