por Teodoro Petkoff
Habría ganado Chávez las elecciones de no contar con ese poderoso instrumento que es el chantaje a los dos millones de empleados públicos, entre los cuales el miedo a perder el trabajo es inmoralmente explotado por el chavismo? Es una pregunta que Chávez y los suyos deberían hacerse. Porque, sin mayor análisis, se puede establecer que la votación del reelecto es mucho más frágil de lo que parece en ese supuesto voto “duro” de siete millones. La capacidad de intimidar del gobierno es enorme.
Por ejemplo, uno entre muchos, todos los supuestos beneficiarios futuros de viviendas comprometen su voto por temor a quedarse sin el techo ofrecido.
No vamos a negar que Chávez conserva todavía una conexión significativa con capas extensas de nuestra población, pero ésta viene disminuyendo lenta pero perceptiblemente. Con relación a Rosales, Chávez subió su votación sólo en unos 300 mil votos. En cambio, Capriles obtuvo cerca de 2 millones de votos más que Rosales. La votación de Chávez está estancada, la de la oposición va en franco crecimiento.
Con relación a Rosales, a quien derrotó con el 67% de la votación, a Capriles lo venció con el 54%. Un bajonazo de 13 puntos porcentuales, que contrasta con los 8 puntos en que incrementó Capriles su porcentaje con respecto al de Rosales. No estamos dorando la píldora sino tratando de evidenciar que hay un país que adversa a Chávez, o está en trance de hacerlo, que es mucho más dinámico y abierto a revisar sus opiniones que aquella parte de la población dominada por el clientelismo y aferrada al líder que dispensa los favores. En ese país dinámico, que crece con la propia población, está el futuro. Veinte años de gobierno de un mismo ciudadano serán el mayor incentivo para este sector, que no habrá conocido más que un solo presidente en su vida.
Chávez pronunció un discurso conciliador desde el Balcón del Pueblo. Pero picado de culebra se asusta de bejuco. Hemos oído tantas veces a Chávez enunciar los mismos buenos propósitos, para reencontrar al poco tiempo a la misma persona de siempre: agresiva, insultante, descalificadora, incluso en el terreno personal, de cualquier rival que se le atraviese, que cuando lo escuchamos hoy no podemos dejar de sentir un punto de escepticismo. Sin embargo, esta vez hay un panorama que tal vez obligue a una reflexión en Chávez y los suyos. Ganó, pero no aplastó. No puede decir que recibió un mandato para pasar por encima de sus opositores. Apareció un país de masas conscientes que no puede ser desdeñado; que exige un trato justo, democrático y respetuoso para contribuir a la necesaria gobernabilidad que el país exige para poder romper el estancamiento y avanzar.
En todo caso queremos participar a nuestros lectores que somos los mismos de la semana pasada, y de los últimos trece años, dispuestos a mantener el espíritu de lucha, la crítica sin ambages, la palabra empeñada con ustedes y el país entero.