Ilustración: tomado de portal UNESCO
por Fernando Mires *
Desde hace más de un decenio, cuando se trata de realizar un balance y situar las perspectivas para el año entrante, los comentadores latinoamericanistas han estado de acuerdo en dos puntos:
1. Los regímenes de orientación electoral han impuesto su hegemonía sobre las dictaduras militares de las cuales Cuba es su único -aunque quizás no último- reducto.
2. Entre los regímenes electorales ha sido establecida una suerte de rivalidad. A un lado, el proyecto autocrático, estatista y proto-militar liderado por el chavismo desde Venezuela. Al otro, las democracias liberales del continente. Aunque los gobernantes, por obvias razones diplomáticas niegan dicha rivalidad, esa ha sido, es, y -por un tiempo indeterminado- será, la contradicción política fundamental de América Latina.
También la mayoría de los analistas han estado de acuerdo en que la primera corriente mantenía un ritmo ascendente. Sin embargo, la noticia de 2013 es que la corriente menos democrática ha sido revertida por primera vez. No el autocratismo sino la democracia política tiende a establecer supremacía continental. Sin duda, una muy buena noticia
Algunos regímenes autocráticos no han sufrido mermas. Ortega en Nicaragua ha reestablecido las estructuras somozistas, y al igual que el antiguo dictador, ha ligado la economía de su país a los dictados del FMI, pero en nombre de la revolución. El bloque que llevó a Evo Morales al poder no muestra grietas profundas, solo uno que otro desgaste. Y el reelegido Rafael Correa parece ser el último caudillo decimonónico del continente. Pero ninguno de esos países posee condiciones para ejercer un liderazgo continental. En el caso más óptimo solo conforman la periferia del ALBA.
Y bien, esa federación ideológica llamada ALBA ha terminado 2013 con su núcleo central definitivamente deteriorado.
El proyecto declarado de Raúl Castro ya no es el comunismo sino un capitalismo de Estado basado en la superexplotación intensiva de la fuerza de trabajo, sujeta a la dominación de un régimen corporativo en cuya cima se ubica la alianza entre el Ejército y la burocracia civil (Partido). El proyecto de Maduro, a su vez, apunta a fortalecer el Estado rentista y a destruir el aparato productivo, sobre la base de una alianza de poder similar a la cubana, a saber, la burocracia del Partido-Estado (PSUV) y un ejército cuyos generales engordan gracias a la teta petrolera (¿Junta Cívico-Militar?)
La diferencia entre ambos regímenes es que el venezolano no ha logrado en 15 años lo que logró el joven Fidel Castro en dos meses: destruir a la oposición políticamente organizada. Venezuela ya no es el centro del ALBA, al contrario, es el eslabón político más débil de la cadena autocrática. Ni las elecciones presidenciales del 14-A, ni las alcaldicias del 8-D, permiten al post-chavismo cantar gritos de victoria final. Todo lo contrario.
El proyecto autocrático carece de liderazgo continental. Ni Cuba ni Venezuela ofrecen una nueva utopía. Ni siquiera un modo viable de gobernabilidad. Tan repelentes han llegado a ser que incluso Zelaya, otrora peón de Chávez, debió distanciarse retóricamente del chavismo en las elecciones que su esposa perdió en la ex albista Honduras. Y al igual que Honduras, Paraguay consolida una democracia de orientación «centro-derecha» y su adiós al «socialismo del Siglo XXl» parece ser definitivo.
Incluso Argentina cuya presidenta coqueteaba con el chavismo, da muestras de dinamismo democrático. Las elecciones parlamentarias de 2013, mas una creciente movilización cívica, apuntan hacia la formación de un peronismo renovado. En cualquier caso, la reelección presidencial -marca de fábrica de toda autocracia- parece ser ya un objetivo casi imposible de alcanzar para Cristina Fernández.
Por cierto, Argentina continuará siendo peronista –es más fácil que el Vaticano deje de ser cristiano a que Argentina abandone el peronismo-. Pero, y es al fin lo importante, nunca el peronismo ha sido igual a sí mismo.
