El derrumbe del muro de Berlín señaló el principio del fin del sistema comunista imperante en la Europa del Este
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José Ignacio Moreno León
Análisis Libre Internacional
Treinta y dos años han transcurrido desde que, el 9 de noviembre de 1989, la rebelión popular que se venía gestando en contra de la represión y el autoritarismo comunista imperante, culminó con la forzada decisión para que las autoridades de la Alemania del Este, la mal llamada República Democrática Alemana (RDA) permitieran la apertura de las fronteras. Esa misma noche miles de alemanes del este se agruparon activamente frente al muro de Berlín, referido como «muro de la vergüenza» y comenzaron a derrumbarlo.
Previamente las múltiples manifestaciones populares de los alemanes del este que habían estado sometidos al yugo del gobierno controlado desde Moscú, lograron el 18 de octubre de ese mismo año la destitución de Erich Honecker, como el último jefe de Estado y dictador comunista de la RDA e impidieron que su sucesor Egon Krenz mantuviera el régimen opresor, ya que el 27 de ese mes cientos de miles de alemanes del este continuaron sus protestas en la principales ciudades de la RDA, lo que forzó la renuncia de la mayoría de los miembros de la cúpula comunista gobernante que, desde finales de la segunda guerra mundial había establecido un gobierno totalitario y opresor en esa parte de la Alemania que había quedado, al final de la guerra, bajo la ocupación sovietica.
Significó igualmente la destrucción del símbolo más emblemático de la Guerra Fría y el colapso del bloque soviético que culminó en 1991, con la destitución de Mijaíl Gorbachov y la extinción de la Unión Soviética. Conviene resaltar que desde 1989 a 1990 se celebraron elecciones libres en Polonia, Checoslovaquia, la RDA, Hungría, Rumanía y Bulgaria, en las cuales todos los partidos y movimientos comunistas fueron desplazados del poder, después de más de cuatro décadas de ser gobierno en estos autoproclamados países socialistas. La caída del comunismo europeo se había iniciado con el surgimiento en Polonia del liderazgo de Lech Walesa, con el apoyo del Papa Juan Pablo II, quien fue un importante promotor del cambio hacia el sistema democrático, el cual se concretó cuando el movimiento Solidaridad alcanzó una amplia victoria electoral en junio de 1989, desplazando del gobierno al régimen comunista. Es importante destacar que ya en Hungría, en mayo de 1989 la presión popular había forzado al gobierno a cortar las oprobiosas alambradas de púas que separaban a ese país de su frontera con Austria.
Hay que recordar que el muro de Berlín formó parte desde el 13 de agosto de 1961 de la frontera que dividió a Alemania en dos estados, con dos regímenes ideológicamente enfrentados. Físicamente dicho muro duró 28 años y, como hemos señalado, separaba a la capital berlinesa en dos partes, una en el espacio físico y económico de la referida República Federal Alemana (RFA) y la otra, al este, constituyendo parte de la República Democrática Alemana (RDA), bajo el control del régimen soviético. Antes de la construcción del muro y por la deprimida economía que imperaba bajo ocupación comunista ya habían emigrado hacia la RFA más de 3.5 millones de alemanes orientales atraídos principalmente por el crecimiento económico del Berlín Occidental. Y a pesar de los sórdidos sistemas de control y vigilancia establecido con la construcción del muro el régimen no pudo evitar que más de 5000 berlineses del este huyeran hacia la libertad al Berlin Occidental.
La evolución de la postguerra marcó un significativo contraste entre las dos partes de la Alemania dividida, por lo que el muro que las separó sirvió de histórico testigo para resaltar el contraste de las dos economías que operaban antes de la reunificación. Así, la Alemania Oriental bajo el sistema comunista de planificación centralizada, para 1989 sólo tenía un PIB equivalente al 31% de el de la Alemania Occidental, cuyo desarrollo se impulsó mediante el modelo de economía social de mercado; ello a pesar de que antes de la guerra la región oriental era más desarrollada, con un PIB per cápita superior en más del 27% al de la parte occidental.
