Texto original: Aunque tú me has dejado en el abandono/ Aunque tú has muerto todas mis ilusiones/ En vez de maldecirte con justo encono/ en mis sueños te colmo de bendiciones/ Sufro la inmensa pena de tu extravío/ siento el dolor profundo de tu partida/ y lloro sin que sepas que el llanto mío/ tiene lágrimas negras /como mi vida/ Tú me quieres dejar/ yo no quiero sufrir/ contigo me voy mi santa/ aunque me cueste morir/ Tú me quieres dejar/ yo no quiero sufrir/ Si tú me dejas mulata/ te tendrás que arrepentir / SOLISTA/ Si un jardinero de amor/ siembra una flor y se va/ y otro viene y la cultiva/ ¿de cuál de los dos será?
por Fernando Mres *
Si no lo sientes no entiendes al bolero -me dije alguien un día de esos tiempos en los cuales me dedicaba a entender el sentido filosófico de los boleros- Y, sin embargo -respondí- yo lo siento, pero no lo entiendo. Pero ¿debo entenderlo para entenderlo? ¿O solamente debo sentirlo para entenderlo? Solo una cosa estaba clara: Las lágrimas de Bebo son negras, las lágrimas negras son del color del luto. Y más lejos no llegué. Esto es una locura- me dije-.
Y ahí, recién comencé a entender a Bebo. Es una locura, y las locuras hay que entenderlas de acuerdo a una lógica enrevesada. Porque los locos no son tan locos, simplemente cambian el orden de las cosas, pero las cosas son las mismas para los locos y para quienes creen no serlo. Es, si duda, el de Bebo, un bolero loco. Y, como los locos son enrevesados, para entender el bolero de Bebo necesito comenzar desde el final para llegar al principio. Entonces como si yo también fuera un loco, leí el texto de abajo hacia arriba; y ahí creí entender. Creí entenderlo todo.
Las lágrimas negras son el luto del amor que se ha ido; suele ocurrir. El amor se ha ido con otro; eso dice el final. ¿De quién es el amor? ¿Del que lo sembró o del que lo cuidó? El amor sin cuidado no es amor, me dije. Luego, quien canta es el jardinero de la rosa que otro sembró, y después, sin pedir permiso, del rosal cortó. Ahí está la clave. La mujer del amante se fue con su primer amor, el que le dio a conocer el amor, y dejó a quién cultivó ese amor, solitario en su soledad. Al fin y al cabo, pensé, es el mismo tema de siempre, aunque dicho de otra manera. Las lágrimas son las mismas, sean de sangre roja, blanca, o negra. Da igual. Es el destino de casi todos los amores que un día se van.
Recuerdo, al llegar a este punto que una vez escuché decir a un predicador que el amor, para que sea amor, debe vivir tres momentos. El primero es el del conocimiento. El segundo, es el del sentimiento. Y el tercero es el de ponerse al servicio de la persona amada. El conocimiento es básico.
Sin conocimiento de lo que se ama no hay amor posible. El conocimiento del amor no es, por cierto, igual a conocer a una persona en un momento dado. Implica un conocimiento profundo. Basta recordar que en la Biblia cuando está escrito que Adán conoció a Eva, significa que Adán poseyó a Eva. Ni más ni menos. El amor entre humanos, porque el humano es materia, rinde tributo a su inevitable materialidad. Y la materialidad – no voy a citar a Lacan – es fálica.
En las paredes de un callejón medieval de no me acuerdo que ciudad leí una vez, impresa en piedra, la siguiente pregunta: “¿Qué es el amor?” Y abajo, su autor, emitió la respuesta: “Es lo que se sabe después”.Quería decir: el conocimiento corresponde a la fase de siembra del amor, como dice la música de Bebo. Luego, el senti-miento es el reconoci-miento del conoci-miento. El sentimiento es, igualmente, la grabación del conocimiento en el alma -en el caso de Bebo en un piano- de modo que es posible conocer el rostro de la persona amada, aún en medio de su ausencia. También a través de una cumbia abolerada, o de un bolero cumbiado.
Y ¿qué significa ponerse al servicio del amor?
Ponerse al servicio no significa otra cosa que cuidar la existencia del objeto querido con la misma precisión y afán con que nuestros antecesores cuidaban el fuego. Es por eso que de acuerdo al imaginario del bolero, a las flores no basta sembrarlas, hay que regarlas, podarlas, cambiarles la tierra, a veces guiarlas y protegerlas del frío cruel que todo lo mata. El objeto que se quiere re-quiere cuidado para seguir existiendo. Eso significa poner al sujeto al servicio cotidiano del objeto de amor, no como una sucesión de actos rituales, sino mediante actos y obras. Porque de nada sirve hincarnos frente a la persona amada, jurar amor y derramar lágrimas si no lo demostramos de algún modo.
