Como Mataron a un País

 

Thor Halvorssen*

New York Post

Venezuela ya no es un país con un gobierno, instituciones o sociedad civil. Hoy por hoy es, más bien, un área geográfica aterrorizada por una organización criminal que dice gobernar, y una sociedad civil que está compuesta de dos tipos de personas: los cómplices y las víctimas. Treinta millones de vícitmas.

Este saqueo empedernido liderado por Hugo Chávez comenzó en el año 2000. Cuando hablo de “saqueo” me refiero a contratos gubernamentales fraudulentos, la apología del soborno, nominas de pago fantasmas en todos los ministerios del gobierno, dudosas subvenciones estatales, el saqueo de las reservas de oro de Venezuela y una monumental estafa con los cambios de divisas.

Más de un trillón de dólares han desaparecido —parte de ellos despilfarrados en programas sociales que no produjeron nada— y una cantidad exorbitante de los mismos terminó en cuentas bancarias en Andorra, Panamá, Nueva York, Hong Kong y Suiza.

Venezuela se ha transformado en una pesadilla distópica, propia de una historia del final de los tiempos. Existe desabastecimiento de todo tipo de comida y productos básicos, enfermedades que se pensaba habían sido erradicadas el siglo pasado han regresado con vehemencia, y una ola de criminalidad ha azotado al país con tal fuerza que ha ubicado a Venezuela como el país con el mayor índice de homicidios en el mundo.

Padres están poniendo a sus hijos en adopción porque ya no tienen qué darles de comer; familias están dejando que los ancianos mueran de hambre porque no hay suficiente comida para darles; pacientes que no tienen enfermedades mortales se están muriendo porque faltan medicamentos básicos como insulina y oxígeno, en hospitales donde equipos médicos vitales son robados y las salas de emergencia operan sin electricidad. En un inesperado y macabro giro en esta historia, incluso las morgues no pueden lidiar con el número de cuerpos sin reclamar, por lo que éstos se están pudriendo en los pasillos.

Justo antes de la navidad en Ciudad Bolívar, más del 80% de los supermercados, almacenes y tiendas de alimentos fueron saqueados. El saqueo se volvió tan generalizado que no solo fue dirigido a negocios, sino que también se extendió a hogares particulares. Mientras más caos exista, menos se tiene que preocupar el presidente Nicolás Maduro de protestas y marchas en las calles.

Mientras tanto, quienes detentan el poder se pueden abocar a lo que saben hacer mejor: saquear los recursos naturales del país, y producir y traficar droga. De hecho, Maduro acaba de subir las apuestas al nombrar a Tareck el-Aissami, el líder de un cartel del narcotráfico, como vicepresidente.

¿Cómo se llegó esto? Los problemas de Venezuela empiezan y terminan con la destrucción total del estado de derecho. Desde la presidencia hasta el más bajo funcionario gubernamental, la corrupción paso de ser objeto de escándalo a convertirse en un estilo de vida. Se robaron todo.

Yo demandé a un grupo de delincuentes venezolanos, acusándolos de corrupción en un tribunal en la Florida. Los acusados protagonizaron el caso más infame de corrupción dentro de Venezuela: el caso de Derwick Associates. Se trata de un grupo de venezolanos menores de treinta años, educados en Estados Unidos, y que no cuentan con experiencia alguna en contratos gubernamentales; mucho menos en la construcción de plantas eléctricas.

En catorce meses, estos chicos obtuvieron 12 contratos para construir plantas de generación de energía eléctrica para el gobierno venezolano. Contrataron a una empresa estadounidense para que construya plantas de mala calidad que nunca funcionaron y luego pasaron una factura al gobierno de Venezuela con más de mil millones de dólares de sobreprecio. Sobornaron tan descaradamente a los funcionarios chavistas que se ganaron el sobrenombre de “bolichicos”.

¿Y qué hicieron con el dinero robado? Utilizaron cuentas bancarias estadounidenses, canadienses y andorranas para lavar y ocultar el dinero sucio que se llevaron.

Desde entonces viven una vida extravagante. Han comprado propiedades en todo el mundo, entre ellas un coto de caza de 30 millones de dólares en España. Han alquilado una casa adosada de piedra arenisca en la Quinta Avenida y la Calle 75 de Nueva York. Han comprado también un pent-house en el Olympic Tower al frente del Rockefeller Center y varios condominios valuados en millones de dólares enla urbanización de Sunny Isles en Miami, además de apartamentos en Paris, una flotilla de carros de lujo y un jet privado de 20 millones de dólares. Recientemente, pusieron 53 millones del dinero venezolano robado en una start-up española de lentes de sol llamada Hawkers.

Según Bloomberg News y el Wall Street Journal, fiscales federales y de la ciudad de Nueva York iniciaron investigaciones criminales en contra de los cabecillas de Derwick, Alejandro Betancourt y Pedro Trebbau. ¿Y en Venezuela? Silencio.

El congreso venezolano amenazó con bombos y platillos de iniciar una investigación contra Derwick, pero luego de que se repartiera suficiente dinero a los líderes de comisiones dentro de la asamblea, la investigación quedó en nada. Además, el presidente saliente de la Asamblea es cuñado de uno de los accionistas de Derwick, Francisco D’Agostino Casado.