Luego del derrumbe del muro de Berlín, el proceso de reunificación de Alemania, realizado entre 1990 y 1991 encuentra a una República Democrática Alemana cuyo PIB per cápita y productividad laboral, bajo el sistema comunista, eran cerca de la mitad de las cifras de la República Federal de Alemania, una tasa de desempleo del doble de la de la RFA y un nivel de salarios de apenas la mitad del prevaleciente en la Alemania Federal. El crecimiento de esa denominada República Democrática Alemana, que bajo el sistema económico estatista y comunista había reducido el número de empresas privadas del 23% del sector industrial en 1950 a solo 4%, diez años después, no sólo se había estancado en la década de los 80, sino que había sido negativo, cayendo a -15.6% del PIB en 1990, con un desempleo de 10.3% en 1991.
El colapso del comunismo que emblemáticamente simbolizó la destrucción del muro de Berlín hace más de tres décadas, pero que igualmente estuvo representado por la conquista de la libertad y la democracia en varios países de la Europa Oriental que habían estado bajo el yugo del imperio soviético, representa una sólida demostración histórica señalando que regímenes con sistemas económicos y políticos de corte estatista y totalitario no sobreviven por la crisis económica y social y la violación de derechos humanos que generan, ya que se derrumban frente al reclamo de los pueblos por la conquista de la libertad y la democracia. Y es que la libertad constituye un elemento esencial de la condición humana, como el bien más importante después de la vida y como un principio sustantivo de la convivencia de los seres humanos en sociedad, solo limitada por las normas y valores que aseguran esa convivencia. Todo lo cual nos compele a la defensa del binomio libertad y democracia, como factor esencial para facilitar el desarrollo de la ciudadanía, el normal desempeño de la actividad política y el fortalecimiento de las instituciones, condiciones fundamentales para que opere una sociedad moderna y realmente democrática, entendiendo con Octavio Paz que «sin democracia la libertad es una quimera».
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Otra importante referencia emblemática de la experiencia de la Alemania de postguerra la representa el eficiente e inteligente liderazgo político que fue y ha sido hasta el presente agente protagónico de la estabilidad y del notable progreso de ese país. La historia de ese aporte se inicia con la gestión del primer Canciller de la Republica Federal de Alemania el octogenario líder de la Democracia Cristiana (UDC) Konrad Adenauer, quien desde septiembre de 1949 hasta octubre de 1963 fue el impulsor de la reconstrucción del país y de su estabilidad política y uno de los padres fundadores de la Unión Europea. A Adenauer lo sucedió su ministro de economía y compañero demócrata cristiano Ludwig Erhard, impulsor del exitoso sistema de economía social de mercado y considerado el padre del primer milagro económico alemán. Helmut Kohl, también de la UDC fue el Canciller líder de la unificación de las dos Alemanias proceso que concretó en junio de 1994. Destacan igualmente los cancilleres socialdemócratas Willi Brandt, Helmut Schmidt y Gerhard Schroder quienes fueron garantes de la continuidad de las políticas que han asegurado el éxito del modelo germánico. Más recientemente destaca otro liderazgo de la UDC con la Canciller Ángela Merkel quien desde 2005 y durante 16 años realizó una exitosa gestión económica y política en el entorno de las nuevas circunstancias planteadas por la globalización y la mundialización de la economía, colocando a Alemania como la mayor economía de Europa y entre los 10 países con mayor desarrollo humano y en el grupo de los primeros exportadores conjuntamente con China y los Estados Unidos, por lo que la Canciller Merkel es considerada como la promotora del segundo milagro económico alemán.
El ejemplo de la Alemania unida, con el esfuerzo de todo el país para asegurar un vigoroso desarrollo con equidad social, luce como una notable referencia para lograr en Venezuela y otros pa[ises de Am[erica Latina, el crecimiento económico sostenido, con justicia social y sólidas instituciones democráticas, como valiosa defensa frente a las recurrentes amenazas del estatismo y el totalitarismo populista que caracterizan a las retrógradas propuestas comunistas del llamado socialismo real, en su fracasada versión latinoamericana. En el caso espec[ifico de Venezuela frente a la profunda crisis y el marcado déficit de liderazgo que vive ese pais, la experiencia alemana nos señala igualmente la impostergable necesidad de promover un gran acuerdo nacional que asegure la gobernabilidad en un proceso de transición requerido para emprender la reconstrucción del país y el rescate de los valores y principios de una genuina democracia liberal. El liderazgo para asegurar la viabilidad política de ese acuerdo y los objetivos de la transición debe conformarse descartando los nefastos conciliabulos politiqueros, es decir incorporando ciudadanos con elevados principios éticos, conciencia cívica, sólida formación y comprometidos sin reservas con el interés nacional.