Francisco Olivares
El llamado a la Asamblea Nacional Constituyente es el nuevo ungüento para calmar los dolores que padece el pueblo venezolano frente al drama diario de sobrevivir.
Pero al mismo tiempo es un mecanismo que permitirá al precario gobierno militarista de Nicolás Maduro evadir los procesos electorales que deberían estar en agenda, y así, alargar por tiempo indefinido ese inevitable encuentro con el voto popular.
Los voceros oficialistas, con el librito azul en alza frente a las cámaras de televisión, ajustan la mirada buscando la extraviada convicción, para explicarle al pueblo, al que tanto exaltaron durante 18 años, que Maduro no tiene que preguntarle al pueblo si quiere o no quiere convocar una Asamblea Nacional Constituyente, que redacte una nueva Constitución y que durante ese período se erija como un poder absoluto sobre el resto de las instituciones y sus ciudadanos.
Lamentablemente el fantasma de Hugo Chávez los persigue en cada esquina. Y toda esa campaña iconográfica desplegada desde su muerte, especialmente aquella de los ojitos del líder mirando lo que hacen, se les posa sobre el desastre en el que han convertido a Venezuela en solo tres años mientras tratan de poner debajo de la alfombra las constantes referencias que hacía Hugo Chávez sobre el poder popular.
“Sentando cátedra de lo que es el poder constituyente originario convoquemos la soberanía popular para que ejerza su soberanía absoluta (…) El único soberano es el pueblo” remarcaba Hugo Chávez el 12 de febrero de 1999 cuando llamaba a refundar la República.
En aquella ocasión la Constitución no establecía mecanismos para tal acción y Hugo Chávez, apoyado en la popularidad de la que gozaba al comienzo de su período presidencial, acudió entonces al soberano para cambiar radicalmente la estructura constituyente de Venezuela.
Pero hoy en día esa popularidad ha desaparecido y el rechazo a Maduro ronda en 80% de la población. El país está en ruinas y el Gobierno ha tenido que apelar a la fuerza militar para mantener a raya las protestas con el resultado de miles de procesados, miles de heridos y más de 70 jóvenes asesinados en las calles por las armas del poder.
Pero la nueva Asamblea Constituyente, convocada saltando un referendo consultivo al soberano, permitirá alargar, al menos por un año más los compromisos electorales, y darle un gobierno absoluto a Maduro, sin Asamblea Nacional y sin Fiscalía incómoda, mientras busca mecanismos para reacomodar su poder y encontrar una vía para recuperar su electorado. Misión ésta que luce imposible.
Pero no todo está de su lado. Si bien la fuerza militar le permitirá a Maduro llevar adelante esa tarea, no podrá evadir el compromiso final de tener que convocar a una elección secreta y universal para que el pueblo apruebe o rechace la nueva Carta Magna, surgida de una Asamblea Constituyente integrada casi totalmente por el chavismo.
Ese principio sí está claramente contenido en la Constitución de 1999 ya que el artículo 347 señala que la Asamblea Constituyente tiene la misión de “redactar” el proyecto de Constitución, pero no le da la autoridad para “aprobar” de manera que para que eso ocurra es inevitable acudir al poder originario, que es el pueblo, para que diga sí o no, a esa última etapa del proceso. Este comentado análisis no es de quien escribe sino que corresponde al constitucionalista que promueve la nueva ANC, Hermann Escarrá.
Desde luego que de un Gobierno que ha violado constantemente la Constitución puede esperarse cualquier ardid para evadir el temido encuentro con el voto popular.
Lo que sí habría que esperar del sector opositor es inteligencia y estrategia para aprovechar las rendijas que siempre dejan los restos del sistema democrático para hacer valer por lo que han luchado durante todos estos años que es justamente el apoyo popular y el voto democrático.
Twitter: @folivares10