Ricardo Escalante, Texas
Excelsas virtudes del político que se jacte de serlo son capacidad para la autocrítica y humildad para aprender la lección de sus equivocaciones. Y, por el contrario, la tozudez y la arrogancia son deplorables defectos que, por cierto, crecen como hierba mala en el terreno político.
Digo esto a propósito de los innumerables juicios que he leído sobre las causas de la derrota de la oposición venezolana en las elecciones presidenciales de octubre y su coletazo en las elecciones de gobernadores, y después de haber esperado con paciencia franciscana una reacción desapasionada del principal protagonista de ese ingrato acontecimiento.
En algunas de mis divagaciones sobre la política venezolana, había expresado elogios a la fortaleza física de Henrique Capriles Radonski y a su demostrado y encomiable deseo de reemplazar a Hugo Chávez, a lo cual, como era dable esperar, había agregado con sana intención algunas referencias a sus falencias de bulto. Y lo hice porque para enderezar rumbo nacional se requiere algo adicional a los brincos y a la cachucha tricolor.
Entonces dije y ahora repito, que la selección del candidato presidencial debió haber ocurrido con anticipación suficiente. No fue así por interés de algunos partidos, a pesar de lo cual en la campaña electoral quedó claro que la opinión pública estaba preparada para producir el cambio de gobierno que no llegó. Estaban dadas las condiciones para la victoria de la oposición y hasta se creó una emoción sin precedentes cuando Capriles, por fin, atacó de manera frontal a su rival.
¿Qué pasó entonces y qué ha pasado después? Capriles vacilaba, ni siquiera llamaba a Chávez por su nombre. No le exigía actuar con responsabilidad para revelar la gravedad de su enfermedad y para demandar que se sometiera al examen de una junta médica. ¿Por qué Chávez ha despreciado a los médicos venezolanos, que sin lugar a dudas son mejores que los cubanos? ¿Por qué Capriles no ha confrontado las recientes y atolondradas interpretaciones constitucionales de la presidenta del Tribunal Supremo y de Diosdado Cabello?
Es de suponer, además, que un líder con vocación para reunir a los descontentos generados por el atropello chavista, no debe despreciar a los partidos políticos tradicionales porque a pesar de su enorme desgaste, ellos todavía disponen estructuras capaces de contribuir a la transmisión del mensaje y a la defensa del sufragio en las mesas. Pero Capriles lo hizo y, como si fuera poco, los agredió sin causa ni razón.
Las primeras lecturas de cualquier aspirante presidencial deben ser de historia contemporánea y de economía, amén de otras materias también relevantes. Las debilidades de Capriles en ese terreno son significativas. Ahora, claro está, nadie sabe si él se lanzará a competir con Nicolás Maduro en lo que hoy se avizora como otra derrota más para la oposición, aunque la política es dinámica y cambiante y falta agua por correr bajo los puentes.
Capriles ha dicho y repetido que en su bolsillo lleva 6.5 millones de votos que eran y siguen siendo suyos, pero al reelegirse como gobernador de Miranda obtuvo una cantidad inferior a la de octubre en ese Estado. Este detallito es interesante y da lugar a otra pregunta: ¿Podrá él sacar los mismos 6.5 millones de votos frente a Nicolás Maduro, a pesar de la incapacidad estructural de este para pensar y hablar a la vez?
Quedan pendientes otros elementos para nuevos artículos. Por ahora confieso pánico ante la ignorancia supina del señalado como sucesor por el monarca de Sabaneta, porque el país no puede manejarse como un autobús del Metro: Solo con freno y acelerador. Un primitivo que ha ascendido por sumiso no puede. ¡Hagamos algo!