Pasó muy poco tiempo luego de yo comenzar a investigar el caso, cuando yo también recibí ofertas de soborno.

El caso de Derwick es uno de cientos en Venezuela, un país que se está pudriendo de cabo a rabo. Y una vez que obtienen su botín, basura humana como los muchachos de Derwick no se quedan en Venezuela, sino que se mudan a Miami, Madrid o Manhattan. Actualmente, Florida, Texas y Nueva York son el hogar de miles de venezolanos deshonestos, quienes cargan consigo gran parte de la responsabilidad por la actual crisis en el país.

Esperemos que, dado que no se hará ningún tipo de justicia en Venezuela, la justicia estadounidense haga lo correcto y brinde justicia a las millones de víctimas venezolanas.

* Thor Halvorssen es presidente de Human Rights Foundation.

Lea el artículo original en New York Post.

How to Kill a Nation—Venezuela’s corrupt are looting the country to death

Thor Halvorssen – January 11, 2017

Venezuela is no longer a country with a government, institutions and a civil society. It’s a geographic area terrorized by a criminal enterprise that pretends to govern, with a civil society made up of two sets of people: accomplices and victims.

More than 30 million of the latter.

The Hugo Chavez-led looting spree began in 2000. By “looting,” I mean fraudulent government contracts, a celebration of bribery, phantom payrolls across all government ministries, bogus government-grant programs, the sacking of Venezuela’s gold reserves and a massive currency-exchange scam.

More than $1 trillion has disappeared — some of it wasted on social programs that produced nothing — and a staggering amount has ended up in bank accounts in Andorra, Panama, New York, Hong Kong and Switzerland.

And the pillaging has turned Venezuela into a dystopian landscape. There are shortages of every imaginable foodstuff and basic necessity; diseases once thought eradicated are back with a vengeance; and a crime wave that has given Caracas the highest murder rate in the world.

Loving parents are putting their children up for adoption because they have nothing to feed them; the elderly are starving; patients with treatable conditions are dying in hospitals that lack basic medicine like insulin and oxygen, where vital equipment has been pilfered and emergency rooms operate without electricity. In a gruesome twist, even the morgues can’t handle the number of unclaimed bodies, so they rot in hallways.

In one city just before Christmas, more than 80 percent of supermarkets, bodegas and food stores were looted. The ransacking spread to private homes. Meanwhile, the government does little to stop the disorder. The more chaos there is, the less President Nicolas Maduro needs to worry about antigovernment protests or marches.

Meanwhile, those in power can focus on what they do best: looting the country’s natural-resource wealth and manufacturing and trafficking illegal narcotics. In fact, Maduro just upped his game by appointing Tareck el-Aissami, a drug kingpin, as vice president.

How did it come to this? Venezuela’s woes begin and end with a complete breakdown in the rule of law. From the presidency to the lowest civil servant, being “on the take” went from scandalous to a way of life.

I sued a group of Venezuelan criminals, accusing them of corruption in a Florida courtroom. The defendants starred in the most notorious case of sleaze inside Venezuela: the Derwick Associates case.

Imagine a group of 20-something American-educated Venezuelans who have never had any experience whatsoever in government contracting, let alone building power plants.

In 14 months, they obtained 12 contracts to build electric power plants for the government. They hired an American company to build nonfunctioning plants and then overbilled Venezuela’s government by more than $1 billion. These “Chavezkids” (Bolichicos) shamelessly bribed government officials.

And what did they do with the stolen money? They used US, Canadian and Andorran banks to launder and conceal the cash.

Then they lived like kings, purchasing real estate all over the world, including a $30 million hunting estate in Spain; renting a Fifth Avenue brownstone at 75th Street; buying an Olympic Tower penthouse across from Rockefeller Center, million-dollar beachfront condos in Miami’s Sunny Isles neighborhood, apartments in Paris, fancy cars and a $20 million passenger jet. Recently, they put $53 million of the stolen Venezuelan money into a sunglass start-up in Spain called Hawkers.

According to Bloomberg News and The Wall Street Journal, federal and New York City prosecutors opened criminal investigations into Derwick’s principals Alejandro Betancourt and Pedro Trebbau. In Venezuela? Crickets.

The legislature made a big deal of investigating Derwick but after enough money was spread to the right committee heads, the investigation came to nothing. Furthermore, the outgoing head of the legislature happens to be the brother-in-law of one of Derwick’s shareholders, Francisco D’Agostino.

When I started looking into the case, it wasn’t long before they began offering me bribes, too.

The Derwick case is one of hundreds just like it in Venezuela, a country rotting from the top. And once they’ve gotten the stolen booty, slime like the Derwick boys doesn’t stay in Venezuela. It moves to Miami, Madrid or Manhattan. Florida, Texas and New York are home to thousands of crooked Venezuelans who bear significant responsibility for the current financial crisis there.

Let’s hope that, since there won’t be Venezuelan justice, the US justice system does right by the millions of Venezuelan victims.

Thor Halvorssen is president of the Human Rights Foundation.

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