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En Colombia hemos visto cómo políticos que prometían convertirse en aquellos líderes que podían cambiar el país, o al menos aportar para hacerlo mejor, terminan seducidos por la satisfacción de intereses individuales.
“A Piedad Córdoba hay que recordarla por lo que pudo ser y no fue”. Esa gran frase del periodista Gerardo Reyes define bien lo que fue la vida de esta senadora y política antioqueña. Y nos da pie para hacer una reflexión más profunda sobre los peligros de la ambición y el poder.
Piedad demostró en sus primeros años de trayectoria política tener todos los atributos para convertirse en una gran líder del pueblo, una especie de Evita Perón del trópico. Era una mujer generosa, genuinamente sensible frente al sufrimiento de los más vulnerables y con una potencia en su voz y en su discurso que hoy aún ninguna otra mujer en Colombia – y pocos hombres, tal vez – la igualan.
Pero en su camino Piedad se acercó mucho al poder, sobre todo, lamentablemente, al poder mal utilizado, a la candela, y no solo se autodestruyó sino que terminó provocando profundos dolores a su familia. No deja de ser simbólica (y triste) la manera como falleció Piedad pesando poco más de 40 kilos, moralmente destrozada y sumida en el alcohol.
Los escándalos en los que se vio enredada se convirtieron cada uno en un salto hacia su propio precipicio. La primera vez que se prendieron las alarmas fue cuando apareció en los computadores de las FARC con el seudónimo de Teodora Bolívar, se descubrió una doble faceta secreta de ella. Ingrid Betancourt recordaba estos días cómo fue la voluntad de Piedad Córdoba la que no permitió que la liberaran de su secuestro. “Ella habría podido lograr que a mí me liberaran muy rápidamente y lo que hizo fue alargar mi cautiverio que duró seis años y medio”, cuenta Ingrid.
¿Será que la ‘promesa’ de que iba a ser presidenta de Colombia, hecha a ella por la médium favorita de Hugo Chávez, le hizo creer que la liberación de Ingrid podría ser un obstáculo para ese propósito? Lo cierto es que mientras todos los demás secuestrados fueron liberados por las FARC con la intermediación de Chávez y de Piedad, tarea por la cual ambos recibieron sonoros aplausos, en el caso de Ingrid extrañamente no ocurrió y fue solo gracias a la histórica operación Jaque que los militares la pudieron rescatar, meses después.
Piedad Córdoba –y este sería su segundo escándalo– se convirtió en una de las mejores amigas de Hugo Chávez. Los periodistas que viajaban a Caracas contaban que Piedad disponía de todo un piso en el lujoso Hotel Meliá de la capital de ese país petrolero. Hasta su vestuario cambió, adoptó el turbante que le daba una imagen de mayor poder y carácter. Y en calidad de tal se convirtió en el contacto para empresarios de todo el mundo que intentaban recuperar los capitales que habían quedado atrapados por el régimen chavista. El patrimonio de Piedad comenzó a crecer de manera notable.
Luego, más recientemente, quedó atrapada en los lujos y bacanales de Alex Saab, colombiano señalado de ser testaferro del chavismo. Hechos que se producían mientras que casi 8 millones de venezolanos salían de su país, a veces caminando semanas enteras, huyendo de la pobreza y el desorden en Venezuela.
Por no hablar del caso de su hermano, que al final de cuentas, parece fue el que la llevó a la tumba. Por lo que se ha sabido, a Piedad le resbalaba que la gente la criticara o cuestionara por sus otros escándalos, tenía la excusa fácil de que eran sus opositores, la mejor manera de ser negacionista de sus malos pasos. Pero en el caso de su hermano, cuando ya fue su familia la que le puso un límite, cuando quienes le estaban diciendo que no estaba bien hecho eran las personas a las que ella más quería y en las que más confiaba, ahí se le derrumbó el mundo.
En alguna entrevista radial que concedió Piedad Córdoba, hace unos cinco años, le preguntaron por su apoyo a un régimen que había producido tal diáspora producto del hambre y la pobreza, y ella con cierto espíritu negacionista simplemente se refirió a que en Colombia también había muchos pobres.
En Colombia hemos visto cómo políticos que prometían convertirse en aquellos líderes que podían cambiar el país, o al menos aportar para hacerlo mejor, terminan seducidos por la satisfacción de intereses individuales. En medio de la ambición que caracteriza a cualquier político, en un momento dado no les queda fácil distinguir entre el bien y el mal y van corriendo la línea ética hasta que caen al despeñadero.
La historia de Piedad bien puede ser una advertencia o un llamado para todos aquellos que alguna vez han sido genuinos defensores del pueblo, que llegaron a la política porque querían hacer cambios verdaderos para beneficio de todos, que no se enceguezcan con el poder, que no se dediquen a negar que están caminando rutas equivocadas, por el bien de ellos y de todos.