Ricardo Escalante, Texas
Las elecciones presidenciales venezolanas de este domingo 7 de octubre, serán las más inciertas en muchos años porque, sea cual sea el resultado, el país tendrá que someterse a inevitables cambios políticos, económicos y sociales. En más de sesenta años Venezuela nunca se había debatido tanto entre el bien y un infierno prolongado.
Cuando faltan apenas unas horas para el comienzo de las votaciones, la oposición y el chavismo aseguran contar con el respaldo de la mayoría. Unos y otros dicen que cuando menos tendrán un millón de votos de ventaja, mientras los más recientes sondeos de opinión pública conducen a pensar que la brecha no será tan grande. Las encuestas y las empresas encuestadoras, además, fueron utilizadas como instrumento de propaganda en la campaña.
Son elecciones inciertas porque en el supuesto de la reelección de Chávez, él tendrá en sus manos un país inestable, que le ha perdido el respeto por su ineficiencia descomunal, por haber impuesto un régimen de terror y delincuencia, de atropellos generalizados y de una corrupción que toca las puertas del despacho de Miraflores. En esas circunstancias, con la deuda pública y el gasto militar en niveles insostenibles, Chávez no tendrá otro camino que radicalizar su proyecto político, que hasta ahora ha sido un estruendoso fracaso. El escenario de una apertura democrática con Chávez es improbable. En ese mismo caso, es también necesario considerar la posibilidad de la falta absoluta del Presidente, porque su rostro y abdomen abotagados denuncian su precaria salud, vale decir, la continuación de Chávez en Miraflores es garantía de un gran infierno.
Y, por el otro lado, después del sorprendente e inteligente remate de la campaña de Henrique Capriles Radonski, su victoria plantea, en primer lugar, un escenario de esperanza y de rectificaciones. De diálogo y respeto a la pluralidad de las ideas, de libertad, de regreso al fomento del sector económico privado y a la creación de nuevas fuentes de trabajo. No obstante, hay múltiples razones de preocupación, porque hay problemas que no podrán ser resueltos a corto o mediano plazo. El desafío de Capriles será la sensatez, la ponderación, a la formación de un verdadero gobierno de concentración nacional, para evitar saboteos y conspiraciones del chavismo, así como las ambiciones y luchas de grupos políticos que se sentirán con derecho a parcelas de poder.
Como consecuencia de la concentración de poder creada por Chávez, tal vez se planteará la posibilidad de una nueva Constituyente, que a Capriles no le gusta, pero seguramente habría que pensar en el regreso al Congreso de la República bicameral, en ponerle coto a la politización de la Fuerza Armada y en la independencia plena del Poder Judicial. ¿Cómo, cuándo, con qué mecanismos y cuál será su alcance? Las respuestas -que no están al alcance de la mano- deberán ser obra de verdaderos orfebres de la política. El nuevo gobierno no podrá escapar a la austeridad y hasta habrá promesas electorales que no se cumplirán porque la cobija no alcanzará para tanto.
Estos son, en pocas palabras, los escenarios que los venezolanos tienen planteados en este momento y solo cabe esperar unas horas. Así las cosas, es deseable que la brecha en términos de votos no sea tan pequeña como todo augura, para conjurar los temores de un estallido de violencia que puede abrir la caja de Pandora.