Avanzar hacia el futuro para ocuparse de lo realmente importante para la convivencia y asegurar su supervivencia a la droga, la inexplicable existencia de una Corea del Norte y un Estado Islámico combatiente.
Juan José Monsant Aristimuño
Ahora que ha pasado un par de semanas desde el anuncio de la reanudación de las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba, y luego de leer y escuchar innumerables reacciones de los más calificados analistas internacionales en uno u otro sentido, vale la pena intentar alguna reflexión menos inmediata a la luz de lo acontecido que, ciertamente, pasa a constituir uno de los hechos más trascendentes del siglo XXI.
En verdad, los Estados Unidos tenían tanto derecho a implantar un bloqueo, ruptura de relaciones o cualquier acción diplomática, financiera, comercial o económica como lo hizo por allá en el comienzo de los sesenta, como Cuba tenía el derecho de expropiar por causa de utilidad pública. Claro está, luego de justa indemnización, previo juicio; lo cual no se hizo. De no haberla, como no la hubo, la expropiación se convirtió en un vulgar atraco a mano armada. Dejó de ser el ejercicio de un derecho, para convertirse en una arbitrariedad del poder, en un acto de fuerza indebida. En consecuencia, la expropiación sin indemnización de bienes muebles e inmuebles, propiedad de personas o empresas norteamericanas ubicadas en suelo cubano, generó la natural respuesta del gobierno estadounidense.
Luego vino la crisis de los misiles, en octubre de 1962, justamente dos años después de las confiscaciones. El arrebato de un alucinado dictador caribeño actuando en nombre del hombre nuevo a partir de las teorías marxistas leninistas; del comunismo soviético, dispuesto a conquistar el mundo a menos de veinte años de haber sido derrotado el horror nacionalsocialista de Adolfo Hitler.
En esa realidad se impuso el bloqueo que duró hasta el pasado 16 de diciembre. En realidad, el bloqueo no ha sido suspendido, porque el único que puedo hacerlo legalmente (así funciona el Estado de Derecho en las democracias) es el Congreso de los Estados Unidos quien le dio fuerza de ley en 1996, mediante la llamada Helms-Burton Act.
Entonces, ¿qué fue lo que se hizo que tanto conmovió a la comunidad internacional y le ha movido el piso a más de un país de la región y del Medio Oriente? Lo que le correspondía a dos poderes ejecutivos; en primer lugar, normalizar las relaciones, hablarse, introducir las condiciones para reabrir las relaciones diplomáticas, levantar algunas medidas económicas administrativas, intercambiar espías, liberar viajes, bajar las tensiones, tender puentes, buscar salidas necesarias en las relaciones internacionales, tal como se hizo con Vietnam, China, la extinta Unión Soviética, y hasta con la misma Alemania al fin de la Segunda Guerra Mundial.
Avanzar, avanzar hacia el futuro para ocuparse de lo realmente importante para la convivencia humana y asegurar su supervivencia, a pesar de los integristas islámicos, la degradación del planeta y los impertinentes pero intrascendentes procesos anacrónicos como el Socialismo del siglo XXI, los petrodólares humillantes de Chávez, las torpezas y desubicación de Maduro compitiendo con los carteles mexicanos de la droga, la inexplicable existencia de una Corea del Norte, un Mugabe y un Estado Islámico combatiente, lastres todos de una civilización en marcha dolorosa pero indetenible.
Por lo pronto bajaron los precios del petróleo, la economía mundial se recuperará de una manera más equitativa, sus beneficios llegarán a las bases, a la población sencilla, la de todos los días, a través de la baja de combustible, la energía eléctrica, los productos de consumo, al romperse el cartel de los países productores de petróleo, verdaderos expoliadores de las necesidades más elementales del ser humano que habita en sociedad.
Y, 1) se puso a Rusia en su lugar; las bravuconadas, arrogancias y desplantes de un Putin desatado, mimetizado en zar actuando a espalda del Derecho Internacional se estrelló en algo intangible como el valor de una moneda sustentada en el precio del petróleo; 2) hizo volver a la realidad la onírica y destructiva el accionar del gobierno venezolano contra su propio pueblo, la región americana y la misma comunidad internacional, financiando cuanto proyecto terrorista y antioccidental tocara su puerta; al punto que la propia Cuba, realista por los años transcurridos y la sumatoria de fracasos dejó de pensar en el subsidio venezolano; 3) La venta de petróleo en el mercado negro que realiza ISIS en detrimento de Arabia Saudita e Irán, se les vino abajo, y con ella la posibilidad de sostener por tiempo prolongado una cruenta guerra, igualmente atemporal e inaceptable para la comunidad de naciones civilizadas.
A todos nos ha convenido la decisión de Barack Obama y Raúl Castro de intentar una normalización de sus relaciones diplomáticas. Los republicanos, tradicionales defensores a ultranza del libre mercado, podrán hacer de nuevo negocios lucrativos con la isla, sin coste político; la desestabilización regional y los intentos de hegemonías menguaran a favor de la democracia, en tanto que aquellos países girando alrededor de ALBA y Petrocaribe, podrán buscar su propio destino en la solidaridad nacional e internacional sin comprometer su independencia y dignidad nacional, tal como sucede en la actualidad.