Fernando Mires */ Análisis Libre
Escuchar y ver al Presidente Chávez insultando del modo más procaz al candidato opositor, y a su séquito aplaudiendo con homicida entusiasmo, son hechos que podrían dar cabida a la idea de que estamos frente a un fenómeno particular, entendible sólo a partir de coordenadas venezolanas. Pero no: el problema es más grave y no tiene que ver sólo con Venezuela
Vamos a los hechos: Chávez calificó al candidato opositor Henrique Capriles de “cochino” sin que mediara ninguna agresión u ofensa de parte del segundo
Chávez abrió así el espacio para que cualquiera de sus más enloquecidos seguidores –y los tiene- atente en contra de la vida del candidato opositor. Al fin y al cabo se trataría de un simple “cochino”, no de un ser humano.
La deshumanización verbal del enemigo pertenece por cierto a una escuela de vieja data. Hitler, a quien sus electores ubicaban dentro de la izquierda (“nacional-socialismo”) llamaba “ratas” a los ciudadanos judíos, términos que también hizo suyo el “socialista” Gadafi para referirse a los rebeldes. Stalin llamó “parásitos” a sus enemigos “de clase”. Fidel Castro calificó como “gusanos” a una enorme cantidad de refugiados políticos. Pinochet, a su vez, caracterizó a los marxistas como “mala hierba”. Los asesinos de la RAF alemana, los de las FARC en Colombia y los terroristas de Al Qaeda calificaban de “cerdos” a sus enemigos. Chávez, por lo tanto, está lejos de ser una excepción. Luego, independiente a su salud mental -lo que para un análisis político no tiene mucha relevancia- en los insultos de Chávez hay determinadas intenciones lógicas.
La primera ya ha sido mencionada: la deshumanización del enemigo mediante la vía verbal podría actuar, bajo determinadas condiciones, como pre-condición hipotética del atentado a la vida del candidato o de la de otros líderes de la oposición. Se trata, en este caso, de un intento amedrentador
La segunda obedece a un cálculo estratégico, a saber: enrarecer el clima provocando al adversario para que éste reaccione igual a él, y abandone así la línea de la política. De más está decir que en un marco antipolítico Chávez es imbatible. Su capacidad de insulto y las dimensiones de sus groserías son insuperables.
La tercera intención también es racional. Chávez –lo ha demostrado- domina a la perfección el lenguaje de los bajos fondos. Y el hampa, eso lo sabe él muy bien, también vota. Mas todavía: el hampa se ha apoderado de Caracas hasta el punto de que durante el mandato de Chávez ha llegado a ser, junto a Ciudad Juárez, la ciudad más peligrosa del continente. De tal modo, cuando Chávez habla como hampón, interpela a la parte más “dura” de su propio frente interno: la delincuencia organizada.
La cuarta intención es un derivado de la tercera: a través de la destrucción del lenguaje político, Chávez intenta introducir en Venezuela un clima de terror. Tropas de choque, encapuchados motorizados, franco-tiradores, matones a sueldos, en fin, toda esa ralea que ha llevado a algunos analistas a caracterizar al régimen como fascista, ya está tomando posiciones de combate. Atentados, vehículos y edificios incendiados, secuestros, asaltos a mano armada, serán los complementos naturales de la violencia gramatical del mandatario. Venezuela, de aquí a las elecciones, será un infierno.
Sin embargo, Chávez no está sólo. Su lenguaje –reitero- es constitutivo a esa cultura de la violencia que todavía impera en gran parte del continente, tanto en sus derechas como en sus izquierdas.
Cuando los mandatarios del ALBA -con excepción del cubano llegados al poder mediante elecciones democráticas- al confraternizar con los genocidas más repugnantes del planeta, llámense Gadafi o Bashar el Asad, no pueden ocultar la relación de identidad antipolítica que a todos los une.
Incluso partidos políticos de izquierda que forman parte del sistema democrático de sus respectivos países son afectados cada cierto tiempo por peligrosas recaídas en la cultura de la violencia ¿Qué oculto inconsciente llevó por ejemplo a los dirigentes comunistas chilenos a presentar, hace un par de meses, sus condolencias a la dinastía coreana cuando falleció Kim Jong, uno de los más tenebrosos dictadores de la historia mundial?
Para que quede claro: no estoy hablando de un grupo armado sino de un partido del cual sus dirigentes son casi todos profesionales, gente de buen vivir, habitantes de barrios apacibles, con hijos en excelentes colegios, es decir, de un partido del que gran parte de su militancia no se diferencia -ni en gustos, ni en hábitos consumistas, ni en nivel cultural- de la derecha; en fin, de personas que no soportarían vivir no sólo en Corea del Norte, tampoco en Cuba más de una semana. ¿Qué charco ideológico les impide salir de esa cultura de la violencia que ellos mismos nunca han practicado y asumir la vida democrática sin ningún complejo de culpa? ¿No se dan cuenta de que mientras no se distancien explícitamente de Chávez, los Castro y otros autócratas, nunca van a tener la más mínima chance política en su propio país?
En el fondo, resulta evidente, el problema no es político: es quizás antropológico; o tal vez psiquiátrico.
Es una lástima. El juego democrático de las naciones latinoamericanas necesita de una izquierda, de un centro y de una derecha bien constituidos. Si la izquierda -y no sólo la derecha- no abandona de una vez por todas esa cultura de la violencia verbal tan propia a Chávez y a los chavistas más fanáticos, llevará otra vez a que algunos no resistan la tentación de cortar otra vez la misma rama del árbol en donde están todos sentados. ¿Es que no han aprendido nada?
* Profesor emérito de la Universidad de Oldenburg, Alemania, autor de numerosos artículos y libros sobre filosofía política, política internacional y ciencias sociales, publicados en diversos idiomas.