Virginia Contreras*
Hace un par de semanas la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) hizo público un comunicado sobre la “grave situación del país”. Si bien no resulta extraño que la autoridad que reúne a todos los obispos de Venezuela opine sobre la realidad nacional, resulta interesante su claridad respecto a un aspecto que a nuestro modo de ver ha sido, y es, la piedra angular de la problemática política venezolana, la cual muchos han subestimado hasta el punto de que después de 16 años de revolución bolivariana, no ha podido encontrársele una salida a la crisis del país. Nos referimos al tratamiento que debe dársele al pueblo, particularmente a aquellos que padecen las mayores necesidades, y que como consecuencia de medidas populistas tienen una visión muy diferente de lo que otros en Venezuela puedan tener. No por esto último sus ideas y sentimientos no deben ser respetadas.
Señala la CEV dos aspectos que vale la pena resaltar. Si bien por un lado trata de sacudir los cimientos de la desesperanza de los ciudadanos, invitándolos a no mantenerse “pasivos y conformistas”, haciendo un llamado para que los poderes públicos escuchen a su pueblo, por otro lado se dirige al liderazgo oficialista y opositor a los cuales les invita a manifestar su preocupación “por todo el pueblo, sin dejarse llevar por intereses partidistas y particulares”, recordándoles que es necesario demostrar que estos dos grupos actúan en pro del bien común, así como de los verdaderos intereses de los ciudadanos del país.
¿Por qué habría de manifestarse la CEV por algo tan obvio, como lo es el que todos los líderes políticos, antepongan a sus intereses personales los intereses del pueblo? La respuesta es sencilla: porque es evidente que la CEV, así como lo observan muchas otras instituciones dentro y fuera del país, han podido apreciar que el mensaje que una gran mayoría de dirigentes políticos- del lado que sea- divulgan mediante sus palabras y fundamentalmente sus acciones, pareciera ir dirigido en vez de apoyar y tratar de soliviantar la situación de los que más sufren, a crear las bases para desarrollar sus futuras campañas electorales, utilizando como argumento el ejemplo del pésimo gobierno que representa el socialismo del siglo XXI.
Si bien podría resultar políticamente incorrecto hacer hoy en día mención, a por lo menos una sola política positiva que el para entonces presidente Hugo Chávez haya desarrollado, no puede ocultarse con un dedo la apertura que, aunque haya sido por razones populistas, le facilitó a los sectores más desposeídos de la sociedad venezolana, esos a los cuales comúnmente solemos identificar como pueblo. Personas que durante los anteriores gobiernos pensaban que la democracia era para otros, ciudadanos que carecían de las más elementales condiciones para siquiera sobrevivir, y que mucho menos habían soñado con poder opinar y decidir los destinos del país, comenzaron a vislumbrar un mundo diferente. No es una defensa que pretendemos hacer frente a un gobierno indefendible, sino una realidad que incluso personalidades como el ex presidente Rafael Caldera pudo comprender, cuando en su discurso a raíz de los acontecimiento del 4 de febrero afirmaba que “Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer”.
En aquellos momentos muchos lo acusaron de oportunista, otros de traidor a la democracia, pero el hecho es que a ese pueblo que posteriormente percibió vientos de cambio, y que hoy en día está teniendo que pagar un terrible precio, poco les sirven las palabras de los políticos que les hablan de democracia, libertad de expresión, derechos humanos, ni mucho menos de los que les ofrecen esperanza mediante la activación de un referéndum revocatorio, una enmienda constitucional, o siquiera demostrar que el Presidente Maduro no es venezolano. Con ninguno de estos argumentos puede enfrentar la vida el que nada tiene, ni mucho menos tener garantías de que en un futuro, si hubiere un cambio político en el país, su opinión, no solo mediante elecciones, seria respetada.
La realidad venezolana presenta grandes oportunidades para hacer valer todos esos maravillosos principios que solemos escuchar sobre los valores de la democracia, los cuales comienzan por la solidaridad frente a nuestros compatriotas, y todos aquellos habitantes que sufren y padecen las consecuencias de la incompetencia manifiesta del gobierno. Para ello no es necesaria ninguna Ley dictada por la Asamblea Nacional, ni ningún Decreto emitido por la presidencia de la Republica. Frente a las largas colas existentes en todo el país para recibir las dadivas de un gobierno sordo, la respuesta indispensable –si se quiere el favor de ese pueblo- no es otra que el compartir lo mucho o poco que otros puedan tener, y demostrarle al mundo que los venezolanos son mucho mejores que aquellos que los gobiernan.
- Abogado, experta en Defensa Hemisférica, ex embajadora ante la OEA