por Gustavo Coronel / Washington DC
Acaba de morir a los 80 años el filósofo moral James Q. Wilson. Al menos esa es la definición que yo le he dado en mi mente, pués Wilson fue mejor conocido como maestro en Harvard y como politólogo y científico social. Su obra sobre el gobierno estadounidense es un clásico del género. Su artículo sobre “Las ventanas rotas”
(http://www.theatlantic.com/magazine/archive/1982/03/broken-windows/4465/)
inspiró – nos dice Albert Brooks hoy en el WSJ – un cambio radical en la administración de justicia criminal en los Estados Unidos
Por casi 20 años, desde su publicación, he tenido conmigo su libro “Moral Sense”, El Sentimiento Moral. Con cierta freceuncia regreso a este volumen en busca de brújulas para navegar por el azaroso mar moral del siglo XXI.
Mi afición por este volumen está relacionado con mi interés por el mundo de los valores y de las actitudes, y de la importancia que ellos/ellas tienen en el progreso de una sociedad. Para Wilson “estamos inmersos en una batalla cultural sobre valores” (page xi). Los valores son mucho más que simples preferencias, dice. Nadie pelea por que a otros les guste más el helado de fresas que el chocolate, pero nos vamos a las manos hablando de valores. El libro gira en torno a cuatro aspectos de valores fundamentales (no reglas morales, advierte Wilson) : simpatía (o empatía), equidad o justicia, auto-control y deber.
En este libro Wilson resalta la importancia del trabajo de Adam Smith en el campo moral, menos conocido que sus contribuciones a la economía. Smith habla de simpatía/ empatía, el sentir compasión por los problemas ajenos y la define como esa capacidad de proyectarnos fuera de nosotros mismos para identificarnos con otros. La empatía es, para Smith y para Wilson (y, añado, para Erich Kahler y muchos otros historiadores morales) la fuente del sentimiento moral y, diría yo, la cédula de identidad que nos define como seres humanos. La hormiga, nos dice Wilson, muere por salvar a los suyos pero solo el hombre puede hacer una decisión consciente de dar su vida para salvar a quienes no son nada de él.
Wilson dice que deseamos ser elogiados pero, más importante aún, deseamos ser dignos de ese elogio. Adan Smith decía que deseamos ser amados pero, más todavía, deseamos ser amables (dignos de ser amados). El hombre, aounta Wilson, está generalmente muy consciente de la diferencia entre pretender ser excelente y serlo realmente. Nuestra conciencia despierta no ya para juzgar a otros sino para juzgarnos a nosotros mismos. Podemos engañar a los amigos pero no a nosotros mismos, a pesar de todos nuestros intentos de racionalización (aunque hay quienes casi lo logran, apunto yo). El hombre necesita respeto pero también necesita respetarse a sí mismo.
La naturaleza del altruísmo merece su atención. En este punto es realista, al decir que el altruísmo tiene frecuentemente una base utilitaria, esa de obtener respetabilidad y aceptación social, aunque también exista en su forma más pura. Wilson comenta que el altruísmo es más frecuente como acción individual, solitaria, que como acción colectiva, aunque ello sea contradictorio con la tesis de poseer una raíz utilitaria.
Es interesante su apreciación sobre el sacrificio de una madre por un hijo como un sentimiento más fuerte que el de un hijo por su madre. En Venezuela hay un dicho frecuente : “A las puertas del cielo, primero yo que mi padre”, pero estoy seguro que el padre diría lo contrario. Y hay muchos hijos, estoy seguro, quienes también lo harían.
La descripción que Wilson hace del carácter es particularmente clara. Dice que el carácter posee dos componentes: uno, las cualidades personales, lo que se llamaría la personalidad y, dos, su nivel de integridad moral, de fuerza moral. La persona más admirable, nos dice, no será la que tenga todas las virtudes en grado superlativo sino la que ofrezca el mejor balance de esas virtudes. Wilson los llama “buenas personas”, los llama “Damas y Caballeros”.
Esa persona (página 241) toma en cuenta los sentimientos ajenos, simpatiza con las alegrías y tristezas de los demás, no daña a otros. Es equitativo en su proceder y ejerce prudente auto-control. Ve un evento a largo plazo más que en su impacto inmediato.
Y, esto me encantó, Wilson nos dice dice que esa persona es cortés y es puntual, cualidades, por cierto, ya casi olvidadas en ciertas monarquías tropicales.
Wilson se ha ido. Queda su obra.