Juan José Monsant Aristimuño * /Análisis Libre
Y allí estaban, alegres, satisfechos, realizados, mientras estrechaban la mano del dictador designado en el salón de convenciones donde se instalaría la III Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. La primera se realizó en Caracas en diciembre del 2011, aún vivo el presidente Chávez; la segunda en Santiago de Chile en enero del 2013, donde Sebastián Piñera hizo entrega de la Secretaría Pro Tempore a Raúl Castro Ruz, quien la ejerció hasta el pasado miércoles 29 de enero, cuando se la traspasó a la presidente Laura Chinchilla de Costa Rica.
Treinta y tres Jefes de Estado deberían haberse hecho presente en la cita de La Habana, pero dos no se presentaron: Mauricio Funes de El Salvador y Ricardo Martinelli de Panamá. El primero se excusó por razones de salud, y quizás por la inminencia de un proceso electoral de inevitable presencia; el segundo, porque un barco norcoreano cargado de armas, municiones, misiles y hasta de aviones de combate desarmados, se encontraban ocultos bajo toneladas de sacos de azúcar; había zarpado de Cuba con destino a Corea del Norte con un manifiesto de carga engañoso, falso, de mala fe, violando disposiciones internacionales.
Por ello solo asistieron 31 jefes de estados. Pero sus ausencias no causaron efecto alguno; serían subsanadas con la presencia del escurridizo Secretario General de la OEA, Miguel Insulza. El mismo que llegó a San Salvador a reunirse con los jefes de las maras en busca de la concordia, pero que no quiso reunirse con la oposición al régimen castrista, ahora en La Habana. Por supuesto Insulza también obvió la existencia, espíritu, propósito y razón de la Carta Democrática Interamericana.
La unión es una antigua aspiración de los países latinoamericanos; en eso andamos desde el siglo XIX, primero con la Unión Panamericana en 1910 y luego con la OEA en 1948. Y antes, mucho antes, cuando el Bolívar auténtico, el hijo de la Ilustración francesa, el creador del Partido Conservador de la Gran Colombia, intentó crear una confederación de naciones suramericanas junto a las Provincias Unidas de Centroamérica y México, al convocar el Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826. Luego llegó el Pacto Andino, Aladi, Alalc, Sela, Mercosur, el Grupo de Contadora, de Río, de Los Tres, el Pacto de San José en materia de energía petrolera, el Acuerdo Andrés Bello en el campo educativo, e infinidad de acuerdos, tratados, pactos, asociaciones públicas y privadas, sindicales, empresariales, deportivas que han venido contribuyendo a entender que, hasta por razones económicas, y no solo por compartir un origen, una legua, un mestizaje y una religión común, estamos obligados a conocernos, tratarnos y unirnos. Esos nacionalismos medioevales, centrípetos, refugio de dictadores, corruptos y criminales alegando soberanías territoriales, tiende a desaparecer ante la economía de escala, los derechos humanos, las ONG, los medios de comunicación, la globalización, y el descubrimiento y uso masivo del internet y redes sociales.
De modo que el sentido de unión en razón de intereses compartidos no es nuevo. El problema se presenta al introducirse un elemento de perturbación en esa búsqueda de unión, con la realización de la Primera Conferencia Tricontinental convocada por Fidel Castro y reunida en La Habana entre el 3 y el 15 de enero de 1966. El objetivo fue la coordinación de los movimientos comunistas activos en Africa, Asia y América Latina para enfrentar y derrocar el imperialismo y las democracias liberales, e implantar el estatismo marxista leninista a través de la creación de uno, dos, tres Viet Nam, como exigiera el Che Guevara en su discurso.
Fracasó, todo se vino abajo, la democracia con sus altos y bajos, rémoras, mezquindades y limitaciones se fue imponiendo en el continente, hasta lograr consensuar y aprobarse el 11 de septiembre de 2001, la Carta Democrática Interamericana. Pareciera que fue la culminación e inicio de un proceso irreversible del triunfo de la libertad y la democracia, por sobre el autoritarismo o totalitarismo de cualquier signo.
Hasta que apareció el gallo tapado de Fidel: el teniente coronel venezolano Hugo Chávez Frías con su abultada chequera de petrodólares, dispuesto a utilizarlos para dividir, confrontar y crear el uno, dos tres Viet Nam del Che Guevara. No con los AK-47 sino por otras vías, a través de la creación de organizaciones excluyentes como UNASUR, CELAC y ALBA Petróleos, instrumentos financieros tendientes al logro del objetivo político final, la creación de una región cohesionada en gobiernos y estados totalitarios de corte marxista.
* Exembajador venezolano en El Salvador