por Juan José Monsant Aristimuño *
El próximo dos de febrero se celebran elecciones presidenciales en El Salvador y Costa Rica. Coincidente pero extraño, porque a pesar de ser dos países centroamericanos, Costa Rica siguió una ruta histórica diferente a todos ellos, quizá por la lejanía de los centros del poder, escasa población o ausencia de riquezas naturales, que le hizo poco codiciada por virreyes, gobernadores o capitanes generales.
Claro está, ambos tuvieron que convivir con sus respectivas, contradicciones, guerras civiles y gobiernos de fuerza. Solo hasta 1948, fecha que la cual los ticos se desprenden del pasado a la cabeza de José Pepe Figueres, lo que dio inicio a lo que se puede llamar actualmente el Estado Social de Derecho, una especie de socialdemocracia enmarcada entre la economía de mercado y los valores de la Doctrina Social de la Iglesia introducidos por Rafael Ángel Calderón Guardia, cuando fuere presidente en el período 1940-1944. Décadas más tarde, sus respectivos hijos igualmente gobernarían su país, pero sin el brillo, hidalguía y entereza de sus padres.
En Costa Rica, luego de pujantes gobiernos socialcristianos y socialdemócratas, quizá ya agotados de esfuerzos no renovados, por primera vez se presenta un candidato, Jose María Villalta, relacionado con el Socialismo del siglo XXI a través del Frente Amplio, quién disputa la primera magistratura con Johnny Araya Monje, del tradicional Partido de Liberación Nacional.
Muy lejos se sitúa Rodolfo Piza de la Unión Socialcristiana, en un doloroso 5%, luego que su agrupación hubiera ejercido el poder en varios períodos de la historia. Fenómeno que se repite con todos los partidos socialcristianos de América, no obstante haber representado la mayor expectativa de desarrollo en democracia y justicia social. Para ser justos, luego del derrumbe de la Democracia Cristiana italiana sacudida por sucesivos escándalos de corrupción, que la llevó a su disolución y abrió las puertas para la aparición de Ilona Staler, mejor conocida como la Cicciolina, y del particular Berlusconi.
Dos procesos electorales, dos modelos de vida. Uno pasa por la visión colectivista del Estado, tal como sucede en Cuba, Corea del Norte, Bielorrusia o Venezuela, cuya la campaña electoral financiada por ALBA bajo una masiva y disneylandesca presentación, proyecta una imagen edulcorada de Salvador Sánchez Cerén. El otro, la posibilidad de una vida en democracia con las impostergables transformaciones para su supervivencia, a través de Norman Quijano.
Se trata de elegir entre la seguridad de un Estado de Derecho sustentado en el principio de la separación de los poderes públicos, o en la certeza de la imposición de la voluntad del partido único, y la totalización convertida en tristeza.
* Abogado, Embajador [email protected]