Manuel Malaver
Otra semana agitada en la siempre agitada política venezolana que pasó, de la conmoción provocada por los 3 millones de electores que votaron por los candidatos de la oposición en la primarias del domingo antepasado, al estupor que desató el anuncio del presidente Chávez diez días después, el mismísimo martes de carnaval, “de que se le había detectado un nuevo tumor con “altísima probabilidad de tener células cancerígenas”.
Y después… turbulencias de todo tipo, especulaciones que podían ir, desde que se trataba de un nuevo trapo rojo, hasta diagnósticos de que lo atacaba la somatización de la derrota del 12-F, pasando por lecturas del Tarot, el tabaco y los caracoles que concluían en que “al socio” se le habían volteado los santos y no lo esperaba otro futuro que perder, perder y perder.
Hipótesis, teorías o prognosis que podrían de conjunto estar en lo cierto, o contradecirse unas, para coincidir otras, pero que en absoluto afectan la conclusión en que puede resumirse los hechos precipitados en Venezuela en los últimos días u horas: Chávez está haciendo un uso electoral de un síntoma que puede ser total o parcialmente cierto, grave o no tan grave, curable o incurable, pero que se presta idealmente para la recuperación de lo que más necesita en estos momentos: fe en el líder, confianza en que no puede ser derrotado, demostración de que aun en la peor adversidad está al frente de los suyos y mensaje subliminal de que podría estar muerto, cremado, momificado o bajo tierra, pero a pesar de…vivo y en capacidad de tener prendida y en sus manos la llama del gobierno y de la revolución.
De ahí que, el anuncio de la nueva enfermedad de Chávez haya sido el inicio de una frenética cadena de espectáculos, de puestas en escena donde los únicos que faltaban eran Tito, el Bambino y Joaquín Rivera, de dramas, comedias y autos de fe con niños que se desprendían “espontáneamente” del público portando cartas que le enviaban sus madres al Padre Redentor, y de tomas cerradas y paneos selectivos sobre una multitud revolucionaria de no más de 2000 personas en los cuales viejos revolucionarios como el cineasta, Carlos Azpúrua, la cantante Lilia Vera y el exguerrillero, Fernando Soto Rojas, se daban de manos con nuevos hijos de la revolución (casi recién nacidos) como Mario Silva, Jorge Amorín y Pedro Carvajalino.
Pero en conjunto la realidad, o como acostumbran a decir los postmodernistas, “la sensación de realidad”, de que un ejército se ponía en movimiento, tomaba posiciones, presentaba armas y equipos que podían incluir, desde el hábito talar de los adoradores, hasta los uniformes verde oliva y de camuflage que le gritaban a quien quisiese oír que “una guerra hacia comenzado”
Diría que, arrancando del Estado Mayor que presidirá el alcalde del Municipio Libertador, Jorge Rodríguez, más los comandos regionales, los distritales, los municipales y locales, un montante de algo así como de 500 mil funcionarios que abandonarán sus funciones públicas, no volverán acordarse de sus horarios, oficinas, y sitios de trabajo, ni de la construcción de viviendas, ni de la reparación y mantenimiento de carreteras, escuelas y ambulatorios, de misiones y convenios, de siembra de tierras invadidas que seguirán convirtiéndose en baldíos, ni de abrir fábricas ocupadas o importar los insumos que requieren para su funcionamiento, de combatir la inseguridad que solo el año pasado cobró la vida de 19 mil venezolanos y concentrarán todas sus energías y tiempo en la que Chávez no tardará en llamar: “Madre de todas las Batallas”.
“Madre de todas las Batallas” que, por supuesto, no pasa de una hábil, estruendosa y apresurada campaña de propaganda, como toda buena campaña de propaganda reducible a unos pocos slogans que en este caso se limitan a: “El Jefe está en pie de lucha”, “Nadie, ni el cáncer puede derrotarlo”, “En La Habana o Caracas es siempre el que manda”, y “Cuidado con los que quieran pescar en río revuelto y salen a ofrecerse para sustituirlo, porque, al igual que el “Gran Satán”, el imperialismo, o Capriles, serán aplastados”.
