Es preocupante para el país y para la región, el alto grado de abstención, ausencias o votos nulos, que rondan el 47% del padrón electoral.
Juan José Monsant Aristimuño /
Los resultados electorales no sorprendieron en El Salvador. De alguna manera lo que se percibía y podía leerse en las diferentes encuestas señalaban una segunda vuelta; de hecho los propios candidatos la insinuaban, en tanto que analistas políticos y académicos la daban por sentada. Fue sorpresiva sí, la diferencia entre uno y otro candidato, 10% del FMLN sobre ARENA. En cifras brutas se traduce en 48.93% del total de votantes a favor de Sánchez Cerén, ante el 38.96% obtenido por Norman Quijano. Y una nada despreciable presencia del partido Unidad con el 11.43%.
Se han dado múltiples explicaciones sobre tal diferencia. Pienso que todas son válidas y ninguna determinante, sino la conjunción de todas ellas. Soy un pertinaz crítico de ALBA en su manejo del dinero de la nación venezolana, no en la colaboración o asociación internacional con otros países latinoamericanos, que siempre la ha habido, sino en su manipulación con fines de control ideológico; y habiendo señalado la impúdica e irrespetuosa intervención publicitaria subliminal, y no tan subliminal, a favor de un partido y un candidato, no se puede afirmar que fue la causa primaria de tal resultado electoral.
Resalta el comportamiento de la ciudadanía en el acto comicial que fue a votar en paz, sin caer en provocaciones; simplemente a ejercer su derecho y jugarse en silencio, una carta a su futuro. Pero es preocupante para el país y para la región, el alto grado de abstención, ausencias o votos nulos, que rondan el 47% del padrón electoral. Es decir, el FMLN, el más votado, obtuvo cerca del 50% del 50% del votante. Por lo que, en términos generales obtuvo tan solo el 25% del total de electores, frente a un 75% que no lo respaldó o le fue indiferente.
Pero, atención, igual razonamiento se aplica al partido GANA y ARENA. Hay un fallo en el sistema, un fallo peligroso porque se trata de la credibilidad y viabilidad en la democracia, a pesar que todos los mensajes se sustentaron en la profundización de las bondades de la democracia. Cuando este fenómeno social se produce, la población incrédula o indolente cae en manos de aventureros amorales que terminan, luego de sus ofertas populistas, por instaurar un régimen despótico unipersonal o de parcelas ideológicas, militares o económicas, como es el caso de Venezuela. Fenómeno que se ha repetido, con sus variantes, en otros países de nuestra región. Lo que no quiere decir que otras latitudes se encuentran exentas, no sólo en Asia y África, sino en Italia, la renacentista, donde Silvio Berlusconi estuvo a punto de destruir la República por la indiferencia de una población domesticada y carente de sueños, ante la acumulación de engaños y decepciones.
Sin excluir la responsabilidad individual, de donde parten todas las decisiones, lo honesto es que la dirigencia pública y privada asuma su cuota parte, porque ejercen la conducción del país en cualquiera de las dimensiones del poder nacional. Poder para dirigir, proyectar, ejecutar e influir en los demás. Son los jefes de partidos, empresarios, académicos, iglesias, intelectuales, artistas, dirigentes gremiales quienes deben preguntarse en qué y por qué han fallado, dado que una significativa parte de la población se ha sentido ausente o marginada de un sistema que en nada ha cambiado su condición ciudadana.
Al situarse de derecha o izquierda, vale la pena reflexionar sobre el alcance actual de estos términos y lo que hay detrás de estos encasillamientos. ¿Se refieren a democracia frente a dictadura, a partidos de empresarios frente a partidos de obreros y campesinos, comunismo frente a capitalismo, heterosexualidad u homosexualidad, ecologista o indiferente a ella? Porque en la actualidad las inclinaciones dentro de los sistemas democráticos occidentales, y aun los no democráticos, tienden más a propuestas nacionales estructuradas en torno a un accionar compartido por la mayoría. Por ejemplo, la protección social es inherente a las democracias, el interés de la mayoría frente al de parcelas de poder; al igual que la alterabilidad, pluralidad, respeto a las minorías, libertad de mercado, control financiero, leyes antimonopólicas, el Estado de Derecho sustentado en la separación de poderes, rechazo a los fundamentalismos religiosos, raciales, culturales, al terrorismo, trata de blanca, armas, órganos humanos, animales, drogas o lavado de dinero.
Este deseo compartido impone un gran pacto nacional sustentado en la aceptación y asunción del principio de la democracia, para diseñar el proyecto estable de nación que se desea y necesita. De lo contrario, todo es una falacia y de allí la creciente abstención electoral. O, peor, un gran engaño para darle un zarpazo a la democracia.