Lágrimas negras es un clásico y por esa razón no es quizás demasiado original en su texto, aunque su ritmo, y eso es lo que al fin importaba a Bebo para quien el ritmo era el texto– es muy “sabroso”. Hay otros boleros de lágrimas tan famosos como el de Bebo. ¿Cómo no acordarse de esas Lágrimas del Alma que cantaba Raul Show Moreno? ¿O del más aguardentoso de todos, esas Lágrimas de Sangre que compuso Agustín Lara?
En esos boleros encontramos los temas centrales de la bolería latinoamericana: las sombras, la oscuridad del cielo, el amor ausente que no regresa, la lluvia, la tristeza en su forma extrema que es la melancolía, el alma lastimada y, por cierto, las lágrimas de amor. En gran medida los boleros son canciones húmedas. Están rodeados de lluvias y lágrimas. A veces, por si fuera poco, aparece el mar.
Los boleros de lágrimas son por lo mismo boleros líquidos. El agua que a raudales corre en ellos es sólo en parte un agua metafórica. En cierto modo se trata de imágenes asociativas. La lluvia está asociada a las lágrimas, las lágrimas al alma, y el alma, a la ausencia del amor que no vuelve, a la tristeza que por ser tristeza será siempre negra, tan negra como la cara de Bebo.
¿Por qué tanta agua? La pregunta es más que pertinente. Y mi respuesta es casi obvia: el agua, ya sea en su forma de lágrima o de lluvia, es una representación de la disolución de lo sólido. El agua es la sustancia material que retorna a su estado natural originario, el que es predominantemente líquido. Pues el agua no sólo cubre el 72% del planeta Tierra sino que está repartida, además, entre el 50% y el 90% de la masa de todos los seres vivos. En cambio su porcentaje de existencia hacia el interior de la masa terrícola es muy bajo: apenas 0,022%.
El agua es parte de una unidad trinitaria. En la mitología griega la trinidad estaba formada por el sol, la tierra y el agua. Pero, además, el agua representa una de las terceras partes de la trinidad de la vida, o si se prefiere, es una de las tres formas que asume el ser en su existencia. La primera forma es la sólida, la segunda es la líquida, la tercera es la gaseosa.
El agua, y por lo tanto las lágrimas, se encuentran situadas en el justo medio que se da entre la solidez de la materia y la disolución radical de su existencia, que es el vapor. Como el ser humano, de quien se piensa existe entre el reino animal y el espíritu divino, el agua también se encuentra en el medio, entre la solidez del ser y su difusa evaporación en el espacio infinito. El agua es, por así decirlo, la intermediación de la vida, o mejor dicho: es el nexo simbólico que media entre la solidez de la materia y su disolución final. No debe extrañar entonces que en las culturas antiguas, el agua, más aún que la tierra, haya sido el símbolo de representación de la vida.
El ser humano, en su estado más originario, entra a su madre en forma líquida donde vivirá nueve meses como una isla, rodeado de agua por todas partes. En el agua, después nos bañamos, buscando no sólo la limpieza sino, además, la purificación, tanto del cuerpo como del alma. A través de las lágrimas -aguas con ojos- comunicamos nuestro ser con el mundo exterior, y gracias al fluir de las lágrimas, expresamos, de modo más real que simbólico, el dolor y las penas. Las lágrimas, negras o blancas, vienen simbólicamente del alma. Quizás, entre la materialidad humana y el espíritu que es el vapor, las lágrimas son el alma. Puede que el alma sea líquida y no etérea, como pensamos.
Para quienes sufren, las lágrimas representan la disolución de esa materia que todos somos. A través de su liquidez volvemos al estadio pre-material, lo que es efectivamente cierto. Las gotas derramadas a través de los ojos son la expresión física de una materia que comienza a deshacerse en sí misma.
“Estoy deshecho”, decimos cuando el dolor es más que insoportable. Las lágrimas expresan realmente el deshacerse de la vida, cuando una parte de ella nos abandona y comienza a fluir, remitida a su estadio pre-sólido. Ahí se ha ido Bebo, cos sus negras lágrimas que son las de su alma. O las de su piano: es casi lo mismo.
* Fernando Mires, profesor emérito de la Universidad de Oldenburg, Alemania, autor de numerosos artículos y libros sobre filosofía política, política internacional y ciencias sociales, publicados en diversos idiomas. Editor del portal Polis.