por Fernando Mires
Las elecciones del 07.10.2012 tienen una importancia que trasciende a Venezuela: Si gana Capriles el ciclo del militarismo político en América Latina llegará a su fin. Esa es mi tesis.
Bajo militarismo político entiendo no sólo el ejercicio del gobierno por un militar sino un tipo de gobierno que se rige de acuerdo a un vocabulario y a una disciplina militarista, vale decir, un gobierno cuya lógica de poder se encuentra subordinada a la lógica militar. Luego, no nos referimos aquí sólo a dictaduras, sino a gobiernos militares. Hacer la diferencia es importante.
Ha habido gobiernos militares -como por ejemplo el primero de Batista en Cuba, el de Noriega en Panamá, y con ciertas reservas, el de Chávez en Venezuela- que no han sido dictaduras en el exacto sentido del término (al menos han permitido elecciones). Ha habido en cambio gobiernos civiles (Fujimori en Perú) que sí han gobernado de acuerdo a los cánones de una dictadura clásica.
A fin de precisar, podemos distinguir tres tipos de gobiernos militares latinoamericanos.
1) Las dictaduras militares caudillistas y oligárquicas (Trujillo, Somoza, Gómez, Stroessner, entre varias) al servicio de sectores agromineros-exportadores formados durante el siglo XlX.
2) Las dictaduras militares de seguridad nacional (la del Brasil de los sesenta y las del Cono Sur de los setenta y ochenta) cuyo objetivo era cerrar el paso al “comunismo” .
3) Las dictaduras y/o gobiernos militar-populistas, como el primero de Perón, el de Velasco Alvarado en Perú, el de Omar Torrijos en Panamá, el de Lucio Gutierrez en Ecuador y, no por último, el de Hugo Chávez en Venezuela.
Ahora bien, como es sabido, las dictaduras oligárquicas decimonónicas fueron barridas por la modernización social del continente. Las de seguridad nacional terminaron junto con la Guerra Fría. Y los gobiernos del populismo militar desaparecerán gracias a la institucionalización de la democracia que, aunque lentamente, tiene lugar en los países de la región. Chávez es, según esa perspectiva, el último representante del militarismo político continental (Cuba pertenece a otra historia). Esa es la razón por la cual si gana Capriles, un ciclo histórico habrá llegado a su fin.
Entre las propiedades del gobierno de Chávez no siempre ha sido analizada con profundidad su índole militarista. Si así hubiera ocurrido habríamos entendido mejor el discurso político del chavismo: un discurso que incorpora a la política la lógica de la guerra y apunta, por definición, a la conversión del enemigo político en enemigo militar. Enemigo que, visto según la óptica militarista, debe ser derrotado sin misericordia. Así nos explicaríamos por qué el discurso violento de Chávez está orientado a destruir la esencia de la gramática política. De modo que cuando Chávez habla de aplastar o pulverizar a la oposición, es plenamente consecuente con una lógica que adquirió en los cuarteles y que, evidentemente, impregnó su personalidad y su biografía. Esa es la lógica de la guerra.
En la lógica de la guerra no hay lugar para la reconciliación: sólo hay vencedores y vencidos. No ocurre así con el lenguaje de Capriles quien ha hecho de la reconciliación una de las demandas centrales de su discurso. Pero se trata de una reconciliación que no apunta a la eliminación de las contradicciones, tampoco a una ficticia fraternidad ajena al juego político, sino –esto es lo decisivo- de una reconciliación política.
O dicho así: mientras Chávez intenta transformar a sus adversarios en enemigos, Capriles intenta transformar a sus enemigos en adversarios. Eso supone que si gana Capriles, el chavismo deberá ser integrado a la estructura política de la nación de modo que su partido-estado (PSUV) llegue a ser un verdadero partido político como ocurrió con otros partidos-estados de América Latina (el justicialismo argentino, el PRI mexicano, entre varios). De este modo el chavismo, desde la oposición, tendrá la oportunidad de constituirse en un partido civi-lizado, es decir, en un componente más de la llamada “sociedad civil”. Eso pasa –obvio- no sólo por la desestatización sino por la desmilitarización del PSUV, hecho que implicará la sustitución de las armas de la guerra por las de la política, entre ellas la más política de todas: el debate. Tarea muy difícil. Pues, dicho sin exagerar, es más fácil que el Vaticano suprima el voto de castidad de los sacerdotes a que los militares acepten el debate como forma de vida.
De tal modo, cuando Chávez se niega a debatir con el desafiante candidato, optando por un insultante monólogo, no sólo es porque obedece a su naturaleza narcisista o a sus miedos. Su negativa a intercambiar argumentos aceptando que el oponente lo mire a la misma altura de sus ojos es, sin duda, propia a su formación militar. Por una parte, con el enemigo no se discute. Por otra, la no-deliberación en los institutos armados es considerada una virtud militar.
El uso de la grosería sin límites que ostenta el vocabulario del presidente, la falacias y las mentiras, las intimidaciones y las criminales amenazas de guerra civil, la adulteración de encuestas y hasta el soborno son, no cabe dudas, armas antipolíticas. Pero a su vez son equivalentes al objetivo militar trazado por el “comandante”: la destrucción final del “enemigo”.
Incluso cuando Chávez caracteriza a la oposición como “burguesía” o como “ultraderecha” -aunque en la oposición hay más gente de izquierda que en el chavismo- lo hace para forzar la imposibilidad absoluta de reconciliación. Luego, no es la ideología de Chávez la que determina su militarismo político. Todo lo contrario: su militarismo político determina su ideología. La “irreconciliación de clases” –independientemente a que Chávez nunca ha dicho a que “clase” él representa- no es más que un subterfugio destinado a fundamentar ideológicamente la irreconciliación personal de Chávez con los usos básicos de la democracia política.
Cuando en cambio Capriles habla del camino del progreso -en esas asambleas populares en que se han transformado las manifestaciones a su favor- dice algo muy cierto. El chavismo es parte del pasado, de ese pasado militarista latinoamericano que tanto ha costado dejar atrás. Chávez representa, por lo mismo, el último reducto del militarismo político continental.
Si gana Capriles comenzará entonces un nuevo capítulo de la historia. Y no sólo de la venezolana.