Correa: El ocaso del Rey Sol

Correa surge como presidente de Ecuador como respuesta a una crisis institucional que prevalecía en ese país, de características similares a las que precedieron a otros regímenes neopopulistas de la región
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José Ignacio Moreno León *
L’État, c’est moi -El Estado soy yo-. Esa era la consigna de Luis XIV, él vanidoso y máximo representante del absolutismo monárquico de la Francia del siglo XVII, por lo cual la historia lo identifica como El Rey Sol. Lo que la historia no había previsto es que, cuatro siglos después, surgiera en un pequeño país andino de la América Hispánica un emulante de ese autoritarismo monárquico francés. Y ese ha sido Rafael Correa, a quien analistas del proceso político de las dos últimas décadas en ese país han calificado como el Rey Sol ecuatoriano. Especialmente a raíz de la famosa sentencia que, en julio de 2010 expresara Correa en una de sus frecuentes peroratas públicas señalando, con soberbios términos “El Presidente de la Republica no es solo el Jefe del Poder Ejecutivo, es jefe de todo el Estado ecuatoriano, y el Estado ecuatoriano es Poder Ejecutivo, Poder Legislativo, Poder Judicial, Poder de Transparencia y control social, superintendencias, Procuraduría y Contraloría…Todo eso es el Estado ecuatoriano.”

Y es que el caso de Correa y su Revolución Ciudadana, además de representar un ejemplo del neopopulismo que se auspicia con la etiqueta de Socialismo del Siglo XXI, con sus connotaciones de acentuado centralismo y presidencialismo, ilustra el típico modelo del caudillo mesiánico, vanidoso y prepotente, quien con un fuerte perfil personal, realizo una gestión de gobierno, por más de 10 años, señalada por profunda intolerancia y marcado autoritarismo. Así lo refiere el analista político ecuatoriano Marcelo Dotti, quien identifica a Correa como “…una persona esencialmente intolerante, que no puede concebir el debate político como una justa noble; lo que compensa humillando al adversario y siempre a mansalva, desde el poder y a buen recaudo de la legítima defensa del agredido.”

Correa surge como presidente de Ecuador como respuesta a una crisis institucional que prevalecía en ese país, de características similares a las que precedieron a otros regímenes neopopulistas de la región. No hay que olvidar que desde 1996 y hasta 2005 Ecuador había sido uno de los países políticamente más inestables de América Latina, ya que ninguno de los presidentes electos durante ese periodo, al retorno de la democracia, había podido concluir su mandato, por lo que en nueve años había tenido nueve presidentes.

Correa inicio su primer mandato de cuatro años con la propuesta de realizar una revolución ciudadana y convocar a una asamblea constituyente para redactar un nuevo pacto social. Con una Asamblea Constituyente y posteriores elecciones, Correa permaneció en el poder para un segundo mandato (2009-2013) y aprovechando inicialmente los elevados ingresos fiscales, producto de los altos precios petroleros y de una reforma tributaria, emprendió un programa económico que le dio prioridad a la inversión social sobre el pago de la deuda externa y promovió la inversión en importantes obras de infraestructura y mejoras sustanciales en educación y salud. Pero el régimen perdió oportunidades de inversión privada que mucho hubieran ayudado al crecimiento económico, por la prédica anticapitalista y el clima de confrontación social que promovió el jefe del Estado durante su autoritaria gestión gubernamental. Igualmente la misma se caracterizó por una tendencia hegemónica sobre la información en relación a su gestión y a la participación popular y en los asuntos del Estado. El gobierno mantuvo frecuente confrontación con movimientos sociales y, en su política populista, la participación popular estuvo limitada solo a aclamar las decisiones de la élite en el poder. Igualmente el régimen, con su estilo fundamentalmente mediático se enfrentó a los medios de comunicación social no afectos al régimen, habiendo sancionado a más de trescientos de ellos, por lo que al finalizar su gobierno Correa ha sido señalado como uno de los principales represores de la libertad de expresión en América Latina.

Como sello distintivo del neopopulismo, la corrupción jugó un papel relevante en el gobierno de Correa ya que, su manejo intolerante y soberbio del poder abonó el ambiente de impunidad que facilitó que, desde el inicio de ese régimen ocurrieran sonados casos de corrupción, en los que estuvieron involucrados tres ministros, frente a los cuales la respuesta gubernamental se limitó a despotricar y demandar a los medios denunciantes. Recientemente se hicieron públicos escándalos de masiva corrupción que vinculan a más de 20 personas, incluyendo un ex ministro del sector petrolero. Igualmente funcionarios y contratistas del gobierno aparecen involucrados en el escándalo Odebrecht con más de 30 millones de dólares recibidos en sobornos o coimas.

Rafael Correa le deja a Ecuador una sociedad profundamente dividida y, si bien es cierto que en las recientes elecciones el neopopulismo logró mantenerse en el poder, su movimiento político vio reducida su representación parlamentaria a 74 legisladores. EL nuevo presidente Lenin Moreno -delfín de Correa- obtuvo el triunfo luego de una segunda vuelta en apretados y muy cuestionados resultados electorales. A todo ello se agrega los difíciles problemas económicos y de endeudamiento externo que deberá enfrentar el nuevo gobierno, debido a la reducción de los ingresos fiscales por la caída de los precios petroleros. Es por ello que se estima que con el fin del mandato de Correa puede producirse el fin de su caudillismo y la posible desintegración de su movimiento político, al carecer de una base ideológica propia. Si así llega a suceder veremos el ocaso del Rey Sol ecuatoriano entrando a la historia regional como otro ejemplo del fracaso del caudillismo mesiánico y populista que tanto daño le ha hecho a la América Latina.

* Director General del CELAUP, Universidad Metropolitana

[email protected]http://www.unimet.edu.ve/celaup

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