2014 será decisivo en Venezuela. Por primera vez un año sin elecciones en un país en el cual la oposición, a pesar del más atroz ventajismo electoral, ha llegado a ser mayoría en las áreas más pobladas. Los estallidos sociales -producto de la política económica practicada por el dúo Chávez-Giordani y continuada por Maduro- seguirán apareciendo por doquier. Si la oposición logra conservar su unidad básica, y si además desarrolla un fuerte trabajo social para otorgar así formato político a las luchas reivindicativas, podrá convertirse en una verdadera alternativa de poder. Todavía, hay que decirlo, no lo es. Venezuela vive ese difícil momento en el cual un gobierno no sabe gobernar y la oposición no puede todavía gobernar.
Las necesarias adaptaciones que requiere una práctica política no electoral, en el marco determinado por un gobierno que controla todos los poderes fácticos, solo podrá ser posible en Venezuela si la oposición, en aras de su propia unidad, logra neutralizar, y en lo posible desembarazarse, de una delgada franja golpista y militarista cuyos adalides ven en la MUD y en Capriles a sus enemigos mortales. Esa derecha endógena -existe por cierto en todos los países latinoamericanos- ya ha causado en Venezuela mucho daño. Es la misma derecha fanática que hoy sueña con calles ensangrentadas y asonadas militares. Se trata, para decirlo claro, de una derecha que no suma; por el contrario, resta. Sobre todo resta en momentos en donde la tarea más importante de la oposición será la de obtener un perfil no solo democrático -ese ya lo tiene- sino acentuar su representación social entre los sectores más empobrecidos del país.
Que el bloque de naciones democráticas haya crecido en América Latina no significa que han sido creadas condiciones irreversibles. Todo lo contrario: Hay países en los cuales sus gobiernos caminarán sobre cuerdas muy flojas durante 2014. Dos de ellos son por el momento los más desafiados: Colombia y Chile.
Si a través de diálogos e inevitables enfrentamientos el gobierno colombiano logra desarmar a la mal llamada guerrilla, distanciándose a la vez de opciones militaristas como son las que representa el ex presidente Uribe, la contribución colombiana al proceso que llevará a América Latina hacia la democracia plena, será enorme.
En Chile a su vez, todos saben que la gobernabilidad de Bachelet será tan difícil como fácil fue su elección. Si el gobierno logra la tarea de sentar las bases para una economía social de mercado sin que sean deteriorados los fundamentos del Estado de derecho, los mismos que tantos sacrificios costó obtener, y a la vez, si Bachelet logra realizar ese objetivo sin que se caigan los naipes de una baraja que agrupa desde democristianos a comunistas, estaremos frente a una verdadera obra de joyería política. Si no es así, será lamentable para una Mayoría que no es tan Nueva.
El crecimiento económico de América Latina continúa, aunque a ritmo más pausado. Los problemas de hoy son más bien de naturaleza política. ¿Cómo lograr cierta equivalencia entre la producción de bienes materiales y la producción de bienes políticos? El caso peruano parece ser sintomático. La economía camina bien sobre las cifras, a pesar de cierto lógico retroceso. Pero de Perú solo llegan noticias sobre escándalos y casos de corrupción. Solo Brasil y Uruguay parecen estar atravesando el umbral que lleva del desarrollo económico a un desarrollo político sustentable. Dilma Rousseff ha demostrado en momentos de crisis ser una excelente administradora del capital lulista y José Mujica ha sabido combinar gestos populistas con un acentuado liberalismo político y un evidente pragmatismo económico.
Naturalmente estamos hablando de democracias imperfectas. ¿Pero no sería una democracia perfecta todo lo contrario a una democracia? La democracia vive de la lucha en contra de sus imperfecciones. Solo las dictaduras son perfectas.
* Fernando Mires, profesor emérito de la Universidad de Oldenburg, Alemania, autor de numerosos artículos y libros sobre filosofía política, política internacional y ciencias sociales, publicados en diversos idiomas