Fernando Mires
Nueva Mayoría es la coalición de gobierno más amplia que ha existido en Chile. Ni el Frente Popular de 1938, ni el Frente de Acción Popular (que nunca alcanzó el gobierno) de los años 1958 y 1964, ni la Unidad Popular de 1970, ni la Concertación de 1988, tuvieron la amplitud de Nueva Mayoría (NM). Razón para pensar que el que dirige Michelle Bachelet no podrá ser un gobierno muy ágil. Su gordura es, sin embargo, condición de éxito. NM representa lo que es políticamente Chile, un país donde la centro- izquierda es mayoritaria.
NM refleja como un espejo a la sociedad chilena. Una sociedad que dejando atrás su pasado agrario y patrimonial, es ideológicamente plural, políticamente estatista, católica en las formas, con cierta movilidad social, pero en contraste, con una enorme desigualdad económica.
A un espacio social complejo corresponde en Chile un espacio político no menos complejo. Allí habitan partidos de larga data, muy organizados y con cierta autonomía social. Chile es uno de los países en los cuales los políticos conforman una verdadera clase “en sí y para sí”, es decir, con estructura, intereses y conciencia de clase.
Para decirlo en términos sociológicos, los partidos chilenos no solo son parte de la formación política sino, además, de la formación social. Eso explica por qué Chile ha sido impermeable al fenómeno populista, tan fuerte en otros países de la región. “El peso de la noche”, término que usó Diego Portales para referirse a la “fronda aristocrática” (Alberto Edwards) del siglo XlX, es todavía más pesado que antes. Podríamos hablar hoy, sin equivocarnos, de una “fronda mesocrática”
Bajo las condiciones descritas, no puede asombrar que en NM existan divisiones. Frente a cualquier tema, por más nimio que sea, se levantan controversias, a veces bizantinas, sobre todo entre dos de sus partidos “históricos”: los democristianos y los comunistas.
La impresión predominante es que al interior de NM tiene lugar una verdadera guerra de identidades, hecho que ha obligado a Bachelet a dar todas las semanas un golpe de mesa, tarea que no le acomoda pues es sabido que su fuerza radica en su capacidad de mediación y no en gestos de autoridad.
El partido que más problemas causa a la presidenta no es el comunista como era de esperarse, sino el de sus (¿ex?) amigos de la DC.
Con el PC Bachelet no tiene problemas. El PC es más bien un factor de estabilidad. Gracias a su incorporación, Bachelet ha pacificado a un sector sindical, a un gran sector mapuche y a una fracción significativa del movimiento estudiantil.
El PC nunca ha sido un partido de la revolución. Por el contrario, su mérito histórico fue haber sido el partido de las reformas sociales. Se trata de un partido de gente criada en democracia y con hábitos democráticos. Solo su ideología no es democrática
Si no hubiera sido por la intermediación de la URSS primero, y de Cuba después, los comunistas chilenos habrían sido el partido socialdemócrata que tanta falta hace en Chile: El partido de los trabajadores de “la clase media” como decía su fundador, Luis Emilio Recabarren; el de las reformas progresistas, como decía Luis Corvalán; el democrático y social, como decía Orlando Millas (anti-castrista hasta la médula)
Por lo menos hasta el golpe de Pinochet, el PC fue más socialdemócrata que el partido socialista, siempre proclive a caer en extremos y a dividirse en bandos. Después el PC perdió la ruta. Hoy la está recuperando. El único partido revolucionario que ha habido en Chile, más para mal que para bien, ha sido el MIR.
Los vocingleros parlamentarios post- estudiantiles -Giorgio Jackson, Camila Vallejo, Karol Cariola y Gabriel Boric- intentan a su vez mantener vivo el espíritu de las protestas estudiantiles de 2011. Pero solo el espíritu. La “revolución estudiantil” entró definitivamente a su fase terminal. Hoy los post-estudiantes trabajan para radicalizar la reforma educacional y en su tan anhelado y justo proyecto: la Asamblea Constituyente. Aunque esa Asamblea sea solo una mínima reforma constitucional, Chile -opinan ellos- no puede ser regido por la misma constitución de Pinochet.
El problema constitucional habría sido fácil de resolver si no hubiera sido por la DC. En ese punto el veterano Andrés Zaldivar habló muy claro. “NM no es re- fundacional”. Eso significa, a buen entendedor, reforma constitucional sí, Asamblea Constituyente, no. A Bachelet no le quedó más que solucionar el problema “a la chilena”: Lo postergó para el 2015, y luego, seguramente, lo hará hacia el 2016, cuando todos estarán preparándose para las nuevas elecciones presidenciales.
El tema de la reforma educacional, que también parecía fácil, es cada vez más difícil. La DC no quiere que la reforma se convierta en simple estatización y lucha por cada punto y coma. El otro gran tema, el de la reforma tributaria, depende de la reforma educacional cuyo precio determinará el monto impositivo. Sin reforma educacional no puede haber reforma tributaria.
¿Qué se trae la DC? Nada malo. Se trata de un hecho puramente político. Una sector ha descubierto que en Chile hay un “vacío de centro-derecha”. Uno que no pueden llenar por sí solas las disidencias que se han producido y producirán en Renovación Nacional. Ese sector de la DC opina que entre ser retaguardia de la izquierda de NM y ser vanguardia de un nuevo centro político, la última opción es más atractiva.
Bachelet se encuentra -quizás lo sabía antes de ser presidenta- entre dos fuegos. De ahí su reciente “viraje” hacia el centro de NM. Pues si se deja llevar por la izquierda de NM, perderá a gran parte de la DC, y así NM solo sería una reedición de la antigua UP. Si se deja llevar por la DC, perderá al polo izquierdo de NM, la que se convertiría en una nueva versión de la Concertación. Ninguna de ambas opciones entusiasma a Bachelet.Lo más probable es que la coalición se mantendrá con todas sus divisiones y grietas hasta Marzo de 2018. Así al menos lo ha dejado entrever Ignacio Walker, presidente de la DC. Los acuerdos son al fin para ser cumplidos. Después la DC deberá enfrentar su dilema histórico. Al fin y al cabo, con NM o sin ella, el tren de la política chilena ya viaja sobre tres rieles políticos.