Viejos y nuevos peregrinos en acción de gracias

 

Abel Ibarra / analisislibre.org

Para Alicia Hernández

Después de dos intentos por abandonar Inglaterra, los peregrinos del Mayflower, a la tercera va la vencida, arribaron el 11 de diciembre de 1620 a estas costas del Nuevo Mundo y bautizaron como Plymouth el lugar de su llegada, en rememoración del puerto del mismo nombre de donde habían partido, hacía cuatro meses, navegando por la misma Mar Océana de nuestro Cristóbal Colón.

El radicalismo de estos puritanos expurgados del Calvinismo «blando» era opuesto a la liturgia anglicana demasiado “papista” que acostumbraba el uso de sobrepelliz (prenda vaporosa que se lleva sobre la sotana), la pila bautismal, la señal de la cruz, la veneración de crucifijos y el acto de arrodillarse al recibir la comunión: el sueño primero de estos “pilgrims” era la búsqueda de la nueva Jerusalén y deslastrar al anglicanismo de sus excesos y “desviaciones” rituales.

Crudo el invierno y cruda la vida de estos segundos inmigrantes modernos en tierras americanas que (después de la aventura de Juan Ponce de León en busca de la “Fuente de la Eterna Juventud”, cuando le diera nombre a la Florida el Domingo de Resurrección de 1513), lograron hacerse de un territorio tan inhóspito como la muerte que se llevó a más de la mitad de los peregrinos recién llegados.

Pero, “Al fin trajo el verde Mayo, correhuelas y albahacas” (diría el Miguel Hernández de nuestra comarca lingüística), además de la aparición milagrosa y sorpresiva de los indios Wampanoag, quienes enseñaron a los sobrevivientes el cultivo del maíz, planta desconocida en el mundo ultramarino de Albión y los ayudaron a desbrozar (de las mansas yerbas líbrame Dios, que de las bravas me libro yo), lo comestible de lo desechable.

Fue en el noviembre de 1621 cuando los pilgrims celebraron su primer Día de Acción de Gracias, hasta que en 1863 el presidente Abraham Lincoln, amparado en la majestad del congreso, declaró el tercer jueves de este mes glorioso como día de fiesta nacional.

La historia se repite quizá a propósito de sí misma y hoy, en este territorio que fue creciendo entre sueños que sangran hasta convertirse en país, nosotros, los nuevos peregrinos, menos puritanos pero igual de necesitados, nos hemos metido en la venas de la vida cotidiana para ser uno con el futuro que se nos avecina cada día.

Nosotros, los nuevos pilgrims irredentos, los que nos vinimos de nuestras duras congojas de nación, estamos pujando por hacerlo lo mejor posible, aun en contra de los más tozudos que no reconocen que sus ancestros también escaparon de diferencias irreconciliables en otras latitudes y estrecheces.

Nosotros, los nuevos pilgrims salutíferos, damos las gracias a Dios y a la gente amable de los Estados Unidos, que nos recibe como personas de buena fe para que no haya límites en esta aventura de sobrevivir a cada rato.

Amén.

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