El abanderado de la injusticia

“Exijo lealtad absoluta a mi liderazgo. Yo no soy un individuo, soy un pueblo… Unidad, discusión libre y abierta, pero lealtad… Todo lo demás es traición.” (Chávez, enero de 2010).

por Gustavo Coronel

Es el abanderado de la injusticia. Apresa a los inocentes como la jueza Afiuni y deja libres a los malandros como Motta Vargas. Multa a los petroleros honestos y premia a los petroleros hampones. Fomenta el caos en la CVG mientras expropia empresas privadas productivas. Importa comida podrida en nombre de la soberanía alimentaria. Es pródigo con Barrio Adentro pero no construye hospitales.

Está empeñado en destruír la clase media para satisfacer su sed de venganza contra quienes han podido educarse. No hay ejemplo más trágico que la prostitución del Poder Judicial, sistema que él preside. Designó un Tribunal Supremo de Justicia constituído por focas tarifadas que le obedecen ciegamente, un coro de castrati que chilla; “Uh, ah, Chávez no se va”. Ordena a los jueces lo que deben hacer, como lo atestiguó bajo juramento Aponte Aponte: “Chávez me ordenó condenar a Simonovis y a los otros comisarios”. Nombra ministro de prisiones a quien se sienta en la cama abrazada con los pranes. Premia a los jueces y fiscales que hacen su trabajo sucio con embajadas en los más selectos países de Europa, como Italia y Holanda. Chávez ha izado muy en alto la bandera de la injusticia.

Mientras la jueza Afiuni está privada de libertad de manera injusta, por venganza de un Chávez herido en su orgullo, Matta Guevara, un asaltador de taxistas y atacante de mujeres anda libre por ser hijo de un general chavista. Lejos estamos de la Venezuela de Andrés Eloy Blanco, en la cual los padres eran los jueces de los hijos, los llevaban a la cárcel y, eso sí, los iban a visitar todos los días. Hoy, desde Matta Domínguez hasta Miguel Salazar agradecen esta impunidad. Los muchachos de la familia real andan armados, una pistola en la mano derecha y una botella de whisky en la izquierda, montados en los aviones de PDVSA rumbo a Disneyworld.

Estamos ante una Venezuela gangsteril, hecha posible por el celestinaje de unas fuerzas armadas que han entregado el honor de su divisa y que ya nunca más merecerán la confianza de la nación. Los venezolanos que no aprueban de esta Ciudad Gótica están hostigados por las bayonetas de los uniformados y las amenazas miliciana y pandillas de choque. Todavía hay comeflores quienes afirman que la fuerza armada respeta las instituciones. Eso será en otro país, no en una Venezuela que es ya un narco-estado.

La bandera que hoy ondea en Miraflores es negra con tibias cruzadas. La “revolución” y el pomposo socialismo del siglo XXI han resultado ser un disfraz para los piratas que venden el oro de las reservas internacionales y le entregan la Faja del Orinoco a los Chinos.

Ello le permite al enfermo de aquí seguirle enviando dinero al moribundo de allá.

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