Venezuela: El golpe de Nicolás y la locura represiva

 

Germán Gil Rico

El asalto al poder fue práctica habitual en la vida política de la Roma militarizada del Imperio. De nada valieron los esfuerzos hechos desde Diocleciano hasta Constancio II, ninguno pudo escapar a la tendencia.  Juliano (Julio César) cumplió el ritual y derrocó a Costancio.

En Venezuela, con el restablecimiento de la democracia en 1958 y su afianzamiento en años subsiguientes, creímos  definitivamente enterrada barbarie, sin haber sopesado y mucho menos reformado los programas de formación académica del estamento militar, para dar mayor peso al componente cívico del programa y así producir un oficial respetuoso de la  Constitución, erradicando intromisiones en la política más allá de lo permitido en la Carta Magna. El estamento militar, con ligeros toques cosméticos, continuaba siendo el creado por Cipriano Castro y consolidado por Juan Vicente Gómez a lo largo de sus dictaduras; poseso de un Bolívar falsificado que les imponía el derecho de regir los destinos de la nación  y a utilizar a los civiles como mamparas para darse un toque de “civilizados demócratas”.

De esa escuela y la intoxicación castro-comunista emergieron los golpistas derrotados el  04F y el 27N de 1992, liderados por el teniente-coronel  Hugo Chávez Fría quien, luego de ser indultado por el presidente Rafael Caldera en acto consistente con el discurso pronunciado  en el Senado de la República justificando la felonía, se lanzó al ruedo político y un atolondrado electorado lo eligió Presidente de la República. Con el desbocado aumento de los precios del petróleo y su formación autoritaria dio inicio a la depredación política, económica y social que tiene al país al borde de la ruina, tarea  continuada exitosamente por el ilegítimo Nicolás, monigote de los militares.

Las dictaduras, desde sus inicios, portan en la talega un listado de delitos a ser endilgados a la oposición. Entre esos el de mayor letalidad es el de golpista. Lo vocean todo el tiempo, pero cuando el rechazo a su gestión trasciende el límite del activismo político y cobra consistencia en los diferentes estratos sociales, lo usan como arma arrojadiza, acentuando los desmanes; la vigilancia y seguimiento se hacen ostensibles, rutinarios la judialización del disenso, el encarcelamiento de líderes y la rienda suelta al golpe de Estado a la constitucionalidad.

Llegó el período de las “vacas flacas”. La caída de los precios del petróleo, antecedido por el marcado descenso de la producción debido a la falta de mantenimiento e inversión; el saqueo de las arcas nacionales se hizo patente, junto con la donación a Cuba y a otros países del Caribe más de 500 mil b/d y el pago de empréstitos otorgados por China, con remesas de 400 mil b/d convenidos a precios viles. Vaciaron la caja de los dólares y comenzaron las dificultades para el abastecimiento del 85% de cuanto consume la población. La fiebre expropiatoria había arruinado la producción agro-pecuaria y herido de muerte el parque industrial. El desabastecimiento no se hizo esperar y comenzaron las requisas arbitrarias, junto con la limitación de las cantidades de los productos a ser adquiridos. Optaron por la implantación de la “Cartilla de Racionamiento del Siglo XXI”, común en los regímenes comunistas, pero aquí en la modalidad de “capta huellas” y la indignante impresión de números en brazos y manos de los compradores, tal como se hace con el ganado.

Con un salario mínimo que no alcanza los 5 mil bolívares y una cesta básica por sobre los 18 mil, el malestar colectivo se palpa en las calles y lo refleja en las encuestas. El gobierno y, por supuesto, el ilegítimo Nicolás no llegan al 20% de aceptación, a lo que ha contribuido la caída libre en los sectores D y E donde contaban con bases inconmovibles. Tal descalabro podría ser la notificación de una segura derrota en las elecciones parlamentaria, supuestas a realizarse en Diciembre del año en curso. Pero para quienes son demócratas únicamente cuando ganan, el augurio no es tragable. Entonces sacan los “tanques” de la Asamblea Nacional, la Fiscalía y el Poder Judicial para aplastar a los líderes de la oposición. Como la vía que les queda es la de la represión pura y dura, encarcelan a Leopoldo López, a los alcaldes de San Cristóbal y San Diego lo mismo que activistas juveniles (estudiantes y trabajadores) al Alcalde Mayor de Caracas, Antonio Ledezma; seguramente allanarán la inmunidad parlamentaria a Julio Borges, tienen en “remojo” a María Corina Machado y muchos más, mientras dejan podrir encarcelados a los comisarios y a los agentes que defendieron de los “pistoleros de Puente LLaguno” a los manifestantes del Abril de 2002 y a cuanto oficial de la Fuerza Armada ha sido zapeado por algún “patriota cooperante”.

Si a Nicolás Maduro se le abriera el entendimiento se haría a un lado para que la transición se diera en buenos términos y la paz habitara de nuevo entre los venezolanos. Sería un buen golpe de timón. No lo hará porque no sabe de navegación en aguas procelosas y le está vedado dar paso a iniciativa alguna, si acaso se le ocurriere. Los militares jamás han dejado que el monigote cobre vida.

Pero deben tener la seguridad de que en medio de la lucha surgirán nuevos Leopoldo y Antonio, Julio Borges y María Corina; tantos cuantos se requieran para la transición hacia la restitución de la República Civil y democrática.

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