En estos últimos días se han estado transmitiendo en la TV, las pruebas de selección o tryouts del equipo que representará a los Estados Unidos en los juegos olímpicos de verano que se celebrarán en Londres, a partir de finales de la presente semana. Al mismo tiempo, leíamos las noticias sobre la brusca reacción que han tenido algunos, frente al hecho de que los uniformes del equipo olímpico habían sido manufacturados en China.
Las reacciones han sido de diversos matices, desde los que simplemente critican el hecho de que se hubiese recurrido a la práctica del outsourcing para confeccionar los uniformes, cuando existe suficiente capacidad industrial en los Estados Unidos, hasta quienes en un gesto extremo sugirieron quemar los uniformes traídos de China y sustituirlos por otros elaborados urgentemente en el país. Es más, las críticas al outsourcing han venido tanto de los Republicanos como de los Demócratas, anunciándose la introducción de un proyecto de ley en el Congreso, con el objeto de hacer obligatoria la futura fabricación de los uniformes del equipo olímpico por parte de la industria manufacturera doméstica.
Por su parte, el Comité Olímpico de los Estados Unidos ha defendido, basado en factores de costo, la fabricación de los uniformes en China, como también lo fueron los uniformes de las olimpíadas celebradas en Beijing en el 2010, ya que dicho costo se habría duplicado si tal fabricación se hubiese realizado por parte de la industria doméstica. Mientras tanto, el fabricante contratado por el Comité (Ralph Lauren), posiblemente debido al peso que las indicadas críticas pueden tener en la imagen de la firma y sus ventas en el mercado interno, ha prometido liderizar las conversaciones con el gobierno y la industria manufacturera, encaminadas a considerar soluciones para incrementar la fabricación de los uniformes del equipo que representará a los Estados Unidos en las olimpíadas de invierno, a celebrarse en el año 2014, por parte de la industria manufacturera nacional.
El aludido episodio de los uniformes del equipo olímpico, sobre los cuales poco se ha dicho en terminos de su calidad de diseño, material de confección y apariencia, pero que al menos en las muestras de videos e imágenes difundidas lucen bien, parece tener las características de una tormenta en un vaso de agua. Esta última, estimulada por el proceso electoral para elegir el próximo presidente de los Estados Unidos, en un momento en que el país reclama al liderazgo politico en Washington, la necesidad de adoptar medidas y políticas que promuevan el empleo y ayuden a recuperar el ritmo de crecimiento, luego de la grave crisis económica que se desencadenó a partir de 2008 con graves efectos que todavía se hacen sentir. Como tormenta transitoria, es posible que una vez realizado el acto de votaciones el próximo 6 de noviembre, los arrestos emocionales que llevaron a anunciar la introducción de la indicada ley sean objeto de reconsideración y ésta sea abandonada. Efectivamente, ni resultaría apropiado que los Estados Unidos estableciera prácticas restrictivas al comercio como las propuestas, que poco contribuyen al alivio del problema del desempleo interno, ni mucho menos serían beneficiosas para el deporte olímpico, el cual vería encarecido unos costos que no son financiados por el gobierno, sino a través de contribuciones y donaciones aportadas principalmente por el sector privado y por la generalidad de los ciudadanos del país.
Por supuesto, que todos desearíamos que los uniformes del equipo olímpico, así como muchas más prendas de vestir que usamos a diario o en ocasiones especiales, fuesen confeccionadas por la industria textil manufacturera de nuestro país y que éste pudiera recuperar las miles de oportunidades de trabajo que han emigrado a China y otros países. Sinembargo, este deseo pasa por la necesidad de que la industria doméstica se encuentre en condiciones de realizar esta labor productiva, en condiciones de calidad y costo que sean competitivas con las que pueden ofrecer otras industrias manufactureras.
En pocas palabras, estas condiciones de competitividad no surgirán de medidas espasmódicas como la que representa el proyecto de ley comentado, aún cuando pueda servir para alimentar el sentimiento de autoestima de los atletas olímpicos y el ciudadano común, maltrecho en esta época de crisis económica, sino de que se hagan las inversiones y se establezcan las políticas e incentivos de largo plazo, con el objeto de instalar en la industria doméstica, los elementos de tecnología moderna, incluidos los derivados del uso de robots, computadoras e impresoras tridimensionales, que le permitan realizar sus procesos productivos en terminos ventajosos de costo y oportunidad. Basados en la reconversion del aparato industrial domestico, gracias a estos elementos de tecnología moderna, así como en los problemas que vienen confrontando las empresas americanas en China (retraso tecnológico, aumento de costos de mano de obra y transporte, deficiencias en la protección de la propiedad intelectual y desfases en los tiempos de entrega de la producción), algunos voceros del mundo academico (http://www.foreignpolicy.com/articles/2012/07/17/the_future_of_manufacturing_is_in_america_not_china?page=0,1) , ya han realizado la predicción de que en los juegos olímpicos de 2020 serán los chinos quienes se quejarán de que los uniformes de su equipo olímpico fueron fabricados en los Estados Unidos. Veremos….
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