En otras palabras: que el ataque no es solo contra los representantes de la oligarquía, la burguesía, el pitiyankismo y el capitalismo, sino contra las posibles facciones y sus líderes que en lo interno, en el PSUV y el gobierno, piensen que ha llegado la hora de la sucesión y ellos ofrecen sus nombres para que la revolución continúe y no naufrague.
Diría yo de gente como Maduro que ya fue asomado desde La Habana como un posible heredero y cuenta internamente con grupos que lo apoyan; de Diosdado Cabello, que precisamente por ser el segundón que siempre está ahí, al lado de Chávez, oyéndole, incluso, los latidos del corazón, puede ser el escogido por la cúpula militar para proponérselo al Jefe; de Adán Chávez, el hermano mayor, familiar y consanguíneo, y por tanto, portador del carisma que solo se trasmite vía genética, o de cualquier offsider como José Vicente Rangel, que por su trayectoria y características, nunca ha dejado de esperar y aspirar.
Pero, ¡no se olviden!, todo centrado en un hecho fundamental: estamos a meses de unas elecciones, los partidos de la oposición y su candidato no lucen mal, y, por tanto, nosotros, ahora más que nunca, debemos reafirmar, estructurar y consolidar el paradigma de que: “Con Chávez todo, sin Chávez nada”, pues lo contrario es arriesgarse en una apuesta que seguramente se perderá, sobre todo hoy día, cuando le ha reaparecido un tumor que puede ser maligno, y hay que gritar a todas las fuerzas que: “Sigue siendo el Rey”.
“El Rey”, el clásico de José Alfredo Jiménez que inmortalizo Pedro Vargas, y tantos otros como Antonio Aguilar, Vicente Fernández, Luis Miguel y Plácido Domingo, que le hubiera encantado versionar a Pavarotti y quien sabe si hasta Toni Bennett, la canción que más ha cantado Chávez desde que asumió la presidencia hace casi 14 años, que una noche, incluso, se dio el gusto de interpretar en un banquete en el “Círculo Militar” haciendo trío con Julio Iglesias y el exprimer ministro chino, Jiang Semin y al abrigo de las miradas sonrientes y complacientes de Gustavo Cisneros y Jimmy Carter.
“El Rey”, la ranchera que podría muy bien resumir “la épica” de este héroe “sin épica”, de este Comandante en Jefe sin guerras, batallas, ni combates que contar, inspirador y ejecutor de un golpe de estado fracasado pero impune, que se impuso porque el estado de derecho democrático y constitucional no tiene recursos legales para contener a quienes se atreven a derrocarlo “constitucionalmente”, y deben al final reducir sus hazañas a las triquiñuelas y estratagemas que se cuecen en los laboratorios de los burócratas y los escondrijos de los técnicos de la política.
Lo que es tanto como decir que, enfermedades o sanidades, éxitos o fracasos, victorias o derrotas deben ser trucadas para hacerlas resplandecer como las estrellas que conducen, que guían al héroe hacia la meta, al instante en que toca la gloria con la mano.
Por eso, a cuidarse con lo del cáncer y el tumor, a no darlo como un juego o alharaca más, sino como otro intento de laboratorio de Chávez de no alejarse ni perder el poder, de hacer válido el principio de no abandonarlo ni aun en el trance de la derrota más catastrófica.
Por eso mi alerta a la oposición que veo a meses de reconquistar la democracia en Venezuela, y sobre todo. a nuestro candidato, Henrique Capriles Randonski, de no apartarse un solo instante de la política, de la búsqueda de los votos, del convencimiento a que deben llegar todos y cada de los 27 millones de venezolanos, de que no son las armas, ni los golpes de estado, y mucho menos el cáncer, los que pueden derrotar a Chávez, sino la decisión de la sociedad democrática de ponerle fin a una pesadilla que ha hecho irrelevante la verdad, reversible la luz, y disecable la realidad.