Ricardo Escalante, Texas
Hay pueblos que sucumben al hechizo de líderes carentes de las cualidades éticas indispensables para asumir elevadas responsabilidades y para mejorar las condiciones sociales y económicas de sus conciudadanos. Y esos pueblos terminan en sufrimientos y ruina.
Son líderes autoritarios, populistas, que se amparan en supuestos respaldos de las mayorías electorales manipuladas. Tuercen la ley a su antojo para perpetuarse en el mando, roban, acorralan a quienes se atreven a disentir y a lanzar denuncias.
Hoy, cuando los medios de comunicación tradicionales y modernos ejercen una influencia innegable, cuando todo y cualquier cosa está al alcance de la mano y en un minuto en internet, y cuando la educación es más desarrollada y especializada, de manera inexplicable persisten los dictadores nada fáciles de destronar. América Latina es hoy pasto fácil para esos especímenes.
Ahora bien, ¿que explica y a dónde va esta perorata de hoy? Pues algo despreciable proveniente de alguien aun más despreciable. El presidente Daniel Ortega, de Nicaragua, en una de sus frecuentes alucinaciones, acaba de calificar de buitres y carroña a los dirigentes de la oposición venezolana. Y algo todavía peor: Lo hizo en Caracas en un acto de respaldo al gobierno que ahora encabeza Nicolás Maduro, a pesar de los empeños por fingir que Chávez sigue en funciones de Estado.
Por eso es pertinente preguntarse quién es Daniel Ortega y por qué actúa de esa manera. Y las respuestas no son complicadas porque el prontuario del personaje de marras dista mucho de lo que deben ser la dignidad y la conducta inmaculada de un jefe de Estado. El dirigente sandinista debería estar preso por delitos graves cometidos antes y durante el ejercicio de la presidencia de la nación centroamericana.
Zoilamérica Narváez -hijastra de ese presidente- tenía once años cuando comenzó a ser violada sexualmente por él, obligada a sostener relaciones con terceros, amenazada de muerte y perseguida. El escalofriante relato hecho por la víctima ante distintas instancias describía a un implacable y cruel verdugo, a un peligroso aberrado que contaba con la complicidad de su esposa, Rosario Murillo, autora de múltiples hechos de corrupción.
Un fragmento es suficiente para describirlo: “Él eyaculó sobre mi cuerpo para no correr riesgos de embarazos y así continuó haciéndolo repetidas veces: mi boca, mis piernas y mis pechos fueron las zonas donde más acostumbraba echar su semen, pese a mi asco y repugnancia. Desde entonces, para mí la vida tuvo un significado doloroso. Las noches fueron mucho más temerarias, sus pasos los escuchaba en el pasillo con su uniforme militar; recuerdo clarito el verde olivo y los laureles bordados en su uniforme”…
Durante su primer gobierno, que se conoció como la “primera rapiña sandinista”, Ortega se apropió de una espaciosa casa del banquero Jaime Morales Carazo –amigo del dictador Anastasio Somoza-, decorada con una importante colección de obras de arte y armas antigüas, una exquisita biblioteca, muebles y otros objetos de valor. Para silenciar a Morales, Ortega le propuso la vicepresidencia de la República en su segundo gobierno.
Como si esto fuera poco, se ha beneficiado de los recursos petroleros venezolanos y los ha dilapidado y ha desarrollado alianzas gansteriles con funcionarios chavistas venezolanos y de terceros países. Lo aquí narrado es apenas la punta del iceberg, pero refleja bien el prontuario de un lamentable líder latinoamericano.
¿Carroña? ¿Buitres?