Ricardo Escalante
Hay males contagiosos, unos más que otros, y hay también algunos no solo contagiosos sino incurables. Existen, de la misma manera, terribles epidemias cíclicas que afectan a quienes ejercen en poder, hasta hacerles perder la cabeza y todo asomo de sindéresis.
En América Latina, por ejemplo, ha habido prolongadas pandemias de dictaduras militares, unas más devastadoras que otras. La cura ha sido difícil, ha tomado mucho tiempo y, en ciertos casos, el virus apenas ha entrado en estado de latencia.
Cuando en Venezuela todos creíamos que el mal de las dictaduras había sido erradicado, apareció Hugo Chávez con su golpe de Estado y después con su gobierno autoritario de 14 años. Él contagió a la región con sus formas autocráticas, frente a las cuales hay países que no han encontrado la vacuna efectiva.
Nicaragua, Ecuador, Bolivia y Argentina, están afectados de manera severa por mandatarios que se sienten providenciales y han desmembrado instituciones que son esenciales en cualquier democracia. El caso de Argentina es alarmante porque los Kirchner no solo implantaron un régimen familiar corrupto sin precedentes, sino que avanza con rapidez hacia un totalitarismo que trata de imitar al chavismo.
Cristina Kirchner ni siquiera se percata que sus exabruptos pueden conducir una dictadura de derecha, y que en la calle se escuchan voces que claman por el regreso de los militares para “poner orden”. Algunos hasta recuerdan el tiempo del macabro Jorge Videla y piensan que era mejor. Algo terrible.
Como si fuera poco, hay otros presidentes elegidos democráticamente que han perdido la brújula, como ahora le ocurre a Juan Manuel Santos en Colombia. En su desespero por la reelección, incurre en el error de buscar un impacto publicitario con la negociación con las FARC, a conciencia de que eso no irá a ninguna parte.
En una manifestación de soberbia, Santos ataca y descalifica a quienes han objetado su inconveniente reconocimiento a la presidencia del ilegítimo Nicolás Maduro en Venezuela. También ignora que está cultivando peligrosos enfrentamientos entre los partidos y otros sectores colombianos, incluyendo a los militares.
Por todo ello, es obvio que el militarismo y las reelecciones presidenciales acarrean males frente a los cuales hay que luchar.