por Aníbal Romero
Iré al grano: ni Washington, ni la Comunidad Europea, ni la ONU y mucho menos la OEA tienen la más mínima autoridad moral para indicar o recomendar a los venezolanos patriotas, civiles y militares, cómo actuar para poner fin al régimen de oprobio que destruye al país. Ni hablar de los gobiernos traidores como los de Brasil, Argentina, Uruguay, Colombia y los depredadores del ALBA, sin olvidar a los que en el Caribe sacan codicioso provecho de nuestra desgracia bajo el chavismo.
El caso de Washington merece consideración especial, pues allá presumen de expertos en democracia, legalidad y convivencia cívica. Para entender la indiferencia y complicidad de Washington en la tragedia venezolana, su condenable negligencia, tolerancia y condescendencia ante el asalto criminal a la democracia y la libertad en Venezuela, hay que tomar en cuenta el tema de Cuba y el porvenir del castrismo en la isla.
Para el Comando Sur la principal amenaza potencial a la seguridad de Estados Unidos, proveniente de América Latina, es la posible repetición del caso “Mariel” en 1980 y la salida aparatosa, esa vez, de más de 100.000 cubanos hacia Florida, instigados por el propio régimen de los Castro. Otra versión de semejante escenario constituye una diaria pesadilla para los planificadores militares estadounidenses, razón por la cual si bien Washington desearía, en teoría, un cambio democrático en Cuba, su interés prioritario con respecto a la isla es la estabilidad.
¿Democracia? Desde luego, pero en un marco de estabilidad que impida la duplicación de un caos que esta vez no empujaría a Miami tan sólo a 125.000 cubanos desesperados, sino a 1 millón o más de seres ávidos de escapar de las cadenas del atraso y despotismo castristas.
De modo que a Washington no le quita el sueño que Venezuela subsidie la parálisis de Cuba. Repito, no niego que en teoría Estados Unidos desee otra cosa para nosotros, pero en el frío esquema de los retos a la seguridad de un gran poder los venezolanos somos peones de un ajedrez complejo, en el que la libertad y la democracia son asuntos de menor importancia.
En cuanto a la OEA, propongo formalmente que los millones de ejemplares impresos de la llamada Carta Democrática de esa institución, que deben estar depositados en un almacén en Washington, sean urgentemente transformados en pulpa de papel, procesándola para aliviar la escasez de papel higiénico que actualmente atormenta la vida de tantos venezolanos.
Y que no se repita la media verdad según la cual las naciones deben actuar únicamente en función de intereses y no de sentimientos o valores. Una política basada exclusivamente en intereses es estéril, y otra basada tan sólo en un iluso idealismo es inviable.
Durante los años sesenta del siglo XX, a través de la Doctrina Betancourt, Venezuela mostró que una política exterior que combinaba el interés de proteger la democracia en nuestro país, con el valor ético de también defenderla en la región como un todo, era tanto factible como efectiva. Resulta por ello aún más repudiable la actitud pasiva, miope, cínica y deleznable de la OEA y de tantos otros frente al saqueo de la esencia de nuestra democracia, en manos del régimen chavista y su bochornosa revolución.
De manera que les solicito a los jóvenes civiles y militares venezolanos, quienes tarde o temprano actuarán para salvar y reconstruir al país: no hagan caso a las hipócritas insinuaciones apaciguadoras de quienes traicionan la libertad de nuestra patria. Hagan lo que sea necesario para ponerle fin al oprobio que nos humilla.