El castrochavismo y el fin del “modelo de simulación democrática”

 

Manuel Malaver

Fue pertinente y audaz la lectura que hizo el marxismo náufrago o tardío de la caída del Muro de Berlín y del colapso del comunismo entre 1989 y 1991 y que, muy apresuradamente, podría resumirse así: no más stalinismo sin anestesia como modelo ideológico, económico y político, y en cuanto a la toma del poder, renunciar a las formas de lucha violenta (guerrillas, insurrecciones, golpes de estado) y optar por participar en elecciones burguesas que podrían procurar los mismos fines, pero sin derramamiento de sangre, ni la mala imagen que generan las violaciones masivas de los derechos humanos.

En otras palabras: que el fin de la “Guerra Fría” que significó la derrota, quiebra y bancarrota del marxismo como filosofía y utopía política, establecía, también, un nuevo orden internacional cruzado con la libertad, la democracia y el estado de derecho y sobrevivir políticamente obligaba a acatarlos, al menos, en teoría.

En este orden, el populismo y el nacionalismo se prestaban idealmente para la “simulación perfecta”, pues, de un lado, permitían movilizar a las masas de electores con las mismas (o casi la mismas) estafas socialistas, y del otro, ofrecían la oportunidad de flamear las banderas anticapitalistas y antiimperialistas tan caras a los hijos de Marx.

Lo esencial, en todo caso, era crear una barcaza para naufragar sin hundirse, ponerla a navegar a la orden de todo el que quisiera abrazar el experimento y arriesgarse a un nuevo fracaso que, ahora, resultaría escandalosamente ridículo.

Hugo Chávez fue el primero de los líderes izquierdistas post “Guerra Fría” en inscribirse en la aventura, no sabemos si de la mano de quienes fueron sus mentores políticos en la cárcel de Yare, Luís Miquilena y Manuel Quijada, o por consejería de Fidel Castro en las visitas que realizó a La Habana entre 1994 y 1998.

Lo que sí es cierto es que el viejo Castro -el lobo, el zorro, el caimán Castro- no creyó jamás en que los soles del marxismo se habían apagado, y muy temprano, desde 1992, fundó y patrocinó con comunistas y socialistas latinoamericanos una organización, el Foro de Sao Paulo, que tenía como misión mantener viva la llama de la revolución, y eventualmente, reconducirla al poder.

Vale la pena reseñarlo como ironía: pero mientras en Estados Unidos, el recién electo presidente Bill Clinton, se planteaba reducir al máximo a la CIA y la “Task Force” norteamericanas, -porque desaparecido el comunismo ya no eran “tan necesarias”-, en el Caribe el caimán barbudo se relamía antes de engullir sus restos.

De ahí que, cuando Castro conoce a Chávez en diciembre de 1994, cae fascinado, delira: era el hombre que estaba esperando: es militar, dio un golpe de estado que fracasó pero le procuró un inmenso prestigio popular, podría ser presidente de un país petrolero y, lo que es más importante, sabe hablar, discursear y expeler la demagogia necesaria para barrer en cualquiera contienda electoral.

No se equivocó, y en diciembre de 1998, un Chávez que, aparentemente, había renunciado a la violencia y al golpe de Estado, y dice que acabará con las injusticias, la desigualdad, y la corrupción, e instaurará una “verdadera democracia”, participa en unas elecciones presidenciales y las gana con números apretados, pero irreprochables.

Digamos que, a partir de ahí, comienza una de las obras de simulación política más cuidadas, orquestadas y exitosas de la historia, pues si bien Chávez, de puro ególatra y narcisista, juega siempre a ser el caudillo, el profeta armado, revolucionario y redentor, en lo fundamental, no olvida que debe reivindicar su versión de la democracia (“participativa y protagónica”) y presentarse como su creador y constructor.

Sería largo -y no es el objeto de este artículo- historiar cómo se desenvolvió el modelo de “simulación democrática” durante los 14 años que Chávez permanece en el poder, pero lo que sí es cierto, es que con retrocesos, avances, desvíos, choques y tropiezos que no impiden aproximarlo al poder total o neototalitarismo, el teniente coronel jamás lo desechó, y aun en las peores contingencias, sostuvo que era un demócrata y respetaba las reglas que, por lo menos, estaban en la Carta Magna que una constituyente le había aprobado en el 99.

Era una plataforma híbrida, donde las libertades burguesas persistían pero dejando atajos para ser violadas por un excesivo presidencialismo, pero que, en general, podían proclamarse para demostrar que había nacido un nuevo socialismo, el del “Siglo XXI”.

No fue una concesión gratuita, pues, rápidamente percibió que era una mascarada o comparsa que se prestaba a engañar a demócratas de todo cuño, ya que, aplicaba normas del estado de derecho de manera instrumental, y creaba la ilusión de que era un jefe de estado plural, al que, en algún momento, por las rendijas constitucionales que permitía, se le filtraría un aluvión de protestas, una explosión social, que concluiría desalojándolo del poder.

La gran pregunta es: ¿Por qué si el “modelo de simulación democrática” le fue tan útil a Chávez y lo sostuvo, al menos, en teoría hasta su muerte, sus sucesores, con Nicolás Maduro a la cabeza, lo echaron por la borda y se han lanzado a imponerle a los venezolanos una dictadura cívico-militar, o militar-cívico de tipo clásico, ortodoxa, de las que en la última mitad del siglo XX infestaron al Caribe, Centro y Sudamérica?

Evidentemente que, la respuesta no es otra que por el agotamiento del modelo, el cual, para los días de la muerte de Chávez, ya hacía aguas por los cuatro costados, y sostenerlo con otros mecanismos que no fueran la represión, conducía a una derrota segura cercana al suicidio.

Cuando Chávez muere, en efecto, ya la inflación traspasa el 50 por ciento, el desabastecimiento de alimentos y medinas luce como un mal crónico, la inseguridad cobra 25 mil víctimas al año, los servicios públicos empiezan a desaparecer, y el experimento socialista, no solo ha colapsado al aparato productivo agrícola e industrial, sino también a PDVSA, que producía los dólares para soslayarlos a través de importaciones.

De modo que, pensar que el sistema se sostendría con artilugios, dando impresiones, manteniendo espacios que justificarán y activaran las protestas, era exponerse a ser arrollados en el primer empellón.

“Maduro y sus militares” tuvieron el primer anuncio de este aterrador pronóstico cuando el candidato opositor, Henrique Capriles Radonski, le aplica una derrota estrepitosa por cerca de un millón de votos en las elecciones presidenciales del 14 de abril del 2013 y su llamado a combatir el fraude en la calle encuentra respuesta en todo el país.

Capriles desmoviliza a sus seguidores a los dos días, pero fue evidente que Maduro, los militares, y los reyes detrás del trono, los dictadores Fidel y Raúl Castro de Cuba, decidieron arreciar la ofensiva, y un nuevo fraude ejecutado en las elecciones para alcaldes del 16 de diciembre del mismo año, ya es acompañado con la decisión de barrer de la calle a los que se atrevan a protestar.

Es la política que se enfrenta a las manifestaciones estudiantiles que arrancan el 12 de febrero pasado y cuyo resultado (hasta ahora) es el siguiente: 49 ciudadanos asesinados por cuerpos policiales, militares y paramilitares “por protestar”, 400 heridos, otros tantos torturados, 150 detenidos, y 1500 expedientados e inscritos en una lista de “peligrosos”.

Concomitantemente: de los tres líderes de la oposición que se pronuncian a favor de los estudiantes y denuncian que el sistema deriva hacia una dictadura manejada desde Cuba: Leopoldo López, es encarcelado y espera por una condena que se piensa pasará de 20 años, y María Corina Machado y Diego Arria son acusados de magnicidio y se les busca para que corran la misma suerte de López.

En cuanto a la otra oposición, la que se aloja en la MUD, parece que deshoja la margarita, y no termina de creer y comprender que los tiempos de la “simulación democrática” terminaron y que se confronta a la dictadura con la fuerza, con la violencia a que nos autoriza la Constitución, o perecemos.

Dicotomía, dilema, perplejidad, dudas, ser o no ser, que los líderes de la oposición deben considerar con extrema urgencia, en la vía de crear una unidad sólida, por que si no, Venezuela concluirá en una provincia cubana con libreta de racionamiento, balseros, ergástulas y paredón de fusilamiento y todo.

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