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Germán Gil Rico
Análisis Libre Internacional
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Impunidad es falta de castigo. Así la define el Pequeño Larousse y ejemplifica: “la impunidad hace cada vez más atrevido al criminal”. Es un lastre que arrastra la sociedad desde el comienzo de los tiempos. Al parecer la intangibilidad de ese fardo y su ubicuidad se corresponden con un diabólico juego de intereses. Se estigmatiza pero no se castiga a quien la permite. Porque mañan. ¡Ayyy mañana! Mañana nadie lo sabe, pero siempre habrá un mañana.
Ahora bien, no es menester andar hurgando en la historia para desentrañar viejos casos de impunidad. Basta con revisar algunos acontecimientos de entre los primeros meses de 1992 en Venezuela y los primeros días de este 2021 en los Estados Unidos de América. Son acontecimientos que llaman a la reflexión, por la relevancia y proyección política de los facciosos que incitaron a la violencia del golpe de Estado para demoler el Sistema Democrático.
Los sucesos de la noche del 3 y la madrugada del 4 de febrero de 1992, son harto conocidos. Hugo Chávez Fría, un oscuro militar, teniente-coronel por más señas, paracaidista y comandante de una división de blindados (tanques) uso las armas de la república para perpetrar un golpe de Estado contra el gobierno presidido por Carlos Andrés Pérez. La acción militar fue derrotada y el líder de la rebelión se rindió y fue apresado junto con sus compinches de la mafia denominada V República. Antes de su entrega dejó las calles ensangrentadas y alfombradas con cientos de cadáveres de soldados que, con bravura, defendieron la constitucionalidad.
Pero la impunidad estaba agazapada y comenzó a operar inmediatamente. Quien redactó el decreto de suspensión de las garantías constitucionales olvidó u ¿omitió? Declarar el Estado de Emergencia. El juico no pudo ser sumario, no hubo condenas y no fueron inhabilitados para ejercer cargos públicos. Después el Presidente Rafael Caldera les otorgo el sobreseimiento de la causa y los bandoleros del 3-4 de febrero sólo vacacionaron en una cárcel con puerta abierta a visitantes; enchufó en el gobierno a más de un sobreseído. Y ¿Qué paso con la Constitución y la democracia? Nada. Chávez fue electo Presidente, implantó la dictadura comunista con sus bandoleros que roban, torturan, matan y “gozan de buena salud” gracias la intocable impunidad.
Los Estados Unidos (USA) conviven con una subyacente problemática social que la audacia y poder económico de un demagogo puede ser la chispa que prenda la mecha de la dinamita que destruya los fundamentos de la democracia a escala mundial. Y el alter ego de Hugo Chávez subió al estrado impelido por la necesidad de frenar juicos pendientes en los tribunales. Desenterró el “América Primero” y acusó a los demócratas de comunistas. De nada valieron los insultos y descalificaciones contra Biden. Perdió. No reconoció su derrota. Gritó fraude, llamó a la rebelión y asaltaron al Congreso. El pandemonio. Pero los congresistas no se amedrentaron frente al golpe de Estado en desarrollo. Antes de irse dijo: “el movimiento que iniciamos recién está empezando. Lo mejor está por llegar”. Ahora toca derrotar la impunidad. Aprobar el Impeachment o prepararse para a partir del 2024 caminar hacia los despeñaderos del Gran Cañón arreados por ese Chávez redivivo, millonario y supremacista llamado Donald